Desde su fundación en 1926, la Iglesia llamada La Luz del Mundo se proyectó como una opción espiritual—atípica, moderna, con estructura jerárquica fuerte. Pero a lo largo de casi un siglo de historia, múltiples denuncias y revelaciones han ido mostrando una realidad sombría: tras la fachada devota se ocultaba un aparato de manipulación y control que, para sucesivas generaciones de fieles, ha significado heridas profundas, traumas y rupturas familiares irreversibles.
Hoy, a la luz de procesos judiciales internacionales, testimonios que rompen décadas de silencio y un acervo académico que clasifica estos mecanismos dentro de lo que se llama “persuasión coercitiva” o sectas destructivas, se puede afirmar: La Luz del Mundo ha funcionado durante décadas como una maquinaria de manipulación peligrosa. En este reportaje de fondo exploraremos cómo opera, quiénes han sido sus víctimas y qué posibilidades hay para reparar el daño, desde los valores del bien común, la Doctrina Social de la Iglesia y el Estado de derecho.
Para aterrizar el tema, permíteme presentarte el testimonio de Moisés Padilla, quien asegura ser uno de los primeros denunciantes: “No son sectarios, simplemente están engañados… la cúpula manipula la vulnerabilidad de la gente.”
Ese grito al viento —rompiendo más de dos décadas de silencio— es el hilo que nos permite desentrañar cómo esta estructura religiosa, que se mueve entre lo espiritual y lo casi criminal, ha mezclado fe, poder y ruptura en un solo entramado.
La Luz del Mundo fue fundada por Eusebio Joaquín González (conocido como Aarón Joaquín) en Monterrey en 1926, en una época convulsa para la relación entre Iglesia y Estado. Con el tiempo, la organización creció principalmente en Jalisco y otras regiones.
Desde su concepción aceptaba una estructura firmemente jerárquica: un líder central (llamado “apóstol”) al que los fieles debían lealtad casi absoluta. Con la muerte de Aarón en 1964, el liderazgo pasó a su hijo Samuel Joaquín Flores, quien continuó expandiendo la iglesia tanto dentro como fuera de México. Luego, tras el fallecimiento de Samuel en 2014, el liderazgo recayó en Naasón Joaquín García.
Bajo estos liderazgos, la iglesia aseguraba presencia en más de 50 países, con congregaciones, templos y redes sociales internacionales.
Culto al líder y control simbólico
Un rasgo distintivo de esta iglesia es la veneración al líder, incluso más allá del ámbito meramente institucional. Entre feligreses se considera que el líder (o apóstol) tiene un carácter casi sobrenatural, y en algunas congregaciones su palabra es tomada como voluntad directa de Dios.
El culto al líder implica rituales simbólicos: su cumpleaños es una fecha sagrada, se editan discursos que se insertan en Biblias oficiales de miembros, y se incentiva la obediencia total. Esta adoración personalizada facilita la dinámica de control: el líder no solo es guía espiritual, sino autoridad moral incuestionable.
Mecanismos de control: de la manipulación espiritual al abuso
Para comprender por qué consideramos esta estructura como una “maquinaria de manipulación”, es indispensable ver los mecanismos psicológicos y organizativos que la sostienen.
En la literatura sobre sectas y manipulación espiritual existe el concepto de persuasión coercitiva, entendida como el uso sistemático de estrategias psicológicas para inducir dependencia, ruptura del juicio autónomo y control del comportamiento individual. En esas estructuras, las personas son inducidas a seguir patrones rígidos, sentirse culpables por disidencias o cuestionamientos y renunciar a su libertad interior.
Según el jurista C. Bardavío Antón, las sectas coercitivas utilizan “manipulación mental, persuasión coercitiva, abuso psicológico y dependencia” para someter la voluntad del adepto. Desde una óptica psicosocial, estas técnicas erosionan la autonomía y convierten al individuo en un “automata moral” obediente.
Este tipo de control no se limita al discurso: muchas prácticas de La Luz del Mundo, denunciadas por exmiembros, coinciden con las dinámicas descritas en la literatura académica de sectas destructivas, como aislamiento social, culpabilización, amenazas espirituales o castigos físicos —todo bajo una legitimidad religiosa.
