Allende, entre la traición y la estrategia

Según la biografía académica reciente, Allende nació el 21 de enero de 1769, hijo de una familia criolla acomodada, con educación militar formal. Ingresó como teniente al Regimiento Provincial de Dragones de la Reina en 1795 y fue ascendido gracias a sus aptitudes tácticas.

Allende encarnaba la tensión entre el fervor por la independencia y la urgencia de mantener disciplina: su formación militar era clave, pero también un freno a la irracionalidad popular.

Indisciplinas, saqueos y tensiones con Hidalgo

Cuando los insurgentes tomaron la Alhóndiga de Granaditas, el descontrol fue mayúsculo —una masacre que dejó a Allende profundamente intranquilo. Su exhortación a Hidalgo guardaba una preocupación ética y estratégica: no se combate para asesinar inocentes.

Allende contempló incluso eliminar a Hidalgo de la lucha, ante la imposibilidad de reconducir los excesos masivos —una propuesta que nunca se concretó, pero que revela su desesperación por proteger el ideal independentista del caos.

De capitán realista a líder insurgente, una transición difícil

Allende dejó el ejército realista alrededor de 1809, tras involucrarse en conspiraciones hacia la independencia. Fue pieza clave en la conspiración de Querétaro, donde propuso a Hidalgo como figura visible para encabezar el alzamiento.

Tras el Grito de Dolores y la rápida expansión del movimiento, fue nombrado teniente general bajo Hidalgo —un reconocimiento de sus dotes militares, aunque también el origen de roces: él fue un hombre del orden enfrentado a la marea popular.

Liderazgo frágil, derrotas y captura

Vencidos en Aculco y luego en Puente de Calderón, Allende perdió confianza en el rumbo de la insurgencia. Propuso retirarse y reconstruir fuerzas, pero Hidalgo se impuso confiando en el fervor de las tropas.

Eventualmente, en marzo de 1811, fuera de sí ya como líder militar de hecho, marchó hacia el norte buscando apoyo en Estados Unidos. Fue emboscado en Acatita de Baján por Ignacio Elizondo, capturado junto a Hidalgo y otros, y trasladado a Chihuahua.

Fusilamiento y simbolismo: una ejecución que alimentó la insurgencia

El 26 de junio de 1811, Allende fue fusilado en Chihuahua. Su cabeza fue mostrada en la Alhóndiga de Granaditas como advertencia. Sin embargo, ese acto cobró fuerza simbólica: en lugar de frenar, encendió aún más la lucha por la independencia.

Las ejecuciones de Allende, Hidalgo, Aldama y Jiménez buscaron sofocar el levantamiento, pero terminaron robusteciéndolo: “son acreedores a eterna gratitud” escribe Zamacois, en reconocimiento de su sacrificio 

“Cuando visité San Miguel de Allende, pude sentir que lo que nos legó Allende no fue solo una historia, sino un espejo: aquel que busca justicia sin caer en la violencia,” comparte Lucía Velázquez, universitaria de Guanajuato, al observar su casa museo.

Para muchos jóvenes, su figura representa la lucha por la libertad sin olvidar la dignidad, un equilibrio entre convicción e inteligencia actualizable.

Ignacio Allende no fue un mero mártir ni un militar oportunista. Fue un personaje dividido entre la sed de libertad y el deber hacia el orden. Su historia real, muestra que detrás del héroe hay un hombre que temió perder el rumbo popular y responsabilizó al exceso colectivo. Sus errores, sus advertencias, su ética militar no lo hacen menos patriota; lo muestran auténtico.

Allende nos interpela hoy: ¿qué sucede cuando los ideales colapsan bajo la euforia? ¿Cómo actuar cuando la revolución se vuelve violenta? Su legado exige equilibrio, reflexión y compromiso con la justicia humana.

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