Conciliación, antídoto contra la violencia

En un país donde el conflicto suele verse como sinónimo de derrota o confrontación, hablar de conciliación parece, a primera vista, ingenuo. Sin embargo, cada vez que dos partes logran un acuerdo sin recurrir a la violencia, la justicia o la imposición, la sociedad da un paso hacia la paz duradera. Resolver los desacuerdos mediante el diálogo no sólo evita rupturas, sino que repara la confianza, fortalece la cooperación y abre espacio para que el respeto sustituya al miedo.

Esa es, precisamente, la esencia del Día de la Resolución de Conflictos, que cada tercer jueves de octubre para promover la resolución pacífica de disputas y el fortalecimiento de la cohesión social en un mundo cada vez más polarizado. La fecha, promovida por organizaciones internacionales y adoptada por instituciones educativas y judiciales en México, no busca sólo conmemorar, sino enseñar a conciliar: escuchar, entender y negociar antes de que los problemas escalen.

La conciliación como puente

Detrás de cada disputa ya sea de carácter familiar, laboral, comunitaria o escolar, se desatan emociones intensas, intereses contrapuestos y, muchas veces, una falta de escucha. La conciliación ofrece un espacio neutral donde las partes pueden verse no como enemigos, sino como personas con necesidades distintas que buscan una solución.

La conciliación es una herramienta civilizatoria que permite que las personas se apropien de sus conflictos y los resuelvan sin esperar a que otro decida por ellas.

Este enfoque ha demostrado ser eficaz. Según datos del Centro Federal de Conciliación y Registro Laboral, más del 70 por ciento de los conflictos de trabajo en México se resuelven actualmente mediante acuerdos antes de llegar a juicio. Esto significa miles de horas de tribunales evitadas, millones de pesos ahorrados y, sobre todo, una cultura emergente de diálogo.

Uno de los casos emblemáticos en México que demuestra la funcionalidad de este modelo se dio en octubre de 2022 en la Región Centro de Coahuila, en el Centro de Conciliación Laboral el cual ha logrado que ocho de cada 10 casos presentados se resuelvan por acuerdo, sin necesidad de intervención judicial.

Los resultados son tangibles: los trabajadores reciben sus liquidaciones o indemnizaciones de manera inmediata y los empleadores evitan litigios prolongados que suelen terminar afectando su estabilidad económica y reputacional. Los convenios firmados en el centro representan millones de pesos entregados directamente a los trabajadores, sin el desgaste emocional ni los costos legales de un juicio.

El impacto de esta práctica va más allá del ámbito laboral: reduce la carga del sistema judicial, disminuye la tensión social y mejora la percepción de justicia. Pero, sobre todo, enseña a la ciudadanía que es posible ganar sin que alguien pierda.

Cultura de paz

La conciliación no se improvisa: se aprende. Y el Día de la Resolución de Conflictos busca precisamente eso, fomentar desde la escuela y la comunidad habilidades para el manejo pacífico de las diferencias.

En el ámbito educativo, cada vez más instituciones implementan programas de mediación escolar, donde alumnos capacitados actúan como facilitadores para resolver desacuerdos entre compañeros. La Secretaría de Educación Pública (SEP) ha destacado que estos programas reducen hasta en 40 por ciento los casos de acoso y fortalecen la empatía.

En el trabajo, la conciliación laboral y los mecanismos internos de mediación ayudan a prevenir demandas y despidos. Y en la vida cotidiana, saber escuchar, reconocer errores y buscar soluciones conjuntas es una forma de construir entornos más estables.

Los beneficios de esta práctica van más allá de evitar pleitos. Diversos estudios sobre justicia restaurativa en América Latina muestran que los procesos de conciliación reducen los niveles de reincidencia en delitos menores y aumentan la satisfacción de las víctimas, al permitirles ser escuchadas y obtener reparación directa.

En comunidades rurales, la mediación comunitaria ha evitado enfrentamientos que pudieron escalar a tragedias. En Oaxaca, por ejemplo, la Defensoría del Pueblo ha documentado casos en los que la intervención oportuna de conciliadores locales ha permitido resolver disputas agrarias y familiares sin que corra sangre.

Cada acuerdo logrado sin violencia es una victoria silenciosa. No se celebra con aplausos ni titulares, pero deja una huella duradera en la convivencia.

Promover la resolución pacífica de conflictos no depende sólo de las instituciones. Requiere voluntad social que comienza desde enseñar a los niños a dialogar, a los adolescentes a escuchar, a los adultos a negociar y a las autoridades a garantizar que haya espacios para hacerlo.

La conciliación no es un ideal abstracto, sino una práctica concreta que, aplicada con empatía y método, transforma la forma en que nos relacionamos. Y en un país que enfrenta múltiples formas de violencia, apostar por el diálogo no es un lujo: es una necesidad urgente.

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