Dentro del régimen de fe que practica esta iglesia, se inculca la creencia de que fuera de ella no hay salvación. Desde la infancia, los niños son educados para venerar al apóstol de manera incuestionable, con la idea de que cualquier resistencia es traición a Dios. Esto rompe la autonomía personal en un momento crucial de formación.
Este tipo de fanatismo religioso instrumentalizado es peligroso porque convierte la obediencia en un valor absoluto. Si el líder ordena algo, no importa lo que sea: se internaliza como mandato divino. Es el mecanismo ideal para que los fieles consientan decisiones que, desde afuera, serían inaceptables —como entregar a sus hijos al “servicio” del apóstol o tolerar acciones abusivas bajo la creencia de obedecer a Dios.
Otra estrategia típica es el aislamiento social y la obligación de romper vínculos con quienes cuestionan la doctrina. En muchos testimonios, quienes abandonan la congregación son repudiados por familiares aún dentro de ella. Esa dinámica de “quemar puentes” impide que los afectados busquen ayuda externa sin el riesgo de quedar completamente solos.
Además, ha habido denuncias de menores obligados a casarse joven dentro de la organización, truncando proyectos personales o educativos. Algunas familias llegan a legitimar la entrega de sus hijos al apóstol como un acto de fe. Estas prácticas destruyen el tejido familiar: los miembros quedan atrapados entre la lealtad al líder y el vínculo con sus seres queridos.
Testigos como Moisés Padilla señalan que la iglesia “manipula la vulnerabilidad” de los fieles: muchos no sabían que eran objeto de abusos porque estaban enclaustrados emocionalmente.
Algunas de las formas más graves de control son precisamente las vinculadas a la esfera más íntima: la fe (espiritual) y el cuerpo. Los líderes han usado la confianza profunda que se deposita en ellos para legitimar actos de agresión sexual y corrupción espiritual.
En 2025, el gobierno de Estados Unidos presentó cargos contra Naasón Joaquín García y otros coacusados, por presunta explotación infantil, producción de pornografía infantil, tráfico sexual y corrupción de menores, operando mediante una estructura denominada “Empresa Joaquín LLDM”. Según el Departamento de Justicia, esa red funcionó durante años para abusar sistemáticamente de miembros. En los cargos se señala que la red “abusó de la fe de los miembros para fines sexuales, movimientos financieros y coerción” para callar víctimas.
Cuando cumplió condena, se acusó que la organización figuraba como una empresa criminal que operaba el culto para cometer delitos de alto impacto. En su condena por abuso sexual infantil, el apóstol admitió su culpabilidad ante autoridades de California en 2022, siendo sentenciado a más de 16 años de prisión. En los cargos se menciona que se produjeron videos de naturaleza sádica con menores.
Demás acusaciones incluyen obstrucción de justicia, destrucción de evidencia y amenazas a testigos. En EE. UU. se encuentra detenido y bajo juicio por cargos federales adicionales de abuso sexual y tráfico.
Hay indicios de nivel estructural que apuntan a que la organización ha intervenido directamente para protegerse frente a la justicia. Por ejemplo, se menciona que en el pasado La Luz del Mundo habría tenido un grupo paramilitar con entrenamiento en explosivos. También hay denuncias de amenazas, destrucción de documentos y violencia contra quienes se atreven a denunciar.
Un caso emblemático: Moisés Padilla, quien asegura haber sido objeto de intentos de silenciarlo violentamente, aduce tortura y daños personales durante su tiempo dentro de la iglesia. En su declaración pública, describió cómo fue amenazado al tratar de denunciar. Esa dinámica no es anecdótica; coincide con patrones de sectas destructivas donde la protección del secreto es vital para mantener el control.
Tal vez el aspecto más insidioso es cómo la congregación ha buscado penetrar las instituciones del Estado para consolidar impunidad. En México, se le ha señalado por presentar candidatos judiciales vinculados con la iglesia para ocupar puestos clave en el Poder Judicial. Denuncias recientes advierten que La Luz del Mundo aspira a influir desde adentro del sistema judicial a través de magistrados, jueces y funcionarios que están alineados con ella.
