En un país con más de 4.1 millones de unidades económicas —según datos del INEGI—, y donde las brechas sociales y económicas siguen creciendo, resulta indispensable preguntarse: ¿qué perdería el mundo si mi empresa no existiera? Esta no es una simple inquietud filosófica, sino el punto de partida para definir el propósito social real de una organización. En un entorno donde los desafíos sociales, ambientales y éticos se agudizan, la responsabilidad social empresarial (RSE) ya no es un accesorio reputacional: es una exigencia estructural.
México ante el reto: datos que exigen responsabilidad
A pesar de los avances, la realidad de la RSE en México es todavía precaria. De acuerdo con el Centro Mexicano para la Filantropía (Cemefi), apenas el 4% de las empresas en el país cuentan con una estrategia integral de responsabilidad social. Y si bien existen certificaciones como Empresa Socialmente Responsable (ESR), muchas veces están desvinculadas del quehacer cotidiano, y aún más del propósito social.
Por otro lado, el Banco Mundial estima que el 56% de los trabajadores mexicanos se encuentra en la informalidad, lo cual implica una profunda falta de derechos laborales, protección social y desarrollo humano. Si a esto se suma la crisis ambiental, el rezago educativo y la desigualdad territorial, queda claro que las empresas mexicanas tienen una deuda estructural con el entorno donde operan.
El protocolo UNIAPAC: una brújula ética para empresas con sentido
En este contexto, el Protocolo UNIAPAC —una herramienta promovida por la Unión Internacional Cristiana de Dirigentes de Empresa— propone un camino transformador para que las empresas asuman su vocación social desde el fondo de su identidad. Este modelo parte de tres fases clave: Diagnóstico, Formación y Transformación, no como una moda gerencial, sino como una exigencia de justicia y corresponsabilidad.
“Una empresa con propósito no nace de un ‘manual’, sino de una revisión honesta de su impacto en el mundo”, afirma Gabriela Vázquez, experta en ética empresarial y miembro del comité latinoamericano de UNIAPAC.
1. Diagnóstico: conocer antes de actuar
Toda transformación empieza con un diagnóstico serio que incluya un análisis de materialidad y la identificación de los stakeholders reales. ¿A quién afecta mi empresa? ¿Qué comunidades, qué entornos naturales, qué personas están implicadas en mi cadena de valor?
Es aquí donde las preguntas se vuelven exigentes:
- ¿Mi empresa mejora la vida de las personas o la precariza?
- ¿Contribuye al desarrollo local o genera dependencia y daño ambiental?
- ¿Quiénes serían los verdaderos perdedores si cerráramos mañana?
Como explica Fernando López, director de sostenibilidad de una pyme certificada como ESR, “cuando hicimos nuestro diagnóstico nos dimos cuenta de que estábamos ignorando por completo a los recicladores informales que dependían de nuestros desechos. El cambio empezó por reconocer que también ellos eran parte de nuestro ecosistema”.
2. Formación: una nueva cultura empresarial
El diagnóstico es solo el inicio. La segunda fase del protocolo UNIAPAC propone una formación transversal, desde los niveles directivos hasta operativos, en temas como ética, sostenibilidad, derechos humanos y economía del bien común.
Esto implica dejar atrás el paradigma de “lo social” como un área aislada, para convertirlo en un pilar estratégico. La formación no busca imponer ideologías, sino abrir la conciencia de que una empresa puede (y debe) ser rentable sin ser destructiva.
El reto aquí es profundo: solo el 12% de las universidades mexicanas ofrece programas sólidos en ética empresarial o sostenibilidad, según datos de la Red Universidad-Empresa.
3. Transformación: del discurso a la acción
La fase final es la más desafiante: pasar del propósito declarado a acciones concretas de transformación. Esto incluye:
- Redefinir indicadores de éxito que integren impacto social y ambiental.
- Diseñar productos o servicios que respondan a necesidades reales.
- Implementar políticas laborales que dignifiquen el trabajo.
- Participar en alianzas multisectoriales para el desarrollo comunitario.
El propósito social de una empresa no se mide por sus donativos, sino por su capacidad de generar valor social auténtico. Como dice el documento base de UNIAPAC: “una empresa no puede transformarse si no se deja interpelar por las heridas de su entorno”.
Testimonio: cuando una empresa encuentra su propósito
Silvia Ortega, fundadora de una empresa familiar de alimentos en Querétaro, recuerda el punto de quiebre que la llevó a transformar su empresa:
“Durante la pandemia, despedimos a gente sin darnos cuenta de que eran los únicos proveedores de ingreso en sus casas. Fue devastador. A partir de ahí, reconfiguramos nuestra misión. Hoy tenemos horarios flexibles, apoyos para madres solteras y compramos a productores locales. Vendemos menos, pero vivimos más en paz”.
No hay tiempo que perder
El propósito social no es un adorno ético; es el corazón de una empresa que quiere sobrevivir con dignidad en el siglo XXI. En México, donde la desigualdad, la informalidad y la exclusión son desafíos estructurales, las empresas no pueden seguir operando con lógica extractiva.
El Protocolo UNIAPAC ofrece un camino de autenticidad: diagnosticar con profundidad, formar con conciencia y transformar con coherencia. Solo así podrán responder con integridad a la gran pregunta que lo origina todo: ¿qué perdería el mundo si tú, como empresa, desaparecieras?
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