En el último periodo extraordinario de sesiones del Congreso de la Unión, ambas cámaras —Diputados y Senadores— aprobaron por mayoría la iniciativa de ley que reconoce y garantiza el ejercicio de la medicina tradicional indígena como parte del Sistema Nacional de Salud. Con esta reforma, que modifica diversos artículos de la Ley General de Salud y de la Ley de los Pueblos y Comunidades Indígenas, México da un paso histórico hacia la inclusión de saberes ancestrales que, durante siglos, fueron marginados o considerados inferiores.
El dictamen aprobado establece que el Estado deberá proteger, promover, integrar y respetar los sistemas de salud propios de los pueblos originarios, reconociendo sus médicos tradicionales, parteras, hueseros, curanderos y terapeutas indígenas como prestadores de servicios dentro del modelo intercultural.
“Es un acto de justicia histórica. No estamos hablando solo de costumbres, sino de un sistema médico ancestral que ha sobrevivido al colonialismo, al desprecio y al olvido”, afirmó la senadora Jesusa Rodríguez durante la votación en el Senado. Por su parte, el subsecretario de Integración y Desarrollo del Sector Salud, Juan Manuel Quijada, destacó que esta ley “fortalece el derecho a la salud con pertinencia cultural” y reconoce el pluralismo médico.
Un legado milenario: medicina y cosmovisión
Los pueblos mesoamericanos practicaban desde tiempos remotos una medicina compleja e integral, donde la enfermedad no era solo un problema físico, sino un desequilibrio espiritual, social y natural. Los mexicas, mayas, purépechas, zapotecos y muchos otros contaban con médicos especializados —como los ticitl—, usaban miles de especies de plantas medicinales y conocían técnicas quirúrgicas avanzadas para su época. El uso de temazcales, baños con plantas, limpias, masajes, dietas rituales y atención psicoemocional formaban parte del tratamiento.
El fraile Bernardino de Sahagún documentó que los médicos indígenas trataban heridas con orina por sus propiedades antisépticas, cerraban incisiones con cabello humano o mandíbulas de hormiga y conocían analgésicos naturales. La Organización Mundial de la Salud ha reconocido que al menos el 80% de la población mundial recurre a medicinas tradicionales para cubrir sus necesidades básicas de salud.
No obstante, desde la época colonial, estas prácticas fueron criminalizadas, ridiculizadas o relegadas a la informalidad. A lo largo del siglo XX, muchos médicos indígenas enfrentaron persecución, y sus saberes fueron sistemáticamente excluidos de la educación formal. La nueva ley busca revertir ese rezago.
Lo que dice la ley
La iniciativa aprobada establece los siguientes ejes:
- Reconocimiento legal a las prácticas de medicina tradicional indígena como parte del sistema de salud.
- Respeto a la autonomía de los pueblos en el ejercicio de sus saberes medicinales.
- Registro voluntario y validación comunitaria de médicos tradicionales.
- Coordinación entre instituciones de salud pública y curanderos, parteras, hueseros o terapeutas indígenas.
- Garantía de acceso a la salud con pertinencia cultural y lingüística.
- Promoción del uso de la herbolaria tradicional y su investigación científica.
- Protección del conocimiento tradicional como propiedad colectiva y parte del patrimonio biocultural.
Además, se instruye a la Secretaría de Salud a crear un reglamento específico para integrar estos servicios en hospitales rurales y centros comunitarios. También se prevé un registro nacional de médicos tradicionales, siempre bajo consentimiento y aval comunitario.
Teresa González, partera otomí del Valle del Mezquital, ha asistido más de 300 partos en los últimos 25 años, sin tener jamás un título oficial. “A mí me enseñó mi abuela. Ella me decía que cuando un bebé viene, lo primero que hay que cuidar es el alma, no solo el cuerpo”, cuenta con orgullo.
Durante décadas, Teresa fue ignorada por las autoridades sanitarias. “Hubo una vez que me amenazaron con denunciarme por atender un parto en casa. Pero las mujeres me siguen buscando porque sienten confianza, porque hablo su idioma y conozco sus costumbres”, relata. Con esta ley, ella y miles como ella podrán ejercer su vocación sin temor y con reconocimiento legal.
“No queremos sustituir a los doctores. Solo pedimos que respeten nuestros conocimientos y que trabajemos juntos”, concluye Teresa.
Obstáculos, críticas y desafíos
Pese al avance, la aprobación de esta ley no está exenta de polémicas. Organismos como el Colegio Mexicano de Medicina afirman que deben establecerse criterios rigurosos para evitar prácticas fraudulentas o charlatanería. “La validación comunitaria es importante, pero se requiere también una mínima regulación técnica”, sostuvo en entrevista la doctora Ana Laura Pérez, epidemióloga de la UNAM.
Además, existen resistencias institucionales dentro del sistema de salud que aún ve con desconfianza a los saberes no biomédicos. “El reto no es solo legal, sino mental y cultural”, advirtió el antropólogo Eduardo Menéndez, pionero en estudios sobre pluralismo médico.
Otros especialistas llaman a establecer mecanismos claros de articulación entre ambos sistemas para evitar duplicidades o contradicciones. “Lo ideal sería un modelo intercultural de salud, donde convivan saberes sin subordinaciones”, explicó la doctora Doris Rusch, asesora de la OMS para América Latina.
Más que una ley, un giro de mirada
El reconocimiento legal de la medicina tradicional indígena no es una concesión folklórica, sino un acto de reconciliación histórica. También representa una oportunidad para enriquecer el sistema de salud nacional, particularmente en comunidades rurales donde el acceso a servicios médicos es limitado.
La ley se alinea con principios fundamentales de como el respeto a la dignidad de las personas, la subsidiariedad y la promoción del bien común. Reconocer que existen diversas formas válidas de cuidar la vida humana es un signo de madurez social y política.
En palabras del obispo de San Cristóbal de Las Casas, Rodrigo Aguilar Martínez: “La salud, como la fe, tiene muchas lenguas. Y en cada lengua habita un rostro de Dios. Honrar la medicina de los pueblos indígenas es honrar su derecho a vivir según su cultura y sus creencias”.
Sanar no es solo curar
En un país marcado por profundas desigualdades sociales y étnicas, esta ley significa una reparación moral y jurídica a siglos de despojo cultural. Pero también es una invitación a construir un modelo de salud más humano, más plural, más cercano a la tierra y a las personas.
Integrar la medicina tradicional indígena no solo es un acto de justicia: es una estrategia de salud pública eficaz, económica y culturalmente pertinente. Y, sobre todo, es una forma de recordar que el conocimiento no siempre viene en bata blanca ni en recetarios clínicos. A veces, viene en lengua náhuatl, entre humo de copal, cantos ancestrales y manos que han sanado por generaciones.
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