La salud mental no es únicamente un asunto clínico o de políticas públicas; es, ante todo, un espejo de los valores éticos de una sociedad. La manera en que una nación trata a quienes enfrentan ansiedad, depresión o esquizofrenia revela qué tan en serio toma la dignidad humana, la justicia y la solidaridad. México, como gran parte del mundo, ha transitado de décadas de encierro y estigmatización hacia un horizonte de derechos, inclusión y acompañamiento, aunque el camino sigue siendo largo.
Este reportaje explora las implicaciones éticas, los derechos humanos y los valores humanistas que atraviesan la atención a la salud mental, con énfasis en los principios de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y en la cultura mexicana, profundamente marcada por la fe, la solidaridad comunitaria y la búsqueda de justicia social.
Dignidad humana: el corazón del debate
La dignidad es la piedra angular. Toda persona, por el hecho de serlo, posee una dignidad inviolable que no depende de su estado de salud, capacidades o productividad. Esto implica que un ciudadano con esquizofrenia o depresión merece el mismo respeto que cualquier otra persona.
Históricamente, sin embargo, la realidad ha sido distinta. A lo largo del siglo XX en México y otros países, las personas con enfermedades mentales fueron frecuentemente recluidas en instituciones psiquiátricas bajo condiciones inhumanas. Eran llamadas “locos” o “inútiles” y privadas de participar en decisiones básicas de su vida. Ese pasado aún deja huella en el estigma que persiste hoy: el prejuicio social que las percibe como peligrosas, impredecibles o “culpables” de su condición.
El Papa Francisco fue contundente: “Es urgente la superación total del estigma con el que muchas veces se ha tildado la enfermedad mental”. En efecto, reducir a una persona a su trastorno contradice la compasión humana más elemental.
Derechos humanos: del papel a la realidad
La dignidad se traduce en derechos concretos. El derecho a la salud implica acceso a atención adecuada y sin discriminación. El derecho a la autonomía obliga a garantizar que internamientos involuntarios sean la excepción y siempre bajo salvaguardas. El derecho a la integración social demanda acceso a la educación, al trabajo y a la participación política, sin exclusiones arbitrarias.
La Convención de la ONU sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CRPD), ratificada por México, establece que quienes tienen discapacidad psicosocial deben gozar de capacidad legal, derecho a la vida comunitaria y consentimiento informado.
En 2022, México dio un paso al reformar su marco normativo para alinearse a estos principios, promoviendo atención comunitaria y limitando internamientos indefinidos. No obstante, la implementación tropieza con la falta de capacitación, recursos y mecanismos de vigilancia que garanticen que los hospitales psiquiátricos no reproduzcan abusos.
El testimonio de Diana, sobreviviente de depresión, ilustra la urgencia de una atención ética: “La gente dice que uno no piensa sino en uno mismo al concebir el suicidio, pero es todo lo contrario: tan hondo era mi dolor que pensaba: ‘Si me muero, le dolerá a mi mamá al principio, pero después saldrá adelante’”.
Lejos de egoísmo, sus pensamientos revelaban un sufrimiento inmenso y una distorsión cognitiva que solo se resolvió cuando fue acogida con empatía y acompañamiento profesional.
Solidaridad: cargar con las cargas del otro
La solidaridad significa reconocer la responsabilidad compartida por el bienestar de los demás. En salud mental, esto se traduce en acciones cotidianas: acompañar a un amigo a terapia, no abandonar al familiar con esquizofrenia, organizar redes de apoyo vecinales para evitar la soledad de adultos mayores.
Las familias mexicanas, muchas veces cuidadoras principales, cargan con el peso de la enfermedad mental sin apoyos suficientes. La solidaridad social exige que el Estado y las comunidades provean recursos, educación para cuidadores y respiros para que no enfrenten la tarea en soledad.
Existen ejemplos inspiradores: grupos de apoyo parroquiales que acompañan a padres de jóvenes con depresión, asociaciones civiles que ofrecen talleres a cuidadores de pacientes con Alzheimer, y vecinos que, organizados, visitan a adultos mayores aislados. Estas iniciativas revelan que la solidaridad no es un ideal abstracto, sino una práctica que sostiene el tejido social.
Justicia: igualdad en el acceso al cuidado
Hablar de justicia en salud mental es hablar de equidad. Quienes más sufren —personas pobres, marginadas o habitantes de zonas rurales— suelen ser quienes menos acceso tienen a tratamiento. Esto perpetúa un ciclo de exclusión.
La justicia demanda políticas que prioricen a los más rezagados: brigadas de salud mental en comunidades indígenas, subsidios para medicamentos psiquiátricos, servicios comunitarios en colonias populares. También implica trato igualitario: que una licencia por depresión reciba la misma consideración que una por cirugía, que un estudiante con ataques de pánico no sea ridiculizado sino apoyado.
El Dr. Ricardo Bucio, especialista en políticas sociales, lo resumió en un foro reciente: “La justicia en salud mental no es dar lo mismo a todos, sino dar más a quienes más lo necesitan”.
Bien común: una nación más sana, una sociedad más fuerte
Invertir en salud mental no solo beneficia al individuo, sino al conjunto. Una población mentalmente sana implica familias más estables, comunidades más seguras y economías más productivas. Menos depresión significa menos incapacidades laborales, menos abandono emocional infantil y menos suicidios que desgarran el tejido social.
Estamos llamados como sociedad a ser instrumentos de alivio para los “cansados y agobiados”. En México, varias diócesis han creado pastorales de salud mental para acompañar a quienes atraviesan depresión o duelo, combatiendo la idea de que la enfermedad mental es falta de fe. Estas iniciativas muestran cómo la fe puede ser aliada en la promoción del bienestar emocional.
Ética y compasión como prueba de la sociedad
La salud mental es un campo donde se ponen a prueba la ética, los valores y la capacidad de compasión de una sociedad. Como señaló el Papa Francisco, debemos “hacer prevalecer la cultura de la comunidad sobre la mentalidad del descarte”.
En las heridas visibles de quienes sufren depresión, ansiedad o esquizofrenia, se manifiesta una verdad profunda: su dignidad permanece intacta. Respetarlos, acompañarlos e incluirlos no solo es un deber, sino un acto que enaltece también a toda la nación mexicana.
La pregunta que queda abierta es: ¿seremos capaces de construir un país donde la dignidad y la solidaridad sean más fuertes que el estigma y la indiferencia? La respuesta marcará el rostro humano de nuestra sociedad en los próximos años.
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