Cómo se mata la libertad de expresión desde el poder

Cuando un periodista desaparece o un medio independiente cierra, el mundo pierde más que una voz: pierde una porción de verdad. La libertad de expresión, derecho consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en múltiples constituciones democráticas, está hoy bajo ataque sistemático en varias regiones del mundo. A través de leyes, tecnología, represión y propaganda, distintos regímenes han desarrollado métodos sofisticados para controlar la narrativa, silenciar a la oposición y someter a la ciudadanía a un discurso único.

Este artículo explora tres ejemplos paradigmáticos —China, Turquía y Venezuela— donde la libertad de expresión ha sido severamente coartada. Más que una revisión histórica, este análisis pretende ser un llamado a la conciencia: lo que ocurre allí puede —y suele— empezar con pasos similares en cualquier otra nación.

China: el algoritmo del silencio

En la República Popular China, la censura no es un acto ocasional sino una política de Estado. El Partido Comunista Chino ha construido uno de los sistemas de control informativo más elaborados del planeta, conocido coloquialmente como la Gran Muralla China digital. Se trata de una combinación de tecnología de vanguardia, vigilancia estatal y legislación restrictiva que impide el libre flujo de información dentro y fuera del país.

Según Amnistía Internacional, el gobierno chino bloquea más de 10,000 sitios web extranjeros, entre ellos Google, YouTube, Facebook y Twitter. Además, plataformas locales como Weibo o WeChat están altamente vigiladas, con palabras clave prohibidas y algoritmos que filtran contenidos sensibles como “Tiananmen” o “Taiwán independiente”. Las consecuencias para quienes rompen las reglas son severas: periodistas, blogueros y activistas son detenidos, desaparecidos o enviados a campos de “reeducación”.

Un testimonio recogido por Reporteros Sin Fronteras relata el caso de Chen Qiushi, abogado convertido en periodista ciudadano que cubrió el brote de COVID-19 en Wuhan. Tras publicar videos que denunciaban el manejo oficial de la pandemia, fue detenido y no se supo de él durante meses.

“En China no hace falta un disparo para silenciarte; basta con apagar tu conexión y tu cuenta”, comentó un exiliado digital desde Hong Kong, quien pidió permanecer en el anonimato.

Turquía: medios bajo decreto

En Turquía, la erosión de la libertad de expresión ha sido más gradual, pero igualmente devastadora. Desde el fallido intento de golpe de Estado en 2016, el presidente Recep Tayyip Erdoğan ha consolidado el control del Estado sobre los medios de comunicación y perseguido sistemáticamente a periodistas críticos.

Durante el estado de emergencia posterior al golpe, al menos 180 medios de comunicación fueron clausurados y más de 150 periodistas encarcelados, según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ). A través de reformas constitucionales y leyes antiterroristas ambiguas, el gobierno ha criminalizado la crítica bajo el pretexto de seguridad nacional.

Los grandes conglomerados de medios fueron forzados a venderse a empresarios cercanos al oficialismo. Hoy, más del 90% de los medios impresos y audiovisuales turcos están bajo influencia gubernamental directa o indirecta.

Can Dündar, exeditor del diario Cumhuriyet, fue condenado por revelar envíos de armas a Siria por parte del Estado turco. Vive exiliado en Alemania y teme regresar a su país:

“Cuando el periodismo se convierte en traición, la verdad es el enemigo”, afirmó en una entrevista con Deutsche Welle.

Venezuela: el apagón informativo como política de Estado

En Venezuela, la libertad de expresión no solo ha sido restringida; ha sido sistemáticamente eliminada. Desde la llegada del chavismo, el Estado ha promovido un proceso de concentración mediática, acoso judicial, cierre de medios y criminalización del periodismo crítico. El resultado es un ecosistema informativo profundamente controlado, en el que la narrativa oficial es prácticamente la única disponible.

Organizaciones como Espacio Público y IPYS Venezuela han documentado cientos de casos de censura, bloqueo de portales web, amenazas a periodistas y confiscación de equipos. Entre 2013 y 2023, más de 130 medios de comunicación cerraron por presiones económicas, legales o directas del régimen.

En 2020, Darvinson Rojas, periodista independiente, fue detenido por reportar cifras reales de contagios por COVID-19. Aunque fue liberado tras una fuerte presión internacional, su caso no es único. Muchos otros, como Luis Carlos Díaz o Mimi Arriaga, han sido perseguidos por ejercer su derecho a informar.

Yolanda, profesora universitaria en Caracas, comenta que: “Aquí aprendimos a no decir lo que pensamos. Lo que antes era una opinión ahora puede ser un delito. El miedo es parte de la rutina.”

Las consecuencias: democracia en coma

Coartar la libertad de expresión no es solo un atentado contra los periodistas, sino contra la ciudadanía en su conjunto. Sin medios independientes, la rendición de cuentas se desvanece. La corrupción crece sin vigilancia, los abusos de poder se multiplican y el pueblo pierde su derecho a informarse para decidir libremente.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos advierte que “la libertad de expresión es una condición esencial para el funcionamiento mismo de una democracia”. Cuando ésta se restringe, se debilitan otros derechos fundamentales como el de reunión, participación política y acceso a la justicia.

Además, la censura genera un clima de desconfianza generalizada. La sociedad se divide entre quienes repiten el discurso oficial y quienes callan por miedo. Las consecuencias no solo se reflejan en los indicadores democráticos, sino en la salud mental, la cohesión social y la esperanza colectiva.

Lecciones urgentes: prevenir para no lamentar

México y otros países latinoamericanos enfrentan desafíos similares, aunque aún conservan espacios de libertad. Sin embargo, el debilitamiento de organismos autónomos, las