En octubre de 2025, China decidió imponer una normativa sin precedentes para los creadores de contenido en internet: quienes hablen de temas como medicina, derecho, educación o finanzas deberán demostrar que poseen títulos académicos o certificaciones oficiales. No es una sugerencia ni una línea de mejores prácticas: es ley, y las plataformas —desde cuentas nuevas hasta las ya existentes— tienen la obligación de verificar credenciales, establecer contratos digitales de responsabilidad legal y científica, y advertir cuando se utilice material generado por inteligencia artificial.
La agencia reguladora en cuestión, la Cyberspace Administration of China (CAC), aparece como líder en esta política. La medida se enmarca dentro de un esfuerzo oficial para “proteger al público de información falsa o engañosa” en un entorno digital donde consejos de salud dudosos, estrategias financieras sin aval y asesorías legales improvisadas dominaban el video corto y las transmisiones en vivo.
Este giro plantea preguntas sustanciales: ¿es la medida una respuesta coherente a un problema global de desinformación digital? ¿Podría convertirse en modelo para otros países? ¿O bien abre la puerta a un sobrecontrol que vulnera la libertad de expresión y el pluralismo? En este artículo exploraremos la génesis de la medida china, la situación global del fenómeno de los “influencers” de conocimiento, el impacto social de la desinformación en salud, finanzas y educación, y qué reflexiones genera para México desde los valores de la legalidad, la Doctrina Social de la Iglesia y los valores mexicanos.
Contexto: los influencers del conocimiento y sus riesgos
Durante la última década, las plataformas de video corto (como TikTok o sus equivalentes) y los “creadores de contenido” se convirtieron en una de las principales fuentes de información de millones de jóvenes bajo los 35 años. Muchos se autoproclamaron expertos en salud, finanzas, educación o derecho sin aval académico o profesional serio.
Investigaciones recientes muestran que estos espacios albergan una proporción significativa de contenido impreciso o engañoso. Un estudio halló que del universo de publicaciones sobre pruebas médicas difundidas en Instagram y TikTok: el 87 % mencionaba solo los beneficios, apenas el 6 % mencionaba los riesgos, y solo el 6 % apuntaba a evidencia científica. Otro análisis concluye que la desinformación en salud no es solo anecdótica: “una hecatombe para la salud pública que agrava el sobrediagnóstico y amenaza la sostenibilidad de los sistemas sanitarios”.
De manera más amplia, se ha documentado que la desinformación en redes socava la confianza en las instituciones de salud, en la ciencia y en los profesionales, lo que constituye un serio problema de salud pública.
En el terreno de las finanzas, del derecho y de la educación, el fenómeno es similar: asesorías improvisadas, “gurús” que venden soluciones mágicas o atajos sin fundamentos sólidos proliferan en redes, y los jóvenes de 18 a 35 años —público objetivo de esta nota— son particularmente vulnerables por su cercanía digital y su menor experiencia crítica en estos campos.
Para México, donde los jóvenes están también muy conectados, esta realidad representa un llamado de atención: ante la “cultura de lo viral”, es clave evitar que el derrotero informativo sea simplemente lo que suena bien en 15 segundos. Desde la Doctrina Social de la Iglesia se reafirma que el derecho a la información es un componente esencial de la dignidad humana y que la verdad es base de la justicia social; por ello, proteger a los ciudadanos de información equivocada o engañosa es un deber moral y legal.
El caso chino: ¿medida radical o medida protectora?
La decisión de China ha sido describeida recientemente en varios medios como un cambio radical. Según un artículo publicado en octubre de 2025, China “requerirá que los influencers prueben su formación para hablar sobre temas sensibles como medicina o finanzas”. Otro medio complementa que bajo las nuevas reglas, las plataformas deberán “verificar las licencias médicas o certificados de empleo de los creadores de contenido que ofrecen información sanitaria”.
¿Qué implica concretamente la regulación?
- Cuentas nuevas que publiquen contenido en áreas sensibles deberán acreditar título o certificación oficial para poder publicar.
- Las plataformas tienen la obligación de verificar estas credenciales antes de autorizar publicación.
