¿”Ninis”? No. Víctimas del sistema

En México, alrededor de 11 millones de jóvenes viven en pobreza, y 12.9 millones no ganan lo suficiente para salir de ella. A pesar de ser el país con la menor tasa de desempleo juvenil en Latinoamérica — 5.9 %, según la OIT — el panorama para la juventud mexicana está marcado por la precariedad, la informalidad y una profunda desigualdad de acceso a oportunidades. Datos del INEGI revelan que el 54.3 % de los jóvenes empleados carecen de seguridad social, y que una tercera parte gana menos de 3,500 pesos mensuales.

¿Somos un país de “ninis”? o el sistema se ha encargado de excluir a nuestros jóvenes de la tasa de empleos y la mejora en la calidad de vida. Descubramos juntos de qué se trata, y conozcamos la situación del país y sus jóvenes, más allá de una estigmatización provocada desde la presidencia.

Cifras que no cuadran frente al discurso enviado

En 2023, México iniciaba a mostrar niveles alarmantes dentro del sector joven sobre las faltas de oportunidades en la búsqueda de empleo y oportunidades. México reportó una tasa de desempleo juvenil del 5.26 %, cifra superior al promedio nacional de 2.7 %, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI. A pesar de ello, México se posiciona como el país con menor desempleo juvenil en América Latina, con una tasa del 5.9 % entre personas de 15 a 24 años, de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

En contraste, otros países de la región reportan cifras aún más alarmantes que las de México pues, Uruguay – quien lidera esta lista – reporta una tasa de desempleo juvenil del 28.1 %. Costa Rica (23.3 %), Colombia (20.6 %), Chile (20.1 %) y Argentina (19.6 %) completan el listado.

El desempleo en nuestro país afecta de forma diferenciada por género. Un estudio de la Universidad del Valle de México reveló que la falta de oportunidades laborales impacta al 79.3 % de las mujeres jóvenes, frente al 73.5 % de los hombres. En cuanto a bajos ingresos, las cifras reflejan un 78 % para mujeres frente a un 70.5 % para hombres. Asimismo, el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) estima que dos de cada diez jóvenes han dejado de buscar empleo porque no creen posible encontrar uno o consideran que no será de calidad.

Como resultado, una tercera parte de los jóvenes empleados vive en pobreza por ingresos menores a 3,500 pesos mensuales. A esto se suma que el 51 % carece de acceso a seguridad social, según datos de la Fundación SM y el Observatorio de la Juventud en Iberoamérica.

Trabajo sí hay… pero sin formalidad

En México, el empleo juvenil se ha caracterizado por una profunda precarización. La tasa de informalidad laboral en el primer y segundo trimestre de 2025 se ubicó en 54.3 %, lo que equivale a 32 millones de personas ocupadas en condiciones informales. De estas, 17 millones laboran en el sector informal, lo que representa el 28.8 % de la población ocupada total, y significa un aumento anual de 532 mil personas.

El empleo informal en México no está muy alejado de los empleos formales, pues se ha normalizado que esta precariedad forme parte de empleos “seguros”. Con datos del INEGI, 7.6 millones de personas trabajan informalmente en empresas, gobierno e instituciones; 5.2 millones en el sector agropecuario, y 2.2 millones en trabajo doméstico remunerado. En cuanto a género, 13.2 millones de mujeres y 18.8 millones de hombres se encuentran en estas condiciones.

Para los jóvenes, la situación es particularmente crítica. 7.6 millones están en empleos precarios, con falta de seguridad social y salarios insuficientes para cubrir más de 2.5 canastas básicas. En términos económicos, el ingreso mensual promedio en la informalidad es de 6,925 pesos. En el sector institucional (empresas, gobierno), los empleados informales perciben en promedio apenas 4,707 pesos mensuales, según México ¿Cómo Vamos? y Oxfam México.

Estigmatización del término “nini”

El término “nini” — ni estudia ni trabaja — muy mencionado en nuestro país, proviene del acrónimo en inglés NEET (“not in employment, education or training”) y surgió en Reino Unido en el año de 1999. Desde el año 2010, es un término que en México adoptó mucha popularidad, y ahora su uso es común para desprestigiar y dividir a las clases sociales. Esto ha causado narrativas de odio y, aún más preocupante, una estigmatización para degradar a jóvenes desempleados en México. En muchos casos, estos jóvenes realizan actividades no reconocidas, como trabajo doméstico o cuidado de familiares, y aun así son etiquetados de manera despectiva.

Desde el inicio de su mandato en 2018, el expresidente López Obrador acusó al exrector de la UNAM, José Narro, de traer el término al país y desinformar su significado, mientras que el académico respondió que su uso buscaba visibilizar un problema, no descalificar.

Además, un informe del medio Millenials en América Latina, reveló que el término tiene rostro femenino. El 40 % de las mujeres de entre 19 y 24 años en México no estudia ni trabaja, frente a sólo el 8 % de los hombres en ese mismo rango de edad. Muchas de ellas ya han formado una familia, la mitad está casada, y un 43 % tiene al menos un hijo, limitando sus oportunidades de estudio o empleo.

¿Mérito o privilegio?

En México, más de 10 millones de personas en edad y capacidad de trabajar no lo hacen, según la COPARMEX. Dentro de este grupo, 2 millones están desocupadas, 2.6 millones enfrentan contextos que les impiden buscar empleo y 5.8 millones están disponibles pero no encuentran incentivos para incorporarse al mercado laboral. La mayoría son mujeres que se dedican a labores del hogar y perciben pocas posibilidades de ser contratadas.

De hecho, más del 80 % de las personas con interés en trabajar, pero que no lo hacen por su contexto, son mujeres con hijos. Además, el 30 % de esta población no económicamente activa cuenta al menos con estudios hasta nivel medio superior, lo que sugiere que el problema no es únicamente educativo, sino de un sistema federal fallido, sin pies ni cabeza.

En total, 11.1 millones de jóvenes de entre 15 y 29 años viven en situación de pobreza, y 12.9 millones no ganan lo suficiente para superar la línea de pobreza. En cuanto a educación, solo el 56 % de quienes están en edad de cursar la Educación Media Superior lo hacen, mientras que 510 mil jóvenes presentan rezago educativo. A menor nivel educativo, menores son las posibilidades de acceder a un empleo digno.

Jóvenes Construyendo (¿el) Futuro?

Frente a este panorama, el programa Jóvenes Construyendo el Futuro (JCF) fue impulsado por el Gobierno Federal para brindar capacitación laboral y apoyo económico a jóvenes de entre 18 y 29 años que no estudian ni trabajan. El programa ofrece un pago mensual de 8 mil, 480 pesos — equivalente al salario mínimo vigente — así como el acceso al seguro médico a través del IMSS durante los 12 meses de duración del programa.

Desde su lanzamiento en 2019, cuando ofrecía un apoyo de 3,600 pesos, el programa ha incrementado sus beneficios en concordancia con el salario mínimo. Su objetivo es dotar a los jóvenes de experiencia en sectores productivos y facilitar su inserción laboral.

Esto ha producido la duda entre muchos ciudadanos sobre, ¿Por qué las estadísticas no favorecen a la tasa de empleos con ayuda de este tipo de políticas públicas?. Aunque el gobierno asegura que siete de cada diez jóvenes participantes en el programa son contratados de forma definitiva, distintas investigaciones han puesto en duda la eficacia de este programa. El estudio JCF, un análisis desde la voz y experiencia de sus actores, realizado por académicos del Cinvestav, UNAM, ITESM y la Ibero, indica que solo cuatro de cada diez participantes logran conseguir un empleo, y que la inserción laboral es difícil de comprobar.

El seguimiento del programa revela obstáculos como sueldos bajos tras la capacitación y escasas oportunidades de crecimiento. La organización Mexicanos Contra la Corrupción ha documentado irregularidades desde 2019. Leonardo Núñez, investigador de la institución, señala que incluso existen casos de funcionarios públicos que también cobran como beneficiarios del programa.

Hasta ahora se han destinado más de 150 mil millones de pesos al programa gubernamental. Sin embargo, las cifras oficiales siguen sin demostrar una reducción clara del desempleo juvenil. Según Núñez, si el programa realmente funcionara como se promete, desde hace seis años, “ya habríamos visto un descenso sostenido en el desempleo juvenil” aseguró.

El país que margina a su futuro

El desempleo juvenil en México presenta múltiples respuestas a la problemática planteada. Comenzando desde la falta de oportunidades laborales dignas y el alto grado de informalidad, hasta la desigualdad de género y el acceso limitado a la educación. México tiene una tasa de desempleo juvenil más baja que otros países de la región, eso no se traduce en condiciones dignas, pues millones de jóvenes viven con bajos ingresos, sin seguridad social y, sin opciones reales de crecimiento. 

Los datos son claros, y están ahí para todos y todas. Más que una generación sin rumbo, estamos frente a una juventud que ha sido sistemáticamente abandonada. Llamar “ninis” a quienes no estudian ni trabajan es una forma reduccionista de negar las causas estructurales de la desigualdad. La falta de empleo, la pobreza, la educación inaccesible y la carga doméstica, especialmente en mujeres jóvenes, son factores que impiden a millones incorporarse al mercado laboral. Culparlos por no “esforzarse” lo suficiente ignora que el sistema mismo no está diseñado para incluirlos.

México – lamentablemente – se ha convertido en el país de las brechas. Existen quienes tienen acceso a una red de oportunidades, y quienes nacen sin ninguna. La desigualdad no solo es económica; es también educativa, de género y territorial. La juventud es, en muchos casos, víctima de un sistema que castiga la pobreza y premia el privilegio. Mientras no se reformulen las políticas públicas desde un enfoque de justicia social real — y no sólo asistencialista — el desempleo juvenil seguirá siendo un reflejo de lo que no funciona. No se trata de crear más discursos, sino de transformar un modelo que ha normalizado la precariedad, y ha olvidado que sin oportunidades, difícilmente habrá futuro.

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