IA sin freno: del escritorio a la geopolítica global

La inteligencia artificial (IA) dejó de ser un concepto reservado para científicos y películas futuristas. Hoy está en los teléfonos, en los autos, en los diagnósticos médicos y hasta en las decisiones estratégicas de gobiernos y empresas. En menos de una década, la IA pasó de ser una herramienta experimental a convertirse en un motor que redefine la economía global y las interacciones humanas.

Según un informe del McKinsey Global Institute (2024), más del 40% de las tareas laborales en sectores como servicios financieros, educación y salud ya pueden ser automatizadas en parte gracias a modelos de lenguaje y herramientas multimodales. El impacto no es menor: millones de empleos se transformarán, y otros tantos nacerán en industrias que hace cinco años ni siquiera existían.

Como señala el experto en ética tecnológica, Luciano Floridi, “la IA no es solo una herramienta: es una nueva infraestructura de conocimiento que cambia la forma en que producimos y distribuimos valor”.

La aceleración tecnológica: costos bajos, acceso masivo

Una de las razones de este crecimiento vertiginoso es la caída drástica en los costos de inferencia. Lo que hace una década costaba miles de dólares en cómputo, hoy se logra en segundos con herramientas accesibles en la nube. Plataformas como ChatGPT, Claude, Gemini o LLaMA ya no son exclusivas de corporaciones: estudiantes universitarios, emprendedores y comunidades rurales pueden utilizarlas con un teléfono y conexión a internet.

El Banco Mundial ha documentado cómo la IA comienza a cerrar brechas en países en desarrollo. En Ruanda, por ejemplo, agricultores usan sistemas de IA para optimizar cultivos; en México, médicos rurales utilizan algoritmos para interpretar radiografías a distancia.

Sin embargo, esta democratización no elimina los riesgos. Como advierte la investigadora mexicana Carolina Díaz, de la UNAM: “Si no generamos marcos éticos y legales claros, la IA no reducirá desigualdades, sino que las profundizará”.

Una rivalidad geopolítica: Estados Unidos vs. China

La IA no solo es tecnología; es también estrategia nacional. Estados Unidos y China compiten por dominar esta infraestructura, conscientes de que quien lidere la inteligencia artificial liderará el futuro económico y militar.

El gobierno de Xi Jinping declaró en 2017 su meta de ser “la potencia mundial en IA para 2030”. Desde entonces, ha invertido miles de millones de dólares en investigación, chips avanzados y aplicaciones de vigilancia. Por su parte, Estados Unidos aprobó en 2023 la CHIPS and Science Act, con la que busca garantizar independencia en semiconductores y liderazgo en innovación.

En palabras del analista geopolítico Ian Bremmer, “la IA es la nueva energía nuclear: no solo por su poder transformador, sino porque su control determinará el balance de poder global”.

El trabajo en transformación

La pregunta más frecuente es: ¿qué pasará con los empleos? El Foro Económico Mundial (2023) calcula que para 2027 se crearán 69 millones de nuevos puestos relacionados con IA y automatización, mientras 83 millones desaparecerán. No se trata de un simple reemplazo, sino de una reconfiguración profunda del mercado laboral.

Un ejemplo es Mariana López, diseñadora gráfica de 27 años en Ciudad de México. “Antes dedicaba horas a generar propuestas visuales; ahora uso IA para prototipos y me concentro en lo estratégico. Al inicio temía perder relevancia, pero descubrí que la clave es aprender a dirigir a la máquina, no competir con ella”, explica.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha insistido en que la transición debe ser justa, con capacitación masiva, actualización de competencias y políticas que protejan a los trabajadores más vulnerables.

Ética y valores en la era de la IA

La Doctrina Social de la Iglesia ofrece un marco para comprender estos cambios. En documentos como Caritas in veritate, Benedicto XVI subrayó que “el progreso tecnológico debe estar siempre al servicio de la persona humana y del bien común”.

Esto implica que la IA no puede regirse solo por la eficiencia económica, sino también por principios de justicia, dignidad y solidaridad.

El padre Paolo Benanti, asesor del Vaticano en temas digitales, lo resume así: “La IA no tiene alma, pero quienes la diseñan y utilizan sí. Por eso necesitamos una ética centrada en el ser humano, que evite que esta revolución se convierta en deshumanización”.

El genio que no volverá a la botella

La metáfora más repetida por expertos es clara: “el genio salió de la botella y no volverá”. Es decir, ya no existe marcha atrás en la expansión de la IA. Pretender detenerla es tan inútil como prohibir la electricidad en el siglo XIX o el internet en los noventa.

El desafío no está en frenar el avance, sino en orientarlo hacia el bien común. México, por ejemplo, enfrenta una oportunidad única: aprovechar la IA para mejorar educación, salud y seguridad, pero necesita políticas públicas robustas y colaboración entre gobierno, empresas y sociedad civil.

La inteligencia artificial ya no es un experimento: es la infraestructura invisible que organiza buena parte del mundo contemporáneo. El trabajo, la geopolítica y la vida cotidiana se están reescribiendo a una velocidad inédita.

El reto, sobre todo para las generaciones jóvenes, es no delegar a las máquinas lo que nos hace humanos: la creatividad, la empatía, la solidaridad. Como recuerda el Papa Francisco en Laudato Si’, “la técnica separada de la ética difícilmente será capaz de autolimitar su poder”.

El genio está fuera de la botella. La pregunta que queda es: ¿usaremos su poder para construir un mundo más justo y humano, o dejaremos que nos devore sin valores ni dirección?

 

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