La figura paterna ha atravesado una transformación silenciosa pero profunda. En México, donde durante generaciones el padre fue concebido principalmente como proveedor y figura de autoridad, hoy comienza a consolidarse una nueva narrativa: la del padre presente, afectivo y comprometido con la crianza, sin perder su lugar como cabeza de la familia.
Honrar a los padres no es una invención reciente ni exclusiva de Occidente. En tradiciones religiosas como el cristianismo, San José representa el modelo del padre cuidador y responsable. Sin embargo, fue en Estados Unidos donde el Día del Padre tomó forma institucional a inicios del siglo XX, cuando Sonora Smart Dodd propuso homenajear a su progenitor, un veterano que crio sólo a sus hijos. En México, la conmemoración comenzó a promoverse entre los años 40 y 50, con un eco creciente en escuelas, medios y campañas comerciales. Aunque no es una fecha oficial en el calendario de días festivos, se celebra cada tercer domingo de junio y es reconocida en la mayoría de los hogares, aunque no con la misma fuerza que el Día de la Madre.
Detrás de las festividades, las cifras muestran una realidad compleja. De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), hay 44.9 millones de hombres mayores de 15 años en el país, y cerca de 21.2 millones de ellos (47 por ciento) son padres. Esta proporción se eleva entre los 30 y 50 años, donde ocho de cada 10 hombres ya han transitado por la experiencia de la paternidad. Sin embargo, sólo una parte de ellos participa activamente en las tareas de cuidado. Estudios de ONU Mujeres y UNICEF revelan que los hombres mexicanos dedican en promedio 11.5 horas semanales a labores de cuidado, mientras que las mujeres destinan más del doble: 24.1 horas.
Este desequilibrio se refleja también en el entorno laboral. México cuenta con una de las licencias de paternidad más cortas de América Latina: apenas cinco días laborables tras el nacimiento de un hijo. En comparación, países como España ofrecen hasta 16 semanas. Esta falta de condiciones laborales adecuadas refuerza la idea de que el cuidado infantil es responsabilidad casi exclusiva de las madres.
La paternidad mexicana, sin embargo, no es una sola ni homogénea. Hay padres biológicos presentes, pero también muchos ausentes: se calcula que en más de 11 millones de hogares del país no vive el padre. Hay también padres adoptivos, que deciden formar vínculos desde la elección consciente; padrastros que asumen roles complejos en familias reconstituidas; padres solteros, una minoría creciente que enfrenta la crianza con escasa red de apoyo; y figuras paternas simbólicas –abuelos, tíos, hermanos mayores, maestros– que se convierten en referentes de afecto, guía y autoridad.
La cultura mexicana ha promovido históricamente una imagen del padre fuerte, callado y proveedor, afianzada por el machismo y reforzada por generaciones de prácticas sociales y discursos familiares. El ideal del “padre severo pero justo”, del que “enseña con la mirada” y mantiene su distancia emocional, todavía persiste en muchas regiones. Sin embargo, nuevas generaciones de padres comienzan a desafiar estos mandatos. Hoy se ve con mayor frecuencia a hombres en salas de parto, en juntas escolares, en parques con carriolas o cambiando pañales. Este cambio es también cultural: ya no se juzga –o se juzga menos– a los hombres que muestran ternura, vulnerabilidad o sensibilidad en la crianza.
Diversos programas y políticas públicas intentan acompañar esta transformación. En años recientes, organizaciones civiles han impulsado campañas para promover nuevas masculinidades, mientras que el gobierno ha comenzado a hablar de un Sistema Nacional de Cuidados que incluye explícitamente a los hombres. Talleres de paternidad activa, cursos prenatales para papás y campañas contra la violencia de género son pasos en la dirección de una paternidad más equitativa y emocionalmente presente.
La evidencia muestra que el involucramiento del padre tiene impactos positivos en el desarrollo infantil: mejora la autoestima de los hijos, fortalece sus habilidades comunicativas y reduce las conductas de riesgo en la adolescencia.
Por el contrario, la ausencia paterna se vincula con mayores probabilidades de deserción escolar, embarazo adolescente y problemas de salud mental.
La celebración del Día del Padre en México puede ser mucho más que una fecha para regalar corbatas o playeras. Es un momento para reconocer la diversidad de las paternidades, visibilizar a quienes rompen moldes y reclamar condiciones más justas para que los hombres puedan ejercer su rol de forma plena. Porque ser padre ya no es –y no debe ser– sinónimo de distancia, rigidez o autoridad incuestionable. Hoy, ser padre también es cuidar, amar, escuchar y estar.
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