Desde que comenzó a hablarse de la menopausia y de la terapia hormonal, un halo de temor (“hormonofobia”) ha acompañado a las mujeres que consideran el uso de estrógenos más allá de los síntomas clásicos como sofocos o sequedad vaginal. Sin embargo, emergen investigaciones que sugieren que esos mismos estrógenos podrían estar ejerciendo un papel clave en la protección del cerebro, especialmente en la transición menopáusica. ¿Qué tanto hay de mito y qué tanto de evidencia? Este artículo lo explora desde el contexto científico, el testimonio real, la dimensión ética de los valores humanos y el llamado a una reflexión informada.
Las hormonas sexuales femeninas (estrógenos, principalmente) no sólo regulan el ciclo reproductivo y los cambios físicos de la mujer, sino que también afectan tejidos que van mucho más allá de los órganos típicamente asociados: el cerebro es uno de ellos. Un artículo reciente de Andrea Genazzani, referente mundial en endocrinología ginecológica y neuroendocrinología, afirmó:
“Los estrógenos tienen muchísimas funciones y una es proteger al cerebro.” Y advierte sobre los riesgos de la hormonofobia: “Está totalmente subutilizada” la terapia hormonal en ciertas circunstancias.
Desde una mirada humanista, es prudente ver la salud de la mujer como un bien que abarca cuerpo, mente y espíritu, en un marco de legalidad, ética y valores humanos. Negar posibilidades de cuidado basadas únicamente en temores, sin información certera, interroga esa dignidad.
Científicamente, estudios en neurociencia y endocrinología muestran que el declive de los estrógenos al aproximarse o al entrar en la menopausia coincide con cambios en el cerebro femenino —sobre estructura, función y metabolismo— que podrían aumentar la vulnerabilidad a deterioro cognitivo o enfermedades neurodegenerativas. Por ejemplo, una revisión sistemática reciente encontró que los estrógenos juegan papel en las redes cerebrales humanas, tanto en conectividad como en función.
Una voz que aterriza el problema
María (nombre ficticio para preservar anonimato), 49 años, comenzó a notar que se olvidaba de citas, que le costaba concentrarse en el trabajo y que los cambios de humor, antes excepcionales, aparecían con frecuencia. “Pensé que era estrés, que no dormía bien, quizá que la edad me estaba alcanzando”, cuenta. Fue en la consulta con su ginecóloga que le sugirieron revisar hormonas: “Me explicaron que podía estar entrando en la perimenopausia, que los estrógenos bajaban, y que ese descenso puede afectar también el cerebro”, relata.
Tras decidir junto con su médico establecer terapia hormonal personalizada, María reconoce: “No fue cuestión de que me arreglaran la menopausia, fue que me devolvieron claridad mental y un mínimo de paz que creía perdida”.
Este testimonio conecta con la investigación y, al mismo tiempo, con el valor humano de acompañar los procesos de cambio, de procurar bienestar pleno y no resignarse al deterioro como inevitable.
Evidencia científica al detalle
Los estrógenos actúan sobre el sistema nervioso de múltiples maneras: se unen a receptores de estrógeno (ER α y ER β) en neuronas y células de la glía, y modulan mecanismos de inflamación, estrés oxidativo, plasticidad sináptica y reparación de ADN. En un estudio de 2005 se planteó que:
“Estrogens have been shown to affect the nervous system in many different ways… The results of small randomized trials and larger observational studies suggest a beneficial effect of estrogen therapy on cognitive function in symptomatic postmenopausal women.”
Otro análisis más reciente (2024) encontró que en mujeres de edad menopáusica, una mayor densidad de receptores de estrógeno en regiones cerebrales se asociaba con peor memoria, lo que sugiere una “ventana temporal crítica” para aprovechar los beneficios de intervención.
Además, se ha señalado que el descenso abrupto de estrógenos favorece procesos inflamatorios en el cerebro —la microglía, por ejemplo, responde al estradiol— y que este conjunto de cambios puede acelerar el envejecimiento cerebral.
La menopausia, la “ventana crítica” y los riesgos
Aunque la evidencia es prometedora, no todo es concluyente. En el famoso ensayo Women’s Health Initiative Memory Study (WHIMS), en mujeres mayores de 64 años, la terapia hormonal combinada (estrógenos + progestina) no demostró reducir demencia, incluso observó un aumento del riesgo en ese grupo. Por ello, la hipótesis señala que la “ventana de oportunidad” está en los primeros años de la menopausia, no en edades avanzadas.
Asimismo, una revisión sistemática reciente estima: “This systematic review summarises findings on the role of estrogens for structure, function, and connectivity of human brain networks.”
