Durante décadas, la transformación de colonias tradicionales en zonas de alto valor inmobiliario ha sido vista como sinónimo de progreso. Sin embargo, el fenómeno de la gentrificación — hoy más presente que nunca en México — plantea una pregunta urgente: ¿progreso para quién? ¿para los que se quedan? o ¿para los que se van?
La gentrificación, definida por la ONU como el proceso mediante el cual una zona se reconstruye o revaloriza y termina desplazando a la población original por nuevos habitantes de mayor poder adquisitivo, ha adquirido en México matices particulares. En lugar de ser un proceso gradual, está ocurriendo con velocidad y con una dimensión cada vez más amplia, afectando colonias enteras, centros históricos y tradicionales, playas, pueblos mágicos, y hasta las cosas más sencillas como restaurantes.
El desplazamiento no solo es físico, también es simbólico. Tiendas tradicionales, librerías, cocinas económicas, boleros, y puestos de periódicos desaparecen para dar paso a cafés de autor, boutiques de diseño y menús en inglés. Las calles, especialmente de la Ciudad de México, han dejado de contar historias locales, y se reescriben con la mirada de quienes llegan, no de quienes resistieron.
Colonias enteras transformadas
En Oaxaca, zonas como Jalatlaco, Xochimilco o su centro histórico han experimentado un alza drástica en el precio de renta, con cuartos que superan los 30 mil pesos mensuales. En Mazatlán, turistas estadounidenses han exigido restricciones a la música regional. Puerto Vallarta enfrenta demandas por parte de nuevos residentes que piden sanciones a restaurantes ruidosos o no “suficientemente cosmopolitas”.
La capital del país no ha sido la excepción. Colonias como Roma, Condesa, Juárez, Doctores, Escandón, San Pedro de los Pinos o Guerrero han perdido miles de residentes. Según organizaciones vecinales, más de 4 mil personas han sido desplazadas solo en la colonia Juárez durante los últimos 15 años. Las plataformas de alojamiento temporal, como Airbnb, han sido uno de los principales catalizadores de este fenómeno, pues al incentivar rentas elevadas dirigidas a extranjeros, desplazan a quienes han habitado esas zonas durante generaciones.
Ya en 2001, Ricardo Monreal, entonces jefe delegacional de Cuauhtémoc, impulsó el primer gran proyecto de rehabilitación e inversión privada en el Centro Histórico. Si bien se planteó como una revitalización urbana, sus consecuencias afectaron al desalojo de habitantes de bajos recursos y el cierre de decenas de negocios tradicionales. Desde entonces, este modelo se ha repetido en distintas ciudades bajo el mismo disfraz: embellecer para atraer capital, sin medir el costo social.
Turismo, redes y el negocio de la nostalgia
El turismo es uno de los motores más potentes de la gentrificación en México. Las redes sociales han convertido barrios tradicionales en escenarios de postal que son visitados, fotografiados y rentados por miles de extranjeros. El fenómeno de los llamados “nómadas digitales” ha acelerado este proceso. Personas — en su mayoría estadounidenses o europeos — llegan a México a trabajar de manera remota desde ciudades más baratas que las suyas, pero con servicios similares.
La derrama económica es innegable, pero su impacto social es desigual. Estos visitantes temporales están dispuestos a pagar rentas más altas, comer en restaurantes gourmet y vivir en departamentos remodelados, lo que encarece la vida cotidiana para los residentes locales.
Plataformas como la anteriormente mencionada Airbnb han sido señaladas como pieza clave en este fenómeno. Aunque sus directivos alegan que los precios los define el anfitrión, el efecto acumulado ha sido devastador para la oferta tradicional de vivienda. Las rentas se han disparado, los contratos de largo plazo se han reducido y muchas colonias han perdido su carácter barrial para convertirse en corredores turísticos disfrazados de vida cotidiana.
El acuerdo Sheinbaum–Airbnb–UNESCO: ¿turismo o desplazamiento?
En 2022, la entonces jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, firmó un acuerdo con la plataforma Airbnb y la UNESCO con el objetivo de posicionar a la capital como “la ciudad del turismo creativo”, ideal para los nómadas digitales. El convenio, presentado como una oportunidad de desarrollo económico, fue duramente criticado por colectivos vecinales que vieron en él la institucionalización de la gentrificación.
Durante el anuncio del convenio, Sheinbaum afirmó que la llegada de nómadas digitales ocurría en zonas donde “ya existían las rentas más altas”, minimizando el impacto en la población local. Sin embargo, cifras recientes muestran que colonias enteras han duplicado sus precios de renta, desplazando a familias enteras a zonas periféricas.
Por su parte, el director de Airbnb en México, Ángel Terral, señaló que “los precios no son responsabilidad de la plataforma”, mientras que la secretaria de Turismo, Nathalie Desplas, estimó que si apenas el 5% de los nómadas digitales del mundo visitarán México, se generarían 3,720 millones de dólares. Con ese argumento, el gobierno justificó la atracción deliberada de estos perfiles.
Una regulación que no llega
México no cuenta con una legislación federal que regule el fenómeno de la gentrificación. En la Ciudad de México, la actual jefa de Gobierno, Clara Brugada, ha expresado su preocupación por los desplazamientos forzados y ha prometido construir vivienda social en zonas afectadas. También ha propuesto programas de crédito para la mejora de inmuebles de uso habitacional.
En Oaxaca, el Congreso local analiza una propuesta de ley con 22 artículos que plantea limitar los aumentos de alquiler, obligar a que un porcentaje de nueva vivienda sea asequible, y sancionar desalojos sin causa justificada. La propuesta también busca regular plataformas de alojamiento con un padrón de anfitriones y licencias especiales para operar.
Cuando el mexicano queda fuera de su propia ciudad
Las consecuencias de la gentrificación son profundas. Según el profesor Víctor Delgadillo de la Universidad Autónoma de México, en 30 años, las zonas centrales de la Ciudad de México han perdido más de 300 mil habitantes, mientras que el sur ha incrementado su población en 1.3 millones. Zonas como Roma y Condesa han visto desaparecer el 20% de su población original.
Hoy, acceder a una vivienda digna en estas zonas es imposible para la mayoría. El 80% de la población capitalina está excluida del mercado inmobiliario. Un departamento promedio cuesta más de 4 millones de pesos. Tan solo en abril de 2025, la colonia Del Bosque duplicó su renta promedio a 36 mil pesos mensuales. La Tabacalera subió 29% y la Roma Norte 56%.
Gentrificar sin expulsar: el desafío pendiente
La gentrificación, entendida como sinónimo de modernización o progreso, ha permanecido como una visión incompleta y peligrosa en nuestro país. Si bien puede ser una oportunidad para revitalizar zonas olvidadas, recuperar espacios públicos o mejorar infraestructura, hacerlo sin un enfoque de justicia social termina por reproducir desigualdades y romper los vínculos que dan sentido a una comunidad a través de los años.
No se trata de rechazar el cambio, sino de guiarlo con responsabilidad. La participación activa de los vecinos, la regulación de plataformas digitales como Airbnb, el acceso equitativo a la vivienda y la preservación del tejido cultural deben ser ejes rectores de cualquier transformación urbana. Sin estas garantías, el desarrollo se vuelve exclusión, y el turista bienvenido se convierte — inconscientemente — en el principal detonante de una nueva forma de despojo.
La ciudad no debe embellecerse para expulsar, sino para incluir. Urbanizar no es borrar el pasado, sino construir futuro con quienes han estado siempre. Y mientras eso no ocurra, la gentrificación seguirá siendo un síntoma más de una ciudad que deja de pertenecer a quienes la hicieron posible.
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