La salud mental no es simplemente la ausencia de trastornos psicológicos, es un estado de bienestar integral necesario para que las personas enfrenten el estrés cotidiano, trabajen productivamente y contribuyan a la sociedad. Sin embargo, a pesar de su relevancia, la salud mental sigue siendo una deuda histórica que las sociedades aún no logran saldar plenamente.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud mental es un componente esencial para alcanzar una vida plena y satisfactoria, además de ser un derecho humano fundamental. En su Constitución de 1946, la OMS enfatizó que “el goce del grado máximo de salud es un derecho fundamental de todo ser humano sin distinción alguna”, incluyendo explícitamente la salud mental dentro de este marco. Este reconocimiento resalta la dimensión crucial de la salud mental, no solo en términos individuales, sino como una condición indispensable para el desarrollo social y económico.
Una crisis global silenciosa
La magnitud del problema es alarmante. Datos recientes de la OMS indican que una de cada seis personas en el mundo enfrenta problemas de salud mental en algún momento de su vida, siendo la depresión una de las principales causas globales de discapacidad. América Latina no es ajena a esta realidad; según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), alrededor del 20% de la población latinoamericana experimenta trastornos mentales, pero menos de la mitad recibe tratamiento adecuado.
En México, las cifras son igualmente preocupantes. De acuerdo con el Instituto Nacional de Psiquiatría el 28.6% de la población ha presentado algún trastorno mental a lo largo de su vida. Entre los más comunes se encuentran la ansiedad, depresión y problemas asociados al estrés crónico, condiciones que afectan especialmente a los jóvenes de 18 a 35 años.
Gabriela Martínez, estudiante universitaria de 24 años, relata: “Durante años luché contra la ansiedad sin saber qué me pasaba, hasta que finalmente busqué ayuda. El estigma es fuerte, pero hablarlo me salvó la vida”. Testimonios como el de Gabriela reflejan una problemática común entre la juventud actual, generación que ha crecido en contextos económicos y sociales inciertos, intensificados por crisis recientes como la pandemia de COVID-19.
Estigma y desconocimiento, los grandes obstáculos
Históricamente, los trastornos mentales han estado rodeados de mitos, miedo y discriminación, dificultando que las personas busquen ayuda oportunamente. Juan Carlos Godoy, psicólogo clínico y profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), señala que “el principal obstáculo es el desconocimiento y el estigma que aún prevalecen. No vemos la salud mental como prioridad hasta que se convierte en crisis”.
Esta situación limita la capacidad de respuesta del sistema de salud pública, que enfrenta insuficiencia de recursos, escasez de profesionales capacitados y falta de infraestructura adecuada. Según la Secretaría de Salud federal, México destina menos del 2% del presupuesto nacional de salud al cuidado mental, muy por debajo del promedio recomendado internacionalmente por la OMS, que es entre 5 y 10%.
Invertir en salud mental es invertir en desarrollo
Los expertos coinciden en que abordar la salud mental es una inversión estratégica, no solo por razones humanitarias, sino también económicas y sociales. Según un estudio del Foro Económico Mundial, cada dólar invertido en salud mental genera un retorno de cuatro dólares en términos de productividad y ahorro en costos de atención médica.
La OPS destaca además que “invertir en bienestar mental fortalece la cohesión social, mejora la calidad de vida y potencia el capital humano”. En este sentido, se vuelve imprescindible la creación de políticas públicas integrales que promuevan la prevención, detección temprana y tratamiento oportuno.
Caminos hacia el futuro
Para transformar esta realidad, es fundamental fomentar una cultura abierta respecto a la salud mental desde distintos ámbitos: familiar, educativo, laboral y social. Programas educativos en escuelas y universidades pueden ayudar a reducir el estigma desde edades tempranas, formando generaciones conscientes y empáticas.
Las empresas también tienen un papel crucial. “Cuando implementamos programas de salud mental en nuestra organización, vimos inmediatamente cambios positivos en la productividad y satisfacción laboral”, afirma Laura González, directora de recursos humanos en una compañía multinacional basada en Monterrey.
En el ámbito legislativo, México necesita avanzar en la implementación de leyes que garanticen el acceso universal a servicios de salud mental de calidad, respetando plenamente la dignidad y los derechos humanos.
Una prioridad que no puede esperar
Reconocer la importancia de la salud mental es solo el primer paso hacia sociedades más sanas y productivas. Hoy, más que nunca, debemos entender que cuidar el bienestar mental no es una opción, sino una necesidad urgente y ética. Abordar esta problemática con respeto, solidaridad y dignidad es indispensable para el desarrollo integral de México y de cada persona que conforma nuestra sociedad.
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