En otras palabras: los estrógenos pueden tener potencial, pero la aplicación debe ser personalizada, bien evaluada y no vista como solución universal. La hormonofobia —el miedo al uso o a la terapia hormonal por los supuestos riesgos— puede hacer que muchas mujeres queden sin acceso a una opción que podría mejorar su calidad de vida. Genazzani lo advierte: “La hormonofobia está impidiendo que la terapia hormonal sea empleada cuando debe serlo”.
Integridad, legalidad y valores
Desde la perspectiva de los valores del bien común, la dignidad de la mujer, el buen uso de la ciencia en favor de la persona, la Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que la salud no puede reducirse a síntomas o a tratamientos sin considerar la persona en su totalidad. Negar la evidencia o dejar que el miedo impida decisiones informadas vulnera el principio de acompañamiento, la justicia en salud y el valor de la verdad.
La legalidad exige que los tratamientos que se ofrezcan cuenten con respaldo científico, consentimiento informado, protocolos adecuados y vigilancia médica. Es imprescindible que los ginecólogos, endocrinólogos y profesionales de salud actúen con transparencia, claridad y respeto a la autonomía de la mujer.
Riesgos, mitos y realidades
- Mito: “La terapia hormonal es siempre peligrosa.”
Realidad: No es universalmente peligrosa, pero sí debe evaluarse caso por caso, considerando edad, salud cardiovascular, antecedentes, tipo de hormonas, vía de administración. - Mito: “Los estrógenos sólo sirven para los síntomas vasomotores.”
Realidad: Tienen múltiples funciones: óseo, cardiovascular, metabólico, y cada vez hay más evidencia de su rol neuroprotector. - Riesgo real: La hormonofobia —prejuicio que lleva a evitar tratamiento con base en temores, no en información— puede dejar a mujeres sin opciones que mejoren su calidad de vida y salud cerebral.
- Importante: La decisión terapéutica debe considerar cuándo se inicia la terapia, qué tipo de estrógenos, vía de administración (oral, transdérmica, etc.), y la existencia de contravenciones médicas (por ejemplo, trombosis, cáncer de mama, etc.)
¿Qué implica para la mujer joven-adulta (18-35 años) y la que se aproxima a menopausia?
Aunque esta franja de edad pueda parecer lejano al tema menopáusico, conviene tener presente:
- La educación hormonal y cerebral debe comenzar temprano. Conocer que hay vínculos entre hormonas y salud cerebral refuerza la prevención, los estilos de vida saludables (no fumar, buen control de diabetes, hipertensión, dislipidemias) que Genazzani advierte como cofactores de riesgo neuronal.
- Cuando se acerque la transición menopáusica (aproximadamente entre los 45-55 años), contar con información para evaluar la opción de terapia hormonal como parte de un acompañamiento integral, no sólo como solución de síntomas.
- Tener una mentalidad de cuidado integral: salud cerebral, emocional, espiritual, como un único proyecto de vida, en línea con los valores humanos, de respeto a la creación (nuestro cuerpo), y de responsabilidad personal y colectiva.
Propuestas y reflexiones finales
- Mayor divulgación científica: Los profesionales de salud deben comunicar de forma clara los beneficios y riesgos, contrarrestando la hormonofobia con evidencia.
- Atención personalizada: Evaluar cada caso —edad, tiempo desde el inicio de la menopausia, salud general, preferencias— para definir si la terapia hormonal es adecuada.
- Enfoque preventivo: No esperar a que aparezca deterioro, sino contemplar que el momento de comenzar puede importar; la “ventana crítica” es clave.
- Valores y dignidad: Reconocer que toda mujer merece acceso a información, acompañamiento, tratamientos que consideren su cuerpo, su mente y su espíritu. La salud no debe ser sacrificada al tabú.
- Sociedad y educación: Romper estigmas sobre la menopausia, la salud hormonal y cerebral, y fomentar una cultura de cuidado que incluya la prevención y el respeto a la edad, el género y la dignidad humana.
Los estrógenos no son simplemente hormonas “de la menopausia” o “del ciclo”; son piezas clave de un sistema biológico que involucra el cerebro, la mente, la identidad y el bienestar integral de la mujer. Cuando la evidencia científica señala su función neuroprotectora —como resalta Andrea Genazzani: “una de sus muchas funciones es proteger al cerebro”— no podemos permitir que el miedo, la desinformación o los prejuicios definan decisiones de salud.
Es momento de abrir el diálogo, promover la educación, fortalecer la atención médica especializada y acompañar a las mujeres en esta etapa de la vida con conocimiento, libertad y esperanza. Al fin que no se trata solo de prolongar la vida, sino de que cada mujer pueda vivir sus años con plenitud, claridad y sentido.
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