Durante siglos, la participación femenina en la Iglesia católica se limitó a lo invisible, a lo auxiliar, a lo silencioso. Sin embargo, los pontificados recientes, y especialmente el del Papa Francisco, han generado un punto de quiebre: las mujeres han comenzado a ocupar cargos de responsabilidad en todos los niveles de la estructura eclesial, desde el Vaticano hasta las parroquias en la periferia.
En el Vaticano, los cambios son medibles. Si en 2010, bajo Benedicto XVI, las mujeres representaban el 17% del personal, para 2019 ya eran el 22%. Pero más significativo que la cantidad es la jerarquía de los cargos ocupados. Hasta inicios del siglo XXI, ninguna mujer pasaba del rango de subsecretaria en la Curia romana. Juan Pablo II rompió esa lógica en 2004 al nombrar a Sor Enrica Rosanna subsecretaria del dicasterio de Vida Consagrada. Francisco duplicó esa presencia y la extendió a dicasterios clave.
Hoy existen mujeres subsecretarias en departamentos de alto impacto: Linda Ghisoni y Gabriella Gambino (Laicos, Familia y Vida), Sor Carmen Ros Nortes (Vida Consagrada), Francesca Di Giovanni (Secretaría de Estado, en el área de multilateralismo), Sor Nathalie Becquart (Sínodo de los Obispos). A ellas se suma laica Emilce Cuda como secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina, y Sor Alessandra Smerilli como secretaria del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, cargo que incluso encabezó interinamente en 2021, de facto como “ministra” vaticana.
En 2021, Barbara Jatta fue designada como directora de los Museos Vaticanos, convirtiéndose en la primera mujer en dirigir esta institución de gran proyección cultural global. En el ámbito de la comunicación, Francisco nombró a Paolo Ruffini (laico) como prefecto del Dicasterio para la Comunicación, bajo cuya gestión mujeres como Natasa Govekar (Departamento Teológico-Pastoral) y Cristiane Murray (vicedirectora de la Sala de Prensa) ocupan jefaturas clave. Además, seis laicas forman parte del Consejo de Economía del Vaticano, con voz y voto en las decisiones financieras de la Santa Sede.
Todo ello configura una Curia más inclusiva, que permite una “impronta femenina” en decisiones no solo administrativas, sino también doctrinales, pastorales y culturales. Como ha afirmado Sor Raffaella Petrini, Secretaria General del Governatorato vaticano, las mujeres en estos puestos están llamadas a ejercer un liderazgo de servicio que “cuida de los frágiles y pone la dignidad humana en el centro de cada decisión”.
El cambio no se limita al Vaticano. En muchas dócesis del mundo, laicas y religiosas han sido nombradas en cargos de gobierno interno. El cargo de canciller diocesano, responsable de las actas oficiales, ha sido confiado a mujeres en lugares como Canadá (Evangelina Martínez en Quebec) y España (María del Carmen Domínguez en Madrid como vicecanciller). En Francia, Karine Dalle es desde 2019 subsecretaria de la Conferencia Episcopal. En México, hombres y mujeres laicos dirigen diversas áreas pastorales dentro de la Conferencia del Episcopado Mexicano.
El papel de la Hermana Carmen Sammut, ex presidenta de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), ha sido particularmente significativo. No solo representó la voz de miles de religiosas ante el Papa, sino que fue quien en 2016 planteó directamente a Francisco la pregunta sobre el diaconado femenino, lo que derivó en la creación de la primera comisión de estudio sobre este tema.
En la base eclesial, la presencia femenina es decisiva. En muchas parroquias, especialmente donde escasean sacerdotes, mujeres laicas teólogas coordinan catequesis, liturgia y acción social. Dirigen celebraciones dominicales de la Palabra en ausencia de presbíteros y, en zonas como la Amazonía o África, son el rostro diario de la Iglesia en las comunidades. Esta realidad fue reconocida y valorada por el Papa en la exhortación Querida Amazonia.
Las superioras generales de congregaciones femeninas también han ampliado su campo de acción. Figuras como Madre Verónica Berzosa (Iesu Communio) o Madre Yvonne Reungoat (Salesianas) no solo lideran comunidades religiosas, sino que colaboran con la Santa Sede: Reungoat fue la primera mujer miembro de la Congregación para los Religiosos en 2019.
Pese a estos avances, persisten los llamados “techos de cristal”. Ninguna mujer ha presidido aún un dicasterio vaticano ni ha sido subsecretaria en Doctrina de la Fe. En las dócesis, las mujeres no pueden ser vicarias generales, ya que este cargo implica potestad de orden. Sin embargo, Francisco reiteró su deseo de incrementar su presencia y la constitución Praedicate Evangelium declarando que todo cargo que no requiera ordenación puede ser ejercido por laicos, hombres o mujeres.
Hoy, el principal reto es cultural. Superar prejuicios, formar a más mujeres en teología, derecho canónico y pastoral, y animar a los obispos a confiar más en su liderazgo. Como afirmó Gabriella Gambino: “Estamos llamadas no a clericalizarnos, sino a trabajar codo a codo con nuestros hermanos sacerdotes, en complementariedad”.
La tendencia es clara: las mujeres están pasando de lo invisible a lo estructural, de lo asistencial a la toma de decisiones. Y lo hacen con su estilo propio, no para imitar al varón, sino para enriquecer la Iglesia con sus dones de intuición, cuidado y profundidad espiritual.
“Cuando el cardenal me propuso ser canciller, dudé. Pensé que no era para mí, que la Iglesia no estaba lista”, confiesa Evangelina Martínez desde Quebec. “Pero acepté. Hoy acompaño procesos canónicos, coordino archivos, recibo testimonios. La Iglesia necesita nuestra mirada, nuestras manos, nuestra palabra. Y está aprendiendo a valorarlas”.
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