Inversión educativa insuficiente y mal focalizada

En México, la escuela llega a casi todos, pero no enseña lo suficiente. Durante décadas, el sistema educativo logró expandirse hasta cubrir a millones de estudiantes en todos los niveles. Hoy, más de 30 millones de niñas, niños y jóvenes asisten a aulas públicas y privadas en el país. Sin embargo, los indicadores de aprendizaje muestran que el acceso no se ha traducido en conocimientos sólidos, y que la desigualdad sigue marcando el destino educativo de millones.

Las cifras oficiales de la Secretaría de Educación Pública (SEP) confirman que la cobertura en primaria es prácticamente universal y que la matrícula en secundaria y media superior se ha mantenido alta. Pero cuando se observa qué tanto aprenden los estudiantes, el panorama cambia. En la prueba PISA 2022, aplicada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), más de la mitad de los alumnos mexicanos no alcanzó el nivel mínimo en matemáticas, y el país se ubicó entre los últimos lugares del bloque evaluado.

Al presentar los resultados, Andreas Schleicher, director de Educación de la OCDE, advirtió que el reto de México no está sólo en llevar a los estudiantes a la escuela, sino en garantizar aprendizajes efectivos. “Los resultados muestran profundas brechas de calidad y equidad que requieren acciones urgentes”, señaló el funcionario.

El rezago no es nuevo, pero se agravó tras la pandemia. El cierre prolongado de escuelas provocó pérdidas de aprendizaje que aún no se compensan. Un estudio del Banco Mundial estimó que los estudiantes mexicanos perdieron el equivalente a más de un año de escolaridad efectiva, especialmente en lectura y matemáticas, lo que tendrá efectos de largo plazo en ingresos y productividad.

Las consecuencias fueron desiguales. En zonas rurales y comunidades marginadas, donde el acceso a internet y dispositivos fue limitado, miles de estudiantes abandonaron temporal o definitivamente la escuela. Aunque muchos regresaron a las aulas tras la reapertura, los niveles de rezago son mayores que antes de 2020.

Para la investigadora Sylvia Schmelkes, exconsejera del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, el problema va más allá del promedio nacional. “La educación en México sigue distribuyéndose de manera profundamente injusta; los estudiantes más pobres son los que menos aprenden, aun cuando asisten a la escuela”, ha señalado en diversos foros públicos.

El financiamiento es otro punto crítico. México destina alrededor del 4 por ciento de su Producto Interno Bruto a educación, una proporción menor a la de otros países de la región y por debajo de las recomendaciones internacionales. Aunque el sector educativo concentra uno de los presupuestos más altos del gasto público, gran parte se destina al pago de salarios, con poco margen para infraestructura, innovación o capacitación docente.

Miguel Székely, economista y especialista en política educativa, ha advertido que esta situación limita el impacto de la educación en el desarrollo del país. “México ha aumentado los años de escolaridad, pero no ha logrado convertirlos en habilidades productivas; eso explica, en parte, el bajo crecimiento económico y la persistencia de la desigualdad”, ha señalado en análisis publicados en medios nacionales.

El actual modelo educativo, conocido como la Nueva Escuela Mexicana, plantea un enfoque más comunitario y humanista, con menos énfasis en las evaluaciones estandarizadas. No obstante, especialistas y docentes coinciden en que el cambio de discurso no ha venido acompañado de una estrategia clara para elevar los aprendizajes básicos.

En muchas escuelas, los nuevos planes conviven con carencias históricas: grupos saturados, infraestructura deficiente y falta de formación continua para el magisterio. Maestros consultados en distintos estados señalan que la implementación ha sido desigual y que no existen mecanismos claros para medir avances reales en el aula.

Hoy, México se encuentra en una posición ambigua. Tiene un sistema educativo amplio, con presencia en casi todo el territorio, pero con resultados frágiles. La escuela cumple una función social indispensable, pero no logra romper el círculo que vincula origen social y desempeño académico.

Las evaluaciones muestran que los estudiantes de contextos urbanos y con mayores recursos siguen aprendiendo más que aquellos de zonas rurales o marginadas. La educación, lejos de ser un mecanismo de movilidad social, corre el riesgo de consolidar las brechas existentes.

Las perspectivas dependerán de las decisiones que se tomen en los próximos años. Especialistas coinciden en que la recuperación de aprendizajes tras la pandemia es urgente, especialmente en lectura, escritura y matemáticas. También señalan la necesidad de fortalecer la formación docente, mejorar las condiciones de trabajo en las escuelas y aumentar la inversión educativa con criterios de equidad.

Desde la OCDE se ha insistido en que los sistemas educativos que logran mejorar son aquellos que sostienen políticas de largo plazo, basadas en evidencia y con mecanismos claros de evaluación. En México, el desafío es transformar la cobertura en aprendizaje real.

La educación sigue siendo una de las principales promesas del país. Pero mientras aprender dependa del lugar donde se nace, esa promesa seguirá siendo, para millones, una meta incumplida.

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