En México, la historia del salario mínimo ha sido la de una constante disputa entre la necesidad de garantizar la subsistencia y la realidad de un sistema económico que, con frecuencia, deja a los trabajadores en la orilla de la pobreza. Si bien en los últimos años los aumentos al salario mínimo han sido celebrados como un logro social y político, las cifras actuales muestran que todavía estamos lejos de un escenario donde el trabajo asegure una vida digna.
La llamada “pobreza laboral”, definida por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) como la situación en la que el ingreso laboral de un hogar no alcanza para adquirir la canasta alimentaria, afecta a más de un tercio de la población mexicana. En el cuarto trimestre de 2023, el 37% de los mexicanos —unos 48 millones de personas— estaban atrapados en esta condición.
El espejismo del salario mínimo
De acuerdo con la Comisión Nacional de Salarios Mínimos (CONASAMI), el salario mínimo en México se fijó en $249 pesos diarios a inicios de 2024. Esto significó un aumento de casi 20% respecto al año anterior, un crecimiento que colocó al país como uno de los más agresivos en materia de incrementos salariales en América Latina.
Sin embargo, la realidad detrás de estas cifras es otra. Un estudio del Centro de Empresas Conscientes del Tec de Monterrey reveló que dicho ingreso apenas alcanza para cubrir 3.6 canastas alimentarias básicas y 1.8 canastas totales. En un hogar promedio de cuatro personas, el salario mínimo no basta para cubrir las necesidades más elementales.
“Trabajo en una tienda de conveniencia diez horas al día. Aunque mi sueldo subió, no me alcanza para pagar renta, comida y transporte. Vivo con mi esposa y dos hijos, y tenemos que elegir entre pagar la luz o comprar zapatos nuevos”, cuenta Jorge Martínez, empleado de 34 años en la Ciudad de México. Su testimonio refleja lo que millones de familias enfrentan: un salario que cubre la supervivencia, pero no asegura bienestar.
El debate sobre la “canasta básica digna”
Frente a esta realidad, la CONASAMI ha impulsado el concepto de la Canasta Básica Digna, que supera la noción tradicional de la canasta alimentaria del INEGI y el CONEVAL. La propuesta no se limita a la ingesta mínima de calorías, sino que busca definir un parámetro de gasto que permita cubrir todas las necesidades esenciales para una vida plena.
Según los estudios más recientes, esta canasta debería costar entre 130 y 150 pesos diarios por persona. Además de una alimentación saludable, incluye vivienda, transporte, salud, educación, vestido, recreación y un medio ambiente sano. Con base en este cálculo, el salario digno se estimó en $16,668.45 pesos mensuales en enero de 2024, aunque con diferencias importantes según la región del país debido a los costos locales de vida.
El salario mínimo ya no debe pensarse como un ingreso de subsistencia. Queremos que sea la base de un modelo de vida plena, que permita a las familias no solo sobrevivir, sino desarrollarse.
La brecha entre el discurso y la realidad
A pesar del entusiasmo oficial, la implementación de un salario digno enfrenta múltiples obstáculos. Por un lado, la resistencia de ciertos sectores empresariales que consideran que aumentos acelerados ponen en riesgo la competitividad y el empleo. Por otro, la persistencia de la informalidad laboral, que cubre a más del 54% de la población ocupada según cifras del INEGI.
Muchos trabajadores en la informalidad no reciben ni siquiera el salario mínimo legal. El problema no se resuelve solo con decretar aumentos; necesitamos un sistema integral que fomente la formalidad, mejore la productividad y asegure la cobertura social ha explicado de diversas formas la economista Valeria Moy, directora del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO).
Más allá de las cifras, los testimonios reflejan la crudeza del problema.
- María López, trabajadora del sector limpieza en Guadalajara, gana 6,000 pesos mensuales. “Me alcanza para la comida del mes y pagar la renta, pero no para que mis hijos vayan al cine o tengan internet en casa. Me duele que vivan sin oportunidades que otros niños sí tienen”.
- José Hernández, obrero en una maquiladora de Ciudad Juárez, explica: “Me pagan en promedio 8,000 pesos. Trabajo seis días a la semana, diez horas diarias. No es vida. Estoy cansado, y aunque mis hijos estudian, no sé si tendrán un futuro mejor”.
Estos relatos muestran cómo la pobreza laboral impacta no solo en la economía, sino en la dignidad, el bienestar emocional y las posibilidades de desarrollo de las familias.
Trabajo y dignidad
El trabajo no es únicamente un medio de subsistencia, sino una expresión de la dignidad humana y una vía hacia la realización personal y comunitaria. El Papa Francisco lo ha recordado en diversas ocasiones:
“El trabajo es una dimensión esencial de la vida humana. Sin él, la dignidad es herida y las puertas de la inclusión se cierran”. Aplicado a México, este principio exige políticas que coloquen a la persona en el centro. No se trata solo de incrementar cifras macroeconómicas, sino de garantizar que cada familia pueda desarrollarse en plenitud.
Retos hacia el futuro
Los expertos coinciden en que México necesita un cambio estructural en su política salarial y laboral:
- Avanzar hacia un salario digno como estándar nacional, no como excepción.
- Reducir la informalidad, que condena a millones a la desprotección.
- Fomentar la productividad con capacitación y tecnología, para que el aumento de salarios no implique pérdida de empleos.
- Impulsar la corresponsabilidad empresarial, donde la rentabilidad vaya de la mano con el bienestar de los trabajadores.
El salario mínimo es, por definición, el piso de los ingresos laborales. Pero en México, para millones, sigue siendo un techo que limita sus posibilidades de desarrollo. Mientras el discurso político celebra los aumentos históricos, la realidad muestra que el reto es más profundo: transformar el trabajo en una fuente de vida plena, no de sobrevivencia.
Como dijo Jorge, el joven trabajador que entrevistamos: “No quiero lujos. Solo quiero que a mis hijos no les falte nada y que podamos vivir con tranquilidad. Eso debería garantizarlo un sueldo digno”.
El desafío está planteado: pasar de los números a la dignidad, del salario mínimo a un ingreso que haga justicia a la vida de cada persona.
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