Las investigaciones periodísticas recientes también muestran que, pese a las acusaciones contra Naasón y su estructura financiera, en México no ha habido detenciones significativas de líderes locales (a nivel nacional) que hayan sido sancionados con efectividad. Esto sugiere una red de protección política o institucional que frena la justicia. En el caso de los nuevos cargos federales presentados en EE. UU., el riesgo es que dichas acusaciones no logren surtir efecto si las autoridades mexicanas no colaboran.
Un aspecto simbólico: la iglesia obtuvo en 2023 un registro político (como asociación religiosa con capacidad de incidencia) que genera preocupación sobre su capacidad para incidir políticamente.
Cuando una entidad religiosa logra influir en el diseño o nombramiento de jueces y operadores del sistema, el Estado de derecho se debilita. Se corre el riesgo de que los procesos contra sus miembros sean neutralizados desde dentro.
Aunque originaria de México, la operación de La Luz del Mundo trasciende fronteras. La acusación presentada en EE. UU. incluye delitos que cruzan jurisdicciones, uso de migración entre México y EE. UU. para trasladar víctimas, y redes de cómplices en distintos países. Esa dimensión global complica el seguimiento judicial, pues las víctimas que huyen pueden quedar fuera del alcance de tribunales mexicanos —o bien sujetos a extradiciones difíciles.
Además, la iglesia tiene presencia y seguidores en América Latina, Europa, Asia y Estados Unidos, lo que convierte su estructura criminal-religiosa en una amenaza multidimensional.
Víctimas y testimonios: lo humano detrás del relato
Detrás de las estructuras de poder, siempre hay rostros que han sufrido. El abuso espiritual y psicológico deja cicatrices profundas; el abuso sexual implica violación de la dignidad más elemental.
Como dijimos, Padilla vivió dentro de la iglesia durante décadas antes de denunciar: “Quiero que ellos sean libres… la cúpula manipula la vulnerabilidad de la gente” “No son sectarios, simplemente están engañados.” Padilla asegura que fue objeto de represión cuando quiso hablar: amenazas, hostigamientos, destrucción de documentos personales. Hoy vive con riesgo y ha exigido justicia, aunque denuncia que muchas instancias institucionales no le han dado respuesta.
El periodista Isaías Alvarado ha dedicado años a investigar esta iglesia, documentando cómo los abusos sexuales habrían existido desde sus orígenes y cómo tres generaciones de la familia Joaquín han sido señaladas. En sus palabras: “El abuso sexual ha existido en la iglesia La Luz del Mundo desde su concepción.”
En documentales como Detrás del Velo: Sobreviviendo a La Luz del Mundo (HBO), varias sobrevivientes cuentan cómo el acta de fe, el miedo espiritual y el aislamiento les impidió denunciar antes. Estas voces dan rostro al fenómeno: niñas que no sabían que eran violadas, jóvenes convertidas en objeto sexual, familias desgarradas.
Estas mujeres y hombres no son “víctimas distantes”: son personas con nombre, rostro y memoria que relatan traumas duraderos, depresión, trastorno por estrés postraumático y daños psicológicos tan profundos que algunas requieren atención psiquiátrica prolongada.
Uno de los documentos oficiales de EE. UU. sobre la acusación contra Naasón señala que la red generó pornografía infantil sádica y videos de agresión sexual con víctimas menores. Eso no es rumor: es parte de las imputaciones legales.
Las denuncias, sin embargo, no siempre llegan a buenos términos por el factor institucional: amenazas, sabotaje, impunidad local. Muchas víctimas se acallan por miedo.
¿Por qué es peligrosa? Un análisis sistémico
Al confrontar los elementos antes expuestos, queda claro que La Luz del Mundo no opera como una iglesia tradicional —es un sistema híbrido de fe, poder y control estructural. Su peligrosidad radica en:
- Destrucción de la autonomía personal. Al inculcar que la obediencia es una virtud absoluta, se anula la capacidad de cuestionar, dudar o decir “no”.
- Violación de derechos fundamentales. Desde el derecho a la libertad religiosa hasta el derecho a la integridad física y psicológica.
- Interferencia con el Estado de derecho. Su capacidad para penetrar el sistema judicial y político la convierte en un riesgo institucional.