- Las cuentas ya existentes tienen un plazo limitado (por ejemplo dos meses) para completar el proceso o podrían ser suspendidas (según fuentes de prensa).
- El contenido debe indicar si hay uso de inteligencia artificial, debe citar fuentes verificables, y debe advertir cuando haya dramatización o simplificación.
- Las plataformas y los creadores deberán firmar un “contrato digital” en el que asumen responsabilidad legal y científica por lo que publican.
¿Qué motiva la medida?
Las autoridades económicas y sanitarias chinas han señalado que aproximadamente el 92 % de los usuarios de video corto —más de mil millones de personas— consumen contenido relacionado con salud, y que la línea entre información educativa, publicidad de productos milagrosos y tratamientos sin aval clínico se había difuminado. También se ha detectado una proliferación de “influencers” que recomendaban remedios, pruebas diagnósticas sin evidencia o inversiones financieras riesgosas, con el riesgo de daño individual y social.
¿Qué desafíos y críticas enfrenta la medida?
– Libertad de expresión: imponer títulos o certificaciones podría restringir la participación ciudadana, la diversidad de voces y la creación de conocimiento independiente.
– Cómo se define “hablar de medicina, educación, derecho o finanzas”: hay riesgo de que muchas reflexiones legítimas queden fuera.
– Verificación y burocracia: las plataformas y los creadores deberán asumir cargas operativas importantes.
– Potencial de control estatal excesivo: en el caso chino, el entorno regulatorio digital ya es amplio, lo cual genera alertas sobre posible censura disfrazada.
Desde la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia, la medida puede interpretarse como un intento de proteger el bien común (la salud, la educación, la seguridad financiera del público) frente a la proliferación de lo que podríamos llamar “información basura”. Al mismo tiempo, es necesario equilibrar este propósito con el principio de libertad responsable, la participación y el pluralismo informativo.
Comparativa internacional: ¿qué hacen otros países?
Aunque China avanza de forma más drástica, el fenómeno de regular a influencers de conocimientos especializados no es exclusivo. A continuación algunos ejemplos:
Europa: La Digital Services Act (DSA) de la Unión Europea exige a las plataformas asumir responsabilidades más amplias en cuanto a contenidos peligrosos, desinformación o productos ilegales. Sin embargo, no exige que los influencers posean títulos universitarios para publicar.
Australia: La Therapeutic Goods Administration ha sancionado influencers que promueven productos terapéuticos sin evidencia. Aunque no exige certificación previa para publicar, sí regula que cuando se promocionan terapias o pruebas, esto sea respaldado por evidencia y se identifiquen como publicidad.
América Latina / México: El marco regulatorio es aún incipiente respecto a la figura del “influencer del conocimiento”. No existe, hasta donde revisamos, una ley que obligue la acreditación de creadores que hablen de medicina, finanzas, educación o derecho en redes sociales. Esto coloca al país en situación de vulnerabilidad frente al fenómeno global.
Esta comparativa muestra que China está en la vanguardia de lo que podríamos llamar “regulación de creadores de contenido especializados”. Desde una perspectiva mexicana, la medida ofrece un espejo: tanto para considerar qué nivel de regulación deseamos, como para reflexionar sobre cómo equilibrar libertad, verdad, justicia y participación.
Impacto social del “descontrol” informativo: testimonios y casos reales
Para aterrizar el tema, presentamos un caso que refleja la vulnerabilidad de los jóvenes ante consejos no verificados:
“Vi un video donde una ‘coach financiera’ me daba un esquema para invertir en criptomonedas y ‘ganar 10 mil dólares en un mes’. Me convencí, invertí lo que pude y al final lo perdí. Me siento engañado.” — testimonio de Andrés, 26 años, Ciudad de México.
Este no es un caso aislado. En el ámbito sanitario, la investigación muestra que la exposición a contenido médico erróneo en redes sociales puede conllevar diagnósticos innecesarios, tratamientos inútiles o hasta daños a la salud. Por ejemplo, un análisis de posts sobre pruebas médicas en redes concluyó que solo 6 % mencionaban riesgos de sobrediagnóstico.
Otro estudio señala que la desinformación sobre salud redujo la confianza en profesionales de la salud y generó mayor carga económica y de crisis en los sistemas.
