A pesar de los importantes avances en corresponsabilidad femenina, la Iglesia Católica vive hoy debates teológicos, pastorales y culturales que siguen abiertos y generan discusión dentro y fuera de sus muros. Tres grandes temas concentran estas tensiones: el diaconado femenino, la participación en altos cargos de gobierno eclesial, y el papel de la mujer en la liturgia, en particular en la predicación.
1. El diaconado femenino: entre historia, teología y pastoral El tema más candente es la posibilidad de que mujeres sean ordenadas como diaconisas. El debate se fundamenta en evidencias históricas: en el Nuevo Testamento aparece Febe, “diaconisa de la Iglesia de Cencreas” (Rom 16,1), y en los primeros siglos se documentan ritos de ordenación de mujeres con imposición de manos. El Concilio de Calcedonia (451) reconocía incluso la figura litúrgica de las diaconisas.
La gran pregunta es si aquellas ordenaciones tenían un carácter sacramental idéntico al de los diáconos varones. En 2002, la Comisión Teológica Internacional afirmó que “no eran simplemente equivalentes”, dejando la cuestión abierta. Juan Pablo II y Benedicto XVI evitaron entrar en este terreno. Francisco, en cambio, atendiendo a la petición directa de la UISG en 2016, instituyó una primera Comisión de Estudio sobre el diaconado femenino. En 2020 creó una segunda comisión, y en 2023 recibió un nuevo informe que aún no se ha hecho público ni ha dado lugar a una decisión oficial.
El Sínodo para la Amazonía marcó un parteaguas. Muchos obispos solicitaron la ordenación de mujeres como diaconisas ante la falta de presbíteros en regiones aisladas. Francisco, aunque evitó tomar una resolución en Querida Amazonia, reconoció la urgencia de nuevos ministerios laicales femeninos y no ha cerrado la puerta. Entre las propuestas en análisis está reconocer un ministerio de “diaconisa” no sacramental o avanzar hacia una ordenación litúrgica con funciones limitadas en zonas específicas.
Los argumentos a favor incluyen el precedente histórico, la gran cantidad de mujeres que ya realizan funciones diaconales (evangelización, comunión, funerales), y el valor de institucionalizar su vocación. Quienes se oponen apelan a la tradición continua de orden solo masculina, al riesgo de confusión doctrinal y a la posibilidad de generar expectativas sobre el sacerdocio femenino, el cual ya ha sido excluido por la doctrina católica.
2. Gobierno eclesial: ¿una mujer cardenal? En la Iglesia católica, el gobierno no es solo sacramental. El Derecho Canónico (can. 129 §2) reconoce que los laicos pueden colaborar en el ejercicio de la potestad de gobierno. Nada impide canónicamente que una mujer sea nombrada cardenal, ya que el cardenalato es una dignidad, no un sacramento. En el pasado hubo cardenales laicos. Sin embargo, ningún Papa moderno ha nombrado mujeres para ese rol.
Francisco prefirió avanzar sin alterar esa figura: mujeres como María Lía Zervino ya participan en la elección de obispos; otras laicas dirigen dicasterios, y seis mujeres integran el Consejo de Economía. La posibilidad de una cardenal mujer sigue como debate teórico: algunos lo proponen como gesto disruptivo para mostrar inclusión plena; otros consideran que ya hay formas de participación efectiva sin cambiar la figura tradicional.
El trasfondo del debate es profundo: ¿hasta qué punto puede la mujer participar en el núcleo de decisión de la Iglesia sin recibir orden sagrado? ¿Debe haber cambios en las figuras institucionales o basta con ampliar la autoridad delegada a laicos y laicas competentes?
3. Liturgia y predicación: la palabra aún limitada La homilía en Misa está reservada a obispos, presbíteros y diáconos (c. 767), lo que excluye a mujeres del púlpito eucarístico. Sin embargo, muchas comunidades ya viven de facto otro modelo: laicas predicadoras en retiros, celebraciones de la Palabra, vigilias, incluso tras el Evangelio dominical (como ocurre en Alemania y Austria).
En 2022, el obispo de Innsbruck autorizó a la teóloga Michaela Labib a predicar en algunas misas dominicales. Estas excepciones generan tensiones: algunos ven riesgo de confusión sacramental; otros, una posibilidad de enriquecer la vida litúrgica sin romper la tradición. El Vaticano ha ensayado caminos intermedios: desde 2019, mujeres redactan las meditaciones del Viacrucis del Viernes Santo en el Coliseo (por ejemplo, Sor Eugenia Bonetti), lo cual visibiliza una voz femenina en contextos litúrgicos oficiales.
Además, crece la demanda de lenguaje inclusivo (“hermanos y hermanas”), de recuperar figuras femeninas en el calendario litúrgico y de incluir textos de teólogas en la formación eclesial. En 2016, Francisco elevó la memoria de María Magdalena a fiesta, llamándola “apóstol de los apóstoles”, en un gesto de profundo valor simbólico y teológico.
4. Una tensión viva: fidelidad e innovación Estos debates atraviesan un delicado equilibrio: mantener la fidelidad a la tradición y a la comunión eclesial, sin dejar de responder a los signos de los tiempos. El Papa Francisco lo expresa así: “La Tradición es la custodia del futuro, no la adoración de las cenizas”.
La Iglesia católica, universal por vocación, discierne en sinodalidad. Avanza paso a paso, escuchando al Pueblo de Dios, al sensus fidei, y a la teología viva que brota también de las mujeres. Como en otros momentos de su historia, el discernimiento será lento, pero no estéril.
“Yo no quiero ser sacerdote. Pero sí quiero que se reconozca que mi palabra también es voz del Espíritu”, afirma Mercedes Navarro, teóloga española. “La Iglesia se empobrece si no escucha también nuestras voces”.
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