- Impunidad estructurada. Las redes de protección y la colusión política impiden que las víctimas accedan a una justicia real.
- Cultura de silencio y estigmatización. Las víctimas son vistas como pecadoras o traidoras, no como sujetos de derechos.
- Impacto generacional. No se trata solo de víctimas aisladas: muchas familias enteras quedaron atrapadas durante generaciones en esa estructura de abuso.
Desde la óptica del humanismo, que pone énfasis en la dignidad humana, la solidaridad y el bien común, lo que ha ocurrido en La Luz del Mundo representa una clara vulneración de esos principios. La fe no puede ser instrumento de dominación: debe servir a la liberación, no al sometimiento.
¿Qué hacer? Propuestas desde la ética, el derecho y la comunidad
El desafío es inmenso, pero no imposible. Estas son algunas líneas de acción que pueden contribuir al esclarecimiento y la reparación:
1. Fortalecer la capacidad estatal y judicial
- Crear unidades especializadas en delitos religiosos y de sectas dentro de las fiscalías estatales y federales.
- Establecer mecanismos de colaboración internacional con EE. UU., Centroamérica y otros países donde opera la iglesia, para intercambio de pruebas y extradiciones rápidas.
- Garantías para los denunciantes: protección física, legal, psicológica. Que no se conviertan en víctima dos veces por denunciar.
2. Regulación, auditoría y supervisión de entidades religiosas
- Establecer auditorías obligatorias en entidades religiosas que reciben donativos públicos o deducciones fiscales, con sanciones claras si hay indicios de prácticas coercitivas.
- Criterios para revocar registros políticos o privilegios cuando se detecte abuso sistemático.
3. Educación en detección de manipulación espiritual
- Incluir en planes de estudio —desde secundaria y bachillerato— programas que ayuden a jóvenes a identificar señales de manipulación coercitiva, sectas y pseudoautoridad religiosa (tal como se ha propuesto en ciertos países con talleres de educación religiosa, derechos humanos y ética).
- Capacitación a psicólogos, maestros, trabajadores sociales para reconocer y atender víctimas de abuso espiritual.
4. Redes de apoyo a víctimas
- Crear refugios y redes de atención multidisciplinaria (psicológica, jurídica, social) para quienes decidan salir de grupos coercitivos.
- Empoderar a asociaciones de víctimas para que no estén aisladas y puedan exigir justicia colectivamente.
- Generar espacios seguros de testimonio, memoria y reparación simbólica.
5. Responsabilidad ética y conversión de comunidades religiosas
- Otras iglesias y comunidades religiosas pueden contribuir denunciando prácticas autoritarias disfrazadas de fe.
- Difundir una teología de la libertad radical, donde la obediencia esté al servicio de la verdad, no del poder.
- Promover el acompañamiento pastoral que fortalezca la conciencia crítica, en lugar de subyugarla.
La luz de la devoción no puede servir para encubrir sombras. La Luz del Mundo, con su historia, sus procesos judiciales y las voces que emergen desde el silencio, ha demostrado que bajo la apariencia religiosa puede operar una maquinaria de manipulación profundamente dañina. Fanatismo instrumentalizado, abuso psicológico, coerción sexual, aislamiento social, colusión con el poder político y violencia física son las piezas de ese engranaje.
Este caso no es solo un problema religioso: es un desafío de derechos humanos, ética pública, Estado laico y dignidad humana. Requiere acción conjunta de instituciones, sociedad civil, medios de comunicación, agentes de fe y víctimas organizadas.
Como mexicana, como creyente o no creyente, como ciudadano con esperanza, no podemos mirar hacia otro lado. Las víctimas necesitan justicia, la verdad necesita ser iluminada, y la libertad debe ser reconstruida. Si la fe se convierte en un medio de opresión, deja de ser camino.
Y como dice Padilla, uno de quienes alzó la voz: “Quiero que ellos sean libres.” Que ese deseo nos movilice hacia una reforma integral: una reforma moral, judicial, espiritual y comunitaria. Porque el riesgo mayor no es el poder del líder: es el silencio cómplice que lo permite.
Facebook: Yo Influyo
comentarios@yoinfluyo.com