En el terreno educativo y legal, si bien hay menos datos sistemáticos, el fenómeno es visible: jóvenes que reciben “asesoría para emprender” sin bases legales o académicas, influyentes que hablan de derechos sin formación, y comunidades que confían más en “lo que dijo X en un TikTok” que en una consulta profesional.
Estos fenómenos vulneran valores centrales: el respeto a la persona, la búsqueda de la verdad, la justicia (cuando se engaña) y la solidaridad (cuando se propaga información que afecta a otros). En los valores mexicanos, que siempre han valorado la autenticidad del conocimiento y el respeto por la comunidad, el reto es grande.
Reflexiones para México: retos, oportunidades y valores
Retos
- La rapidez de la viralización digital frente a los mecanismos tradicionales de verificación científica o académica.
- La baja alfabetización mediática e informacional entre los jóvenes, lo que hace más difícil detectar qué contenido es fiable.
- La ausencia de regulación específica que obligue a creadores de contenido especializados a demostrar formación o certificación.
- El riesgo de que la desinformación, además de afectar la salud o la economía personal, cree una cultura de “opinar sin base” que debilite la confianza cívica.
Oportunidades
- Aprovechar el momento para impulsar educación digital desde secundaria, universidad y comunidades jóvenes: que sepan distinguir entre influencer con título y sin título, entre dato científico y anécdota viral.
- Avanzar hacia una regulación responsable en México que, sin ser tan estricta como la china, establezca estándares mínimos de transparencia y verificación para creadores de contenido que hablen de temas sensibles.
- Fortalecer alianzas entre instituciones académicas, plataformas digitales y autoridades para certificar creadores o marcar etiquetas de “contenido verificado”.
- Valorizar el modelo de “creadores responsables” frente al modelo de “viral a toda costa”: desde la Doctrina Social de la Iglesia, esto implica asumir la corresponsabilidad de informar con veracidad, proteger al otro y buscar el bien común.
Valores a enfatizar
- Verdad y veracidad: la información que afecta salud, finanzas o educación debe buscar la verdad, no solo la viralidad.
- Libertad responsable: el derecho a expresarse existe, pero va acompañado del deber de informarse y formarse.
- Justicia y protección del vulnerable: los jóvenes, los menos informados, son más vulnerables; la sociedad y el Estado deben protegerlos.
- Solidaridad y comunidad: compartir información verificada es un acto de responsabilidad hacia la comunidad, no solo de interés personal.
La medida tomada por China –que exige a los creadores de contenido que hablen de medicina, derecho, educación o finanzas mostrar títulos o certificaciones, y obliga a las plataformas a verificarlos– representa un experimento regulatorio de gran alcance. Frente a un entorno global en que la desinformación se propaga de manera veloz en las redes sociales, afectando la salud pública, la estabilidad financiera de jóvenes, y la confianza en instituciones, la iniciativa china examina la posibilidad de imponer un filtro cualificado a quienes tienen influencia digital.
Para México y para los jóvenes de 18 a 35 años que navegamos el universo de creadores, plataformas y viralidad, la lección es doble: primero, que la información que consumimos tiene consecuencias reales; segundo, que impulsar una cultura de “contenido verificado y responsable” es vital. No se trata de coartar la libertad de expresión, sino de dignificar la voz digital, elevar el nivel de debate, proteger al vulnerable, y situar la legalidad, la formación y los valores en el corazón de la comunicación digital.
Desde la óptica del humanismo trascendente, este cambio normativo nos invita a reafirmar que toda forma de comunicación debe apuntar al bien común, a la verdad, y a la construcción de una comunidad informada y libre no solo de condicionamientos económicos o virales, sino fundada en la responsabilidad ética.
En esa medida, la pregunta para cada creador, cada joven que consume contenido, y cada sociedad que construye su ecosistema digital es: ¿queremos viralidad o queremos veracidad? ¿Queremos solo seguidores o queremos credibilidad? En el mundo digital, como en la realidad cotidiana, la dignidad del saber exige bases sólidas, y el influir exige valores. #YoSiInfluyo
Facebook: Yo Influyo
comentarios@yoinfluyo.com






