El rostro invisible de la pobreza

En México, más de 46 millones de personas viven en situación de pobreza según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL, 2024). Las cifras suelen ocupar titulares, pero pocas veces se traducen en un entendimiento profundo de lo que significa vivir en condiciones que atentan directamente contra la dignidad humana.

La Doctrina Social de la Iglesia recuerda que la persona es el centro de toda acción política y económica. Sin embargo, cuando el hambre, el hacinamiento o la inseguridad cotidiana son la norma, esa centralidad se diluye y el ser humano se convierte en un número olvidado. Como señaló el papa Francisco en Fratelli Tutti: “Nadie puede quedar excluido, nadie puede ser invisible”.

Este reportaje busca dar voz a quienes, desde la pobreza, experimentan cómo su dignidad se ve vulnerada.

El hambre como herida en el cuerpo y en el alma

El testimonio de Angelina Méndez, mujer mixteca que gana menos de un dólar diario tejiendo sombreros, es desgarrador. Para calmar el dolor de estómago provocado por la falta de alimentos, bebe agua caliente. “A veces siento que no sé pensar bien por el hambre”, confiesa con la mirada perdida.

Su relato ilustra lo que los expertos llaman “la pobreza multidimensional”: no se trata solo de ingresos, sino de privaciones que afectan alimentación, salud, educación y vivienda. El Panorama de la Seguridad Alimentaria en América Latina de la FAO (2023) advierte que más de 23 millones de mexicanos sufren inseguridad alimentaria moderada o severa.

El hambre, además de debilitar el cuerpo, afecta la mente y la capacidad de aprendizaje. “Un niño desnutrido rinde hasta 40% menos en la escuela”, explica el nutricionista Héctor Aguirre, consultor de UNICEF. Esto perpetúa un círculo de desigualdad que atraviesa generaciones.

Vivienda precaria: hogares que no protegen

Otro rostro de la pobreza es el de Guadalupe, madre que habita junto a sus hijos en un autobús destrozado en Xochimilco. “Tengo miedo de que me los quiten. Solo pido que no nos olviden”, dice entre lágrimas mientras muestra cómo los palos sostienen las láminas que hacen de paredes.

De acuerdo con el INEGI, 14% de las viviendas en México presentan condiciones inadecuadas: hacinamiento, falta de drenaje o techos improvisados. La vivienda deja de ser refugio y se convierte en amenaza.

“Dormir con miedo a que la lluvia tumbe tu casa no es vida digna”, asegura María López, integrante de la Red Nacional de Vivienda Digna. Este tipo de precariedad incrementa enfermedades respiratorias, accidentes domésticos y la sensación permanente de inseguridad.

Invisibilidad social: cuando el pobre deja de ser ciudadano

Más allá de la falta de recursos, la pobreza genera un sentimiento devastador: la invisibilidad. “Se siente como si no existieras”, dice Ramiro, joven de 24 años en Iztapalapa que trabaja en la informalidad cargando cajas en un mercado.

Este silencio social es parte de lo que la Doctrina Social de la Iglesia denuncia como la “cultura del descarte”. Según el Latinobarómetro 2024, solo el 19% de los latinoamericanos cree que los gobiernos se preocupan realmente por los pobres. La falta de representación política y de acceso a servicios básicos alimenta la percepción de abandono.

Causas estructurales: un muro difícil de escalar

Las historias de Angelina, Guadalupe y Ramiro no son casos aislados. Responden a causas estructurales:

  • Desigualdad extrema: México es uno de los países más desiguales de la OCDE. El 10% más rico concentra más del 60% de la riqueza.
  • Informalidad laboral: Más del 55% de la población económicamente activa trabaja sin seguridad social (INEGI, 2024).
  • Débil acceso a salud y educación: Tras la desaparición del Seguro Popular y el fracaso del INSABI, millones quedaron sin cobertura médica. En educación, la deserción en secundaria y preparatoria afecta principalmente a jóvenes pobres.

“El sistema reproduce la desigualdad porque no garantiza piso parejo”, señala Gonzalo Hernández Licona, exsecretario de CONEVAL.

Pobreza y dignidad: una mirada desde los valores mexicanos

En la cultura mexicana, la dignidad se asocia con el respeto mutuo, la solidaridad y el orgullo de pertenencia. Sin embargo, cuando las familias no logran comer juntas en la mesa, cuando los hijos deben dejar la escuela para trabajar, esos valores se ven golpeados.

Doña Celia Martínez, abuela en Oaxaca, lo expresa con sencillez: “Ser pobre no da vergüenza, lo que duele es que te traten como si no valieras nada”.

La Doctrina Social de la Iglesia enfatiza la opción preferencial por los pobres, no como un eslogan, sino como principio ético: la justicia social no puede posponerse. La dignidad no se mide en pesos, sino en el reconocimiento del otro como hermano.

Caminos de esperanza: lo que sí puede hacerse

Frente a este panorama, existen iniciativas que buscan devolver la dignidad a quienes la han visto vulnerada:

  • Economía social y solidaria: cooperativas indígenas que dan valor justo al trabajo artesanal.
  • Programas de vivienda progresiva: apoyos para que las familias mejoren sus casas con materiales duraderos.
  • Redes comunitarias: comedores populares y bancos de alimentos que mitigan el hambre inmediato.
  • Educación inclusiva: proyectos que llevan becas y tecnología a zonas rurales marginadas.

El reto, según la académica Carmen Trueba, del ITESO, es que “estas acciones no sean paliativos aislados, sino parte de una política integral que ponga la dignidad en el centro”.

De  la estadística al compromiso humano

La pobreza en México no puede seguir analizándose únicamente desde los indicadores económicos. Detrás de cada cifra hay una vida que sufre, una voz que pide ser escuchada y un rostro que refleja la erosión de la dignidad.

Los testimonios de Angelina, Guadalupe, Ramiro y Celia recuerdan que el verdadero drama no es la carencia material, sino el olvido social. La tarea es de todos: gobierno, sociedad civil, empresas y ciudadanos.

Como afirmó San Juan Pablo II: “El respeto a la dignidad del otro comienza cuando dejamos de verlo como número y lo reconocemos como persona”.

En México, millones esperan ese reconocimiento. No podemos olvidarlos.

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