Lloremos juntos por la “educación”

Hablar del sistema educativo mexicano es hablar de los maestros: son el rostro de las aulas, los que median entre la política pública y la vida concreta de millones de estudiantes. Sin embargo, la realidad de la formación docente en México está marcada por profundas brechas. Según el informe Panorama de la Educación 2024 de la OCDE, México invierte apenas el 3.1% del PIB en educación básica, por debajo del promedio de los países miembros (5.2%). Esta baja inversión repercute directamente en la actualización y profesionalización de los docentes.

La Secretaría de Educación Pública (SEP) ha reportado que, de los más de 2 millones de maestros en el país, menos del 40% participa de manera regular en programas de actualización profesional. En comunidades rurales, la cifra se reduce drásticamente: apenas uno de cada cinco maestros ha recibido capacitación en los últimos tres años.

“Nos piden formar ciudadanos críticos, pero no nos dan herramientas ni acceso a cursos actualizados. Muchas veces seguimos trabajando con planes de hace más de una década”, afirma María González, maestra de secundaria en la Sierra Norte de Puebla.

El diagnóstico se confirma en evaluaciones internacionales: en la prueba PISA 2022, los estudiantes mexicanos mostraron retrocesos en lectura y matemáticas. Expertos como Sylvia Schmelkes, exconsejera del INEE, han señalado que detrás de estos resultados se encuentra la insuficiente formación inicial y continua del magisterio.

La Nueva Escuela Mexicana: promesas y realidades

La Nueva Escuela Mexicana (NEM), implementada durante el actual sexenio, buscó replantear la enseñanza bajo principios de inclusión, equidad y justicia social. Sin embargo, especialistas han señalado que el proyecto se ha concentrado en el discurso y no en la capacitación real de los maestros.

El Banco Mundial, en un reporte de 2023 sobre calidad educativa en América Latina, advirtió que la reforma educativa mexicana carece de una estrategia clara para la actualización docente, lo que puede convertir sus postulados en simples enunciados retóricos.

Un profesor de primaria en Oaxaca, Raúl Hernández, lo resume así: “Nos hablan de formar alumnos con pensamiento crítico, pero no hay talleres ni formación para que nosotros mismos desarrollemos esas competencias. Todo queda en el papel”.

Además, la crisis de valores en la formación docente se ha profundizado. Si bien se promueve la inclusión, se ha dejado de lado la dimensión ética y humanista de la enseñanza. La educación es un acto de amor y de responsabilidad con el bien común, pero esto no pinta en el plan educativo nacional, sin este horizonte trascendente, la docencia corre el riesgo de reducirse a una mera transmisión de información, sin formar personas plenas.

Carencias estructurales

El rezago en la formación docente se manifiesta en varios niveles:

  1. Infraestructura deficiente: muchas normales carecen de bibliotecas actualizadas, laboratorios de innovación y conectividad estable.
  2. Desigualdad territorial: mientras los maestros urbanos tienen mayor acceso a capacitaciones, los docentes rurales enfrentan aislamiento y falta de recursos.
  3. Brecha digital: la pandemia evidenció que miles de maestros no contaban con competencias tecnológicas básicas. Según datos de la SEP, en 2021 el 36% de los docentes reconoció no saber usar plataformas digitales de manera pedagógica.
  4. Escasa evaluación: la eliminación del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) dejó un vacío en los mecanismos de diagnóstico y mejora continua de los docentes.

El día a día confirma lo que muestran las cifras. Ana Laura Pérez, profesora de preparatoria en Guadalajara, relata que tuvo que pagar de su propio bolsillo un curso de manejo de plataformas digitales para adaptarse a la enseñanza en línea durante la pandemia. “Nos dejaron solos, improvisando. Muchos compañeros desistieron porque no sabían cómo manejar Zoom o Teams. Al final, fueron los alumnos quienes más perdieron”, señala.

En contraste, Jorge Ramírez, un joven maestro de matemáticas en Monterrey, ha logrado integrar aplicaciones como Kahoot y GeoGebra a sus clases. Pero reconoce que esta innovación es fruto de su iniciativa personal y no de un apoyo institucional: “La escuela no me dio las herramientas, yo las busqué porque creo que mis alumnos merecen algo mejor”. Estos testimonios evidencian una brecha de oportunidades y un abandono de la responsabilidad pública de garantizar formación de calidad a quienes educan a las nuevas generaciones.

Hacia una formación integral: tecnología, pedagogía y ética

El desafío del siglo XXI exige repensar la formación docente desde una triple dimensión:

  1. Tecnológica: no basta con saber usar computadoras; se requiere integrar las TIC de manera crítica, ética y pedagógica. La alfabetización digital de los maestros debe ser prioridad nacional.
  2. Pedagógica: actualizar las metodologías de enseñanza para responder a un mundo cambiante. Pasar de la memorización a la resolución de problemas y el pensamiento crítico.
  3. Ética y humanista: la educación debe formar ciudadanos responsables, solidarios y con sentido de comunidad. Esto implica recuperar la dimensión trascendente de la docencia como vocación y servicio.

El pedagogo Philippe Meirieu afirma que “educar es resistir a la tentación de fabricar sujetos y, en cambio, acompañar el crecimiento de una libertad responsable”. En este sentido, México necesita una formación docente que vaya más allá de competencias técnicas, y que se centre en la persona como núcleo de la enseñanza.

Formar a quienes forman

La educación es uno de los principales motores del desarrollo social y económico de un país. Pero ningún modelo educativo funcionará si no se invierte en los maestros. Como lo subraya la OCDE, “la calidad de un sistema educativo no puede superar la calidad de sus docentes”.

México enfrenta una disyuntiva: continuar con reformas que privilegian el discurso ideológico sin atender a la formación integral del magisterio, o apostar de manera decidida por capacitar, acompañar y dignificar a quienes tienen en sus manos el futuro de millones de estudiantes.

La  dignidad de la persona debe ser el centro de toda política pública. En la educación, esto se traduce en colocar a los maestros en el lugar que merecen: no como simples ejecutores de programas, sino como agentes de transformación social.

Como señala María, maestra rural, con voz entrecortada: “Yo no quiero que mis alumnos sean los mejores en exámenes internacionales, quiero que sean buenos seres humanos, que respeten, que ayuden. Pero para eso, también a nosotros nos deben formar en valores, no solo en contenidos”.

La urgencia es clara: México necesita una reforma educativa que parta de sus maestros. Sin ellos, no habrá un futuro para nuestros niños ni jovenes, no habrá un futuro para México.

@yoinfluyo

Facebook: Yo Influyo
comentarios@yoinfluyo.com

Compartir

Lo más visto

También te puede interesar

No hemos podido validar su suscripción.
Se ha realizado su suscripción.

Newsletter

Suscríbase a nuestra newsletter para recibir nuestras novedades.