Cuando el trabajo te enferma

“Tenía 28 años, un puesto de supervisión en una empresa de retail, pero cada día me sentía más cansada, más sola. Dormía mal, lloraba sin razón, y un día simplemente no pude levantarme para ir a trabajar”, cuenta Claudia Méndez, joven capitalina que fue diagnosticada con ansiedad generalizada tras vivir dos años en un ambiente laboral hostil, con jornadas de 12 horas y nula empatía de sus superiores. Su historia no es excepcional: es reflejo de un fenómeno cada vez más común en México y el mundo.

Factores que moldean el bienestar emocional

La salud mental no nace ni se deteriora en el vacío. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se trata de un estado de bienestar en el cual la persona puede desarrollar sus capacidades, afrontar las tensiones normales de la vida, trabajar de forma productiva y contribuir a su comunidad. Pero alcanzar ese estado está profundamente condicionado por múltiples determinantes: biológicos, psicológicos, culturales… y, de forma cada vez más visible, económicos y laborales.

“El empleo, o su falta, moldea buena parte del equilibrio emocional de las personas. Lo vemos diariamente en los consultorios”, señala la Dra. María del Carmen Álvarez, psiquiatra. La precariedad, el desempleo, el acoso laboral, la falta de reconocimiento, la incertidumbre financiera… son tan determinantes para el bienestar mental como la genética o las relaciones personales.

El estrés laboral crónico: una epidemia invisible

Uno de los factores más extendidos y normalizados es el estrés laboral crónico. La OMS ha clasificado el síndrome de burnout como un fenómeno ocupacional. Este se caracteriza por agotamiento emocional, despersonalización y bajo rendimiento laboral, y aparece especialmente en empleos de alta presión y exposición emocional, como el sector salud, educación o atención al cliente.

Durante la pandemia de COVID-19, el personal sanitario fue ejemplo extremo de este desgaste. Un estudio de la revista The Lancet Psychiatry (2021) encontró que más del 60% de los médicos encuestados en América Latina mostraron síntomas graves de ansiedad o depresión, asociados al agotamiento por las jornadas extremas, miedo al contagio y falta de apoyo institucional.

Precariedad y desempleo: ansiedad por sobrevivir

Si trabajar en malas condiciones puede desgastar, no tener trabajo o vivir con ingresos precarios también mina la salud mental. El desempleo prolongado se asocia con tasas más altas de depresión, ideación suicida y trastornos por consumo de sustancias. En México, el 55% de la población ocupada trabaja en la informalidad, según datos del INEGI (2025), lo cual implica falta de seguridad social, bajos ingresos y vulnerabilidad constante.

Las consecuencias no son sólo económicas. “Vemos cada vez más pacientes con síntomas ansiosos derivados del miedo constante a no poder pagar renta, comida o servicios. Esa sensación de inseguridad perpetua genera un estado de alerta crónico”, explica la psicóloga Luz Elena Ibarra, terapeuta comunitaria en el Estado de México.

La crisis financiera global de 2008 dejó evidencia concreta: un estudio del British Medical Journal (2013) reveló que los suicidios aumentaron en más de 10 mil casos en Europa y Norteamérica como consecuencia directa del desempleo masivo y los recortes sociales.

La pobreza como caldo de cultivo del malestar

México es un país profundamente desigual. El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) reportó en 2024 que 43.5% de la población vive en situación de pobreza, y más del 30% carece de acceso a servicios de salud mental. Esta combinación crea una tormenta perfecta: estrés por la supervivencia, imposibilidad de recibir atención profesional, y normalización del sufrimiento.

“La pobreza es una fuente constante de ansiedad. Los padres no pueden dormir pensando si podrán alimentar a sus hijos o pagar la colegiatura. Esto no es solo un problema económico, es un problema de salud mental”, advierte el director del Centro Mexicano de Estudios en Estrés Psicosocial.

Trabajo infantil y explotación: heridas en silencio

Un ángulo más oscuro, pero no menos real, es el del trabajo infantil y la explotación laboral. En México, más de 3.3 millones de niñas, niños y adolescentes trabajan, de acuerdo con cifras del INEGI 2023. Esto afecta gravemente su desarrollo psicosocial. Privados de escuela, juego y estabilidad, muchos crecen con altos niveles de ansiedad, miedo y estrés. En la adultez, arrastran consecuencias como baja autoestima, desconfianza o dificultades de relación.

Lo mismo ocurre con adultos que son víctimas de explotación laboral: desde trabajadores agrícolas en condiciones infrahumanas hasta empleados en maquilas con jornadas sin descanso y sin derechos. Las consecuencias psicológicas incluyen trastorno de estrés postraumático (TEPT), depresión mayor, ideación suicida y aislamiento.

El empleo como fuente de dignidad y protección

No todo es negativo. Un entorno laboral sano, justo y humano puede actuar como un potente factor protector. Empresas que implementan políticas de bienestar mental –como horarios flexibles, programas de apoyo psicológico, formación en manejo del estrés o prevención del acoso– no solo mejoran el ambiente laboral, sino que aumentan la productividad y reducen el ausentismo.

“La salud mental de los trabajadores no es un lujo, es una inversión estratégica. Un empleado emocionalmente estable rinde mejor, colabora más y se queda más tiempo”, apunta Patricia Debeljuh, directora del Centro Walmart-Conicet en Conciliación Familia y Trabajo de Argentina.

En países como Canadá, las empresas tienen la obligación legal de proteger la salud mental de sus empleados bajo el concepto de “entorno laboral psicológico seguro”, una figura que en América Latina apenas empieza a discutirse.

¿Y en México? Desafíos y caminos por recorrer

En nuestro país, la salud mental laboral es aún una agenda emergente. Aunque la NOM-035 de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) obliga a identificar y prevenir riesgos psicosociales en el trabajo, su implementación es dispareja y escasa, especialmente en PYMES.

“La mayoría de las empresas cumple con el papeleo, pero no con el espíritu de la norma. Falta capacitación real, liderazgo empático y políticas sostenidas”, afirma Diana Rosales, consultora en bienestar organizacional.

Asimismo, los programas sociales que podrían aliviar el peso económico de la pobreza son insuficientes o se han politizado. Eliminar estancias infantiles, cerrar guarderías del IMSS o desmantelar programas de apoyo alimentario, como ha ocurrido en los últimos sexenios, ha profundizado el estrés en millones de hogares, especialmente encabezados por mujeres trabajadoras.

La salud mental no es solo un asunto clínico, sino un reflejo de cómo se organizan nuestras sociedades. El trabajo es fuente de dignidad humana. Su ausencia, precariedad o deshumanización atentan contra el bienestar integral de la persona.

“Una sociedad que no protege la salud mental de sus trabajadores está sembrando inestabilidad, resentimiento y dolor”, concluye el sociólogo Jorge Torres, investigador. Urge repensar el modelo laboral: empleo digno, salarios justos, respeto al tiempo de descanso, y apoyo a los más vulnerables no son solo banderas sindicales. Son condiciones mínimas para que la mente humana florezca.

@yoinfluyo

Facebook: Yo Influyo

comentarios@yoinfluyo.com 

Compartir

Lo más visto

También te puede interesar

No hemos podido validar su suscripción.
Se ha realizado su suscripción.

Newsletter

Suscríbase a nuestra newsletter para recibir nuestras novedades.