“Dilexi Te”: el amor que se inclina hacia los pobres

Cuando Dios se hace pequeño para que nadie quede fuera de su abrazo

“Te he amado” (Ap 3,9). Con esa frase comienza la exhortación apostólica Dilexi Te, el primer gran texto del papa León XIV, sucesor de Francisco. Y no podía haber mejor punto de partida: un mensaje de amor dirigido, no a los poderosos, sino a los olvidados. En continuidad con Dilexit Nos —la encíclica final de Francisco sobre el Corazón de Cristo—, León XIV coloca a los pobres en el centro de su pontificado. No como tema social, sino como lugar teológico: el sitio donde Dios sigue hablando.

“Jesús se identifica con los más pequeños —dice el Papa— y muestra la dignidad de cada ser humano, sobre todo cuando es más débil, miserable y sufriente” (Dilexi Te, n. 2). Con esa afirmación, la Iglesia vuelve a recordarse a sí misma que el Evangelio no se entiende desde arriba, sino desde abajo.

Cristo en los pobres: una revelación, no una idea

A lo largo del documento, León XIV insiste en que “el contacto con quien no tiene poder ni grandeza es un modo fundamental de encuentro con el Señor de la historia” (Dilexi Te, n. 5). Es decir, no se trata de filantropía o activismo, sino de fe.
En el rostro herido del pobre —afirma el Papa— encontramos al mismo Cristo crucificado. Su pobreza no es solo económica, sino existencial: el abandono, la soledad, el desprecio, la indiferencia.

Este mensaje retoma la intuición del Evangelio: “Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,40). Jesús no se quedó en discursos sobre justicia; Él mismo se hizo pobre, carpintero, migrante, marginado, para que nadie dijera que Dios está lejos de los que sufren.

Por eso León XIV recuerda que “Dios, al hacerse carne, compartió la pobreza radical de nuestra condición humana. Nació en un pesebre, vivió sin casa, murió fuera de la ciudad” (Dilexi Te, n. 19). Es una forma contundente de decir que el cristianismo se juega en la compasión concreta.

El amor que se convierte en mirada

León XIV propone una imagen poderosa: el amor de Cristo no es solo un sentimiento, sino una mirada que transforma. Ver a los pobres como los ve Dios implica dejar de pensar en ellos como un problema y reconocerlos como hermanos.

Esa mirada también pide una conversión: pasar del asistencialismo al encuentro. “El verdadero amor —dice el Papa— es contemplativo: nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia” (Dilexi Te, n. 101*).

El texto invita a revisar la propia fe: ¿cómo se puede amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano que vemos? (1 Jn 4,20). Y amar al hermano no es teorizar sobre su dignidad, sino tocarla, acercarse, detenerse, escuchar.

En la colonia Doctores de Ciudad de México, María Fernanda Gómez, una joven de 27 años, reparte cada jueves café y pan a personas que duermen en la calle. No lo hace por una organización grande ni por puntos de servicio social: lo hace por fe.

“Al principio tenía miedo —cuenta—. No sabía cómo hablarles, pensaba que todos estaban perdidos. Hasta que un día uno de ellos me dijo: gracias por verme. Esas tres palabras me cambiaron. Entendí que no iba a dar, sino a recibir. Empecé a reconocer el rostro de Cristo en cada mirada cansada.”

Fernanda encontró en el voluntariado una escuela de espiritualidad. Cada encuentro le recuerda las palabras del Evangelio: “Estuve desnudo y me vestiste, tuve hambre y me diste de comer.” Hoy acompaña a un grupo de jóvenes universitarios que sale cada semana a compartir alimentos y escuchar historias. “Cuando los escucho, me siento evangelizada por ellos. Ellos me enseñan lo que es confiar en Dios”, dice.

Un llamado universal: “No te olvides de los pobres”

León XIV retoma una escena que marcó a Francisco: el cardenal Hummes, al felicitarlo por su elección, le susurró al oído: “No te olvides de los pobres”. Esa frase se volvió programa pastoral, y ahora, en Dilexi Te, se convierte en herencia espiritual.

Para León XIV, no hay santidad sin compasión. “Reconocerlo en los pobres —escribe— es configurarse con el mismo corazón de Cristo” (Dilexi Te, n. 3*). Por eso, llama a los cristianos a salir de su autorreferencialidad, a no vivir la fe como refugio espiritual sino como misión de ternura.

El amor a los pobres, dice el Papa, “no es una vía opcional, sino la garantía evangélica de una Iglesia fiel al corazón de Dios” (Dilexi Te, n. 103*).

Desde Calcuta hasta Tapachula: la misma caridad

La misma ternura que llevó a Santa Teresa de Calcuta a recoger moribundos en las calles de la India, se replica hoy en miles de rincones del planeta. Una de esas continuadoras es sor Anjali, misionera de las Misioneras de la Caridad en Tijuana.

“Cada día vemos el rostro de Cristo en los migrantes. Algunos vienen con heridas, otros con bebés deshidratados, otros sin esperanza. Pero en todos hay una luz. Nosotros solo tratamos de no apagarla”, cuenta la religiosa.

Su testimonio encarna lo que León XIV llama “la presencia de una Iglesia que toca la carne sufriente de Cristo” (Dilexi Te, n. 49*). Una fe que no teme ensuciarse las manos porque sabe que solo quien se inclina ante los pobres puede ver el rostro de Dios.

Fe que se hace compasión

El Papa invita a los creyentes a pasar “de la idea a la acción, de la oración a la entrega, del miedo a la misericordia”. En sus palabras, la caridad no es un deber social, sino “el criterio del verdadero culto” (Dilexi Te, n. 42*).

Y advierte con firmeza: una Iglesia que se encierra en sus templos y olvida el clamor de los pobres “corre el riesgo de disolverse en la mundanidad espiritual” (Dilexi Te, n. 113*).

Por eso, Dilexi Te no es solo una exhortación, sino una llamada a la conversión pastoral: a construir comunidades que sirvan, escuchen y acompañen.

Conclusión: el amor que sostiene al mundo

Dilexi Te no propone un plan económico ni un manifiesto político: propone volver al Evangelio vivo. Recordarnos que Dios no se revela en el lujo, sino en la entrega; que la fe no se mide por las palabras, sino por las manos que curan, los ojos que miran y los pies que caminan hacia el otro.

En tiempos de desigualdad y cansancio, León XIV grita al mundo la misma verdad de siempre: “Yo te he amado” (Ap 3,9).
Un amor que no se rinde, que no discrimina, que baja hasta el polvo para levantar.
Un amor que, si se vive de verdad, transforma la historia.

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