León XIV llama a desmontar las estructuras que fabrican pobres y a devolver humanidad a la economía global
En su primera exhortación apostólica, Dilexi Te, el papa León XIV no ofrece un tratado de teología, sino un diagnóstico moral del mundo contemporáneo. Desde sus primeras líneas, denuncia una contradicción profunda: mientras crecen las élites que viven en “burbujas confortables y lujosas”, millones de personas mueren de hambre o sobreviven “en condiciones indignas del ser humano” (Dilexi Te, n. 11–12*).
No es solo un problema económico. Es un síntoma espiritual. La humanidad, advierte el Papa, ha normalizado el descarte y la indiferencia. “A veces bien enmascarada —escribe— persiste una cultura que descarta a los demás sin advertirlo siquiera.” (Dilexi Te, n. 11*).
En tiempos en que la pobreza se mide por algoritmos y estadísticas, León XIV recuerda que detrás de cada número hay un rostro, una historia y una herida. Su exhortación es una sacudida dirigida a creyentes y no creyentes: no se puede amar a Dios y tolerar que millones vivan como si no existieran.
De la caridad al cambio estructural
Dilexi Te se inscribe en la tradición de la Doctrina Social de la Iglesia, iniciada por Rerum Novarum (León XIII, 1891), que denunció la explotación obrera y fundó el pensamiento social católico moderno. León XIV continúa ese hilo al afirmar que la pobreza no es una fatalidad, sino el resultado de decisiones colectivas, estructuras injustas y sistemas económicos que privilegian el lucro sobre la vida.
“El compromiso por los pobres —dice— no puede limitarse a la asistencia; debe remover las causas sociales y estructurales de la pobreza” (Dilexi Te, n. 10*).
Este es el núcleo de su mensaje: no basta con dar, hay que transformar. La caridad es necesaria, pero no suficiente si no cambia las condiciones que generan exclusión.
El Papa retoma palabras de Francisco en Evangelii Gaudium: “No podemos olvidar que la inequidad es raíz de los males sociales” (Dilexi Te, n. 94*). Y añade: “Una economía que mata, una política que excluye, una cultura que no escucha el clamor de los pobres, no puede considerarse humana” (Dilexi Te, n. 92–93*).
Un mundo desigual y anestesiado
Los datos respaldan esta denuncia. Según el Banco Mundial (2024), más de 700 millones de personas viven hoy en pobreza extrema, con menos de 2.15 dólares diarios. En América Latina, el Informe CEPAL 2023 advierte que uno de cada tres latinoamericanos sufre algún tipo de privación básica, mientras que el 10% más rico concentra más del 70% de la riqueza regional.
México, por su parte, enfrenta una paradoja: a pesar del crecimiento económico, el 36% de la población sigue en pobreza, según el CONEVAL (2024). La pandemia y la inflación han empujado a millones de familias al límite, mientras los salarios mínimos apenas alcanzan para la mitad de la canasta básica urbana.
León XIV no utiliza estadísticas, pero sus palabras describen ese panorama: “En los países ricos las cifras relativas al número de pobres tampoco son menos preocupantes […]. En general, se percibe que han aumentado las distintas manifestaciones de pobreza” (Dilexi Te, n. 12*).
La pobreza ya no es uniforme, dice, sino múltiple y camaleónica: puede expresarse en la soledad, la exclusión digital, la fragilidad laboral o la pérdida del sentido. Es, en última instancia, una pobreza de relaciones.
La “alienación social”: cuando el egoísmo se vuelve normal
Uno de los conceptos más fuertes del documento es el de “alienación social” (Dilexi Te, n. 93*): esa mentalidad dominante que considera racional lo que en realidad es puro egoísmo. “Se vuelve normal ignorar a los pobres y vivir como si no existieran”, advierte el Papa.
El resultado es un sistema donde las personas valen por su productividad o su apariencia. El mercado define la dignidad. Los descartados —niños, ancianos, migrantes, enfermos— se convierten en invisibles.
