El bebé que nació de un tubo de ensayo

El 25 de julio de 1978, en Oldham, Inglaterra, nació Louise Joy Brown. Su llegada al mundo no habría sido noticia si no fuera por un detalle: fue el primer ser humano concebido mediante fertilización in vitro (FIV), una técnica revolucionaria que permitió por primera vez que la vida humana comenzara fuera del cuerpo de la madre. Ese día no sólo nació una niña, sino una era: la de la reproducción asistida. Desde entonces, millones de personas han nacido gracias a esa tecnología. Pero también comenzó un debate profundo, aún vigente, sobre los límites éticos de la ciencia, la dignidad de la vida y el papel de la bioética.

El contexto científico y humano: la historia detrás de Louise

A finales del siglo XX, la infertilidad afectaba a un número considerable de parejas, y la medicina buscaba alternativas para ayudar a quienes deseaban tener hijos. Fue en este contexto que el fisiólogo Robert Edwards y el ginecólogo Patrick Steptoe desarrollaron la técnica de la fertilización in vitro: extraer un óvulo, fecundarlo con esperma en un laboratorio y luego implantarlo en el útero materno.

El procedimiento, entonces inédito, generó escepticismo, críticas y temor. Se pensaba que los “bebés de probeta” serían anormales, sufrirían estigmatización o tendrían consecuencias imprevisibles para su salud o identidad. Sin embargo, Louise nació sana, creció normalmente, se casó y tuvo hijos por medios naturales. “Soy la prueba de que la FIV puede traer felicidad a una familia que lucha con la infertilidad”, declaró en una entrevista para BBC News en 2008, al cumplir 30 años.

El procedimiento fue también el resultado de años de investigación privada, enfrentando rechazos académicos, escasez de financiamiento y el debate público sobre si era legítimo “crear vida en laboratorio”. “No fue fácil, pero creíamos que había parejas que merecían una oportunidad”, escribió el doctor Edwards, quien recibiría el Premio Nobel de Medicina en 2010, tres años antes de fallecer.

El desafío ético: ¿puede la técnica alterar el sentido de la vida?

El nacimiento de Louise Brown no sólo abrió una puerta médica, también desató un complejo debate ético. ¿Es moral manipular la vida humana desde sus inicios? ¿Qué pasa con los embriones que no son implantados? ¿Puede haber selección de características genéticas?

Desde una perspectiva bioética, la FIV plantea preguntas fundamentales: ¿cuándo comienza la vida? ¿Se puede tratar un embrión como “material de descarte”? ¿Hasta qué punto la ciencia puede intervenir en la creación de un ser humano sin despersonalizarlo?

La filósofa española Victoria Camps advierte: “La ética no se opone al progreso científico, pero debe poner límites cuando está en juego la dignidad humana”. Por eso, muchos países han legislado con base en principios bioéticos que prohíben, por ejemplo, la creación de embriones con fines experimentales o la selección genética con criterios no médicos.

En este marco, organismos como el Comité Internacional de Bioética de la UNESCO insisten en que “la dignidad de la persona humana debe prevalecer sobre el interés de la ciencia o la sociedad”.

La visión de la Iglesia Católica: defender la vida desde el origen

Desde el inicio, la Iglesia Católica ha mantenido una postura crítica frente a las técnicas de reproducción asistida que disocian el acto conyugal de la procreación. En la instrucción “Donum Vitae” (1987), la Congregación para la Doctrina de la Fe expresó su preocupación por “la instrumentalización del embrión humano”, al que considera desde la concepción como sujeto de dignidad plena.

El Papa Juan Pablo II afirmó en 1995, en la encíclica Evangelium Vitae, que “la vida humana es sagrada desde su comienzo hasta su término natural”, y que todo método que implique el sacrificio de embriones o su manipulación con fines no terapéuticos es éticamente inaceptable.

Sin embargo, la Iglesia no es insensible al sufrimiento de las parejas que no pueden concebir. Promueve alternativas compatibles con la ética cristiana, como la naprotecnología (tecnología natural procreativa), que busca restaurar la fertilidad sin recurrir a métodos artificiales. También fomenta la adopción como camino de amor y solidaridad.

Monseñor Elio Sgreccia, uno de los mayores bioeticistas del Vaticano, sostuvo: “No estamos contra la ciencia, sino a favor de una ciencia con conciencia”.

La revolución que vino después: luz y sombra de la FIV

Desde el nacimiento de Louise Brown, más de 8 millones de personas en el mundo han nacido por FIV u otras técnicas de reproducción asistida, según la Sociedad Internacional de Tecnologías de Reproducción Asistida (IFFS). Sin embargo, también han crecido los riesgos de mercantilización, como bancos de esperma, subrogación de vientres y selección de embriones.

En países como Estados Unidos o India, la “industria de la fertilidad” mueve miles de millones de dólares, con escasa regulación. La socióloga mexicana Marcela Lagarde advierte que “el deseo de ser madre no puede justificar el uso de mujeres pobres como incubadoras, ni la conversión de los hijos en productos”.

En México, la FIV es legal, pero carece de una regulación nacional uniforme. Existen clínicas privadas de alto costo, accesibles sólo para una parte de la población. Además, hay vacíos legales sobre el destino de los embriones congelados o los derechos del embrión.

Para Carmen, una mujer de 37 años que logró ser madre tras 5 años de intentos fallidos, la FIV fue un milagro. “Mi hijo es mi vida. Pero me dolió saber que hubo embriones que no sobrevivieron. Rezo por ellos cada día”, confiesa.

Ciencia, conciencia y diálogo: un reto compartido

Hoy, la bioética enfrenta desafíos aún más complejos: edición genética con CRISPR, clonación de tejidos, inteligencia artificial aplicada a la medicina. La pregunta de fondo sigue siendo la misma: ¿todo lo técnicamente posible es moralmente aceptable?

El Papa Francisco, en su encíclica Laudato Si’, propone una “ecología integral” que incluya al ser humano y advierte sobre una mentalidad tecnocrática que separa al hombre de su responsabilidad moral. En 2019, declaró: “La ciencia es un regalo de Dios, pero debe estar al servicio de la persona humana”.

El diálogo entre ciencia y religión no debe ser de confrontación, sino de complementariedad. Como afirma el bioeticista español Juan José Pérez-Soba: “La fe no niega la razón, la eleva. Y la ciencia necesita una brújula ética para no perder su rumbo”.

Louise Brown, símbolo de un antes y un después

A casi cinco décadas del nacimiento de Louise Brown, la humanidad sigue debatiendo los límites de la intervención científica en la vida. Su historia es un símbolo de esperanza para millones, pero también un llamado a la reflexión ética y al compromiso con la dignidad humana.

La fertilización in vitro no es simplemente una técnica, es un parteaguas en la manera en que concebimos (literal y filosóficamente) la vida. Recordar su origen es recordar que ningún avance vale si no pone en el centro a la persona.

Porque como dice la Doctrina Social de la Iglesia: “La ciencia debe estar al servicio de la vida, y la vida no puede ser instrumento de la ciencia”.

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