En un consultorio comunitario en Oaxaca, una enfermera logra canalizar a tiempo a una mujer embarazada con preeclampsia gracias a que su expediente ya está digitalizado y accesible. En una oficina del SAT, un emprendedor obtiene en línea su constancia de situación fiscal sin pagar sobornos ni esperar semanas. En un municipio de Chiapas, una joven estudiante tramita su beca Benito Juárez desde su celular. No hay reflectores sobre ellas ni aplausos para ellos, pero son parte de una red invisible que sostiene el país: la función pública.
Detrás de cada trámite que se vuelve más rápido, de cada programa que llega sin “moche” de por medio, hay servidores públicos comprometidos. Funcionarios honestos, capacitados, cuya vocación no es figurar, sino servir. Reconocer esa labor es el objetivo del Día de las Naciones Unidas para la Administración Pública, que se conmemora el 23 de junio desde que la ONU la instauró en 2002 con la esperanza de dignificar al servicio público y profesionalizar al Estado.
En palabras simples, el servicio público es la columna vertebral del país. Cuando es débil, corrupto o ineficiente, las consecuencias las paga la ciudadanía con trámites engorrosos, recursos mal usados, oportunidades perdidas. Pero cuando funciona, cuando se centra en las personas y no en el poder, transforma vidas.
En México, el gobierno de Claudia Sheinbaum ha apostado por renovar ese rostro institucional. Uno de los cambios más significativos fue la creación de la Secretaría de la Función Pública y Buen Gobierno, que absorbió funciones clave como transparencia, adquisiciones públicas y protección de datos. Su enfoque no sólo es castigar la corrupción, sino prevenirla mediante tecnología, capacitación y vigilancia ciudadana.
En los primeros meses de su administración, el gobierno federal afirmó que se redujeron de 342 a 151 los trámites federales. Se eliminaron pasos duplicados, papeles innecesarios, visitas interminables. Se digitalizó el 80 por ciento de los procedimientos. El objetivo: cortar de tajo la discrecionalidad, evitar la tentación del soborno y agilizar la atención.
Pero más allá de cifras, lo que se busca es cambiar la experiencia del ciudadano. Que no se sienta desprotegido, confundido o burlado cada vez que acude a una oficina de gobierno. Que la institución esté al servicio de la persona, y no al revés.
El servicio público es una vocación. No es fácil, no es glamoroso. Pero bien hecho, puede ser profundamente transformador. Y por eso importa tanto reconocerlo.
Hoy, más que una fecha en el calendario, el Día de la Administración Pública nos obliga a mirar con otros ojos a quienes están detrás del escritorio, la ventanilla o el sistema digital. Nos recuerda que un país con servidores públicos íntegros es un país más justo, más ágil, más humano.
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