Frente a esta lógica, León XIV plantea una pregunta profundamente evangélica:
“¿Los menos dotados no son personas humanas? ¿Los débiles no tienen nuestra misma dignidad?” (Dilexi Te, n. 95*).
La respuesta, dice, definirá el futuro moral del planeta. Si el progreso se construye sobre la exclusión, no es progreso, sino decadencia.
En un barrio popular de Guadalajara, José Luis Ramírez, panadero de 46 años, amasa cada madrugada no solo harina, sino fe. Hace tres años decidió abrir su negocio una hora antes para repartir pan gratis a los trabajadores que van rumbo al camión. “No es caridad, es agradecimiento”, dice. “Yo también pasé hambre cuando era niño. Si puedo evitarle eso a alguien, aunque sea un día, ya vale la pena.”
José Luis no sabe de encíclicas, pero vive lo que León XIV llama “caridad concreta que transforma la realidad” (Dilexi Te, n. 91*). Para él, el pan es una manera de predicar: “No sé hablar bonito, pero sé amasar. Y eso también alimenta.”
De la periferia a la política
El Papa va más allá de los gestos individuales. Afirma que “es preciso seguir denunciando las estructuras de injusticia […] con la ayuda de la ciencia, la técnica y las políticas eficaces” (Dilexi Te, n. 97*).
El texto llama a una revolución moral que atraviese la economía, la política y la cultura. Habla de “estructuras de pecado” —expresión acuñada por Juan Pablo II—, que hoy se traducen en corrupción, explotación laboral, degradación ambiental y desprecio por la vida.
Su propuesta es clara: poner la dignidad humana en el centro. Esto implica salarios justos, acceso universal a la salud, vivienda, educación y trabajo digno. Pero también, una conversión personal: dejar de pensar en los pobres como “ellos” y reconocernos como parte de un mismo cuerpo.
En Roma, la economista argentina María Eugenia Carballo, participante del proyecto Economy of Francesco, explica cómo Dilexi Te se ha convertido en un faro para jóvenes que buscan una economía con alma. “El Papa nos pide cambiar la lógica del beneficio por la lógica del cuidado. No se trata de demonizar el dinero, sino de humanizarlo.”
Para ella, Dilexi Te es la confirmación de que la Iglesia debe estar “en las fronteras del sistema”, acompañando a quienes el mercado deja atrás. “Francisco abrió el camino, León XIV lo está consolidando. Ambos nos invitan a pensar la economía desde la compasión.”
Una denuncia profética con esperanza
León XIV no se queda en la crítica. Su texto respira esperanza. Habla de los movimientos populares como “un torrente de energía moral que surge de los excluidos” (Dilexi Te, n. 81*). Reconoce en ellos un signo de resurrección: pueblos que no se resignan.
“Los pobres no son un problema, son parte del pueblo que construye historia”, escribe. Y agrega: “Los movimientos populares nos enseñan que la solidaridad no es limosna, sino modo de hacer historia” (Dilexi Te, n. 81–82*).
El mensaje es contundente: no habrá paz sin justicia social, ni justicia sin amor.
Conclusión: reconstruir el mundo desde abajo
Dilexi Te no es un manifiesto anticapitalista, sino un llamado a humanizar las relaciones económicas. León XIV recuerda que la fe cristiana no puede ser neutral ante el sufrimiento. Si el amor no se traduce en justicia, se vuelve estéril.
Su exhortación es una brújula para el siglo XXI: en un mundo fragmentado por la desigualdad, el camino hacia la plenitud humana pasa por el amor preferencial por los pobres, no como opción ideológica, sino como criterio evangélico.
“El amor cristiano —concluye— es profético, no conoce enemigos a los que combatir, sino solo hombres y mujeres a los que amar” (Dilexi Te, n. 120*).
Ese amor, vivido con coherencia, puede cambiar la historia.
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