Graduados en el fracaso

“Terminé la prepa, pero no sé cómo hacer un currículum. Nunca nos enseñaron eso. Ni hablar en público, ni manejar una computadora bien. Siento que me falló la escuela”, confiesa Daniela Gómez, de 19 años, egresada de una secundaria pública en el Estado de México. Su testimonio es reflejo de un fenómeno silencioso pero devastador: el sistema educativo actual no está preparando adecuadamente a las nuevas generaciones para el mundo que les toca vivir.

La educación es el corazón de toda sociedad que aspire al desarrollo económico, la cohesión social y la justicia. Pero en México, ese corazón late con dificultad. Lo confirman los resultados del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA) de la OCDE: en 2022, el 66% de los alumnos mexicanos no alcanzó el nivel mínimo de competencia en matemáticas, el 47% falló en lectura y el 52% en ciencias. El fracaso es estructural, no anecdótico.

Un sistema que reproduce desigualdades

Los problemas estructurales de la educación mexicana son múltiples y complejos. El primero es el subfinanciamiento crónico: México invierte apenas el 3.1% del PIB en educación básica, por debajo del promedio de la OCDE (4.9%). Esto se traduce en escuelas con techos colapsados, baños sin agua, aulas sin conexión a internet y alumnos sin libros actualizados.

Además, la desigualdad en el acceso es brutal. Según el CONEVAL, un niño que nace en una zona rural indígena tiene cuatro veces menos probabilidades de terminar la preparatoria que uno que nace en una ciudad con servicios. A eso se suma el abandono escolar: en 2023, más de 5 millones de niños y jóvenes estaban fuera del sistema educativo, de acuerdo con la SEP.

“Lo que tenemos no es un sistema nacional de educación, sino muchos sistemas paralelos: uno para los ricos, otro para los pobres, otro para comunidades rurales y otro para zonas urbanas marginadas”, denuncia la pedagoga Sylvia Schmelkes, expresidenta del INEE.

Programas viejos para un mundo nuevo

Aun en las mejores condiciones, los planes de estudio son obsoletos. A pesar de los esfuerzos por actualizar la Nueva Escuela Mexicana, persisten contenidos enciclopédicos, memorísticos y desconectados de la vida real. Poco se enseña sobre pensamiento crítico, alfabetización digital, habilidades emocionales o trabajo colaborativo.

El Informe sobre el Futuro del Trabajo de la OIT (2024) advierte que las competencias más demandadas en el siglo XXI son la resolución de problemas complejos, la inteligencia emocional, la adaptabilidad y la creatividad. Ninguna de ellas está en el centro del currículo actual. “Se sigue enseñando como si el mundo no hubiera cambiado desde los años 80”, sentencia el investigador Manuel Gil Antón, del Colegio de México.

Profesores sin apoyo, sin formación, sin horizonte

El rol de los docentes es clave, pero su realidad es desalentadora. En México, un maestro gana en promedio 10,300 pesos mensuales (datos del INEGI 2024), muchas veces sin prestaciones completas y con jornadas extendidas. La formación continua es escasa, y la actualización pedagógica, una excepción.

“Hay docentes que llevan 20 años sin una capacitación significativa. Así no podemos hablar de innovación ni de calidad”, alerta la maestra Citlali Rodríguez, directora de una primaria en Veracruz.

Además, persiste el problema de las plazas heredadas, la falta de incentivos para el mérito y los rezagos que dejó la pandemia: miles de maestros no pudieron adaptarse al entorno digital, lo que generó una brecha aún mayor entre estudiantes conectados y desconectados.

Consecuencias: una generación sin oportunidades

El impacto de esta crisis se refleja en la juventud mexicana. Solo el 16% de los jóvenes de entre 25 y 34 años cuenta con educación superior completa, según la OCDE, muy por debajo de países como Corea del Sur (70%) o Canadá (63%).

Esta baja preparación tiene efectos graves en el mercado laboral: 6 de cada 10 jóvenes en México están subempleados o en la informalidad. Además, la falta de educación de calidad perpetúa ciclos de pobreza: en familias donde los padres no terminaron la primaria, sus hijos tienen 3 veces más probabilidad de no concluir la secundaria.

Y en un mundo competitivo, los países que no invierten en educación pierden relevancia. En innovación, México ocupa el lugar 58 de 132 economías en el Índice Global de Innovación 2024. En áreas como ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM), las matrículas han disminuido en la última década.

Caminos posibles: soluciones reales y urgentes

No todo está perdido. Existen propuestas y experiencias exitosas que pueden guiar una reforma profunda. Entre ellas:

  • Incrementar la inversión educativa hasta el 6% del PIB, como recomienda la UNESCO.
  • Actualizar los planes de estudio, integrando habilidades socioemocionales, pensamiento crítico, programación y sostenibilidad.
  • Dotar a las escuelas de infraestructura digital, con conectividad universal y plataformas accesibles para todos.
  • Dignificar la labor docente, con formación continua, evaluaciones justas y mejores condiciones laborales.
  • Fomentar alianzas público-privadas, como el modelo de escuelas STEM impulsado en Querétaro junto con empresas del sector aeronáutico.
  • Promover la equidad, priorizando a comunidades marginadas, indígenas y rurales con programas focalizados.

Comunidad, Iglesia y corresponsabilidad

El cambio no puede venir solo desde el gobierno. La comunidad, las familias y las instituciones religiosas tienen un papel fundamental. La Doctrina Social de la Iglesia, en documentos como Gravissimum Educationis o Caritas in Veritate, insiste en que la educación es un bien común que exige el compromiso de todos.

“Educación no es solo un derecho, es una responsabilidad compartida”, recuerda el padre Alberto Merino, párroco de una comunidad en Oaxaca donde la parroquia organiza círculos de lectura, asesorías y mentorías para jóvenes de secundaria.

Padres que participan en las escuelas, empresas que apoyan con becas, universidades que abren sus puertas a preparatorias públicas: todos estos esfuerzos son parte de una nueva cultura educativa basada en la solidaridad y la justicia.

Educar es construir país

Un sistema educativo sólido no solo forma profesionistas, sino ciudadanos conscientes, críticos y compasivos. Si México quiere un futuro con justicia, innovación y competitividad, no puede seguir relegando la educación. El fracaso del sistema educativo es el fracaso del país entero.

La esperanza está en cambiar el rumbo, invertir en las nuevas generaciones y entender que, como dijo el Papa Francisco, “educar es un acto de amor, es dar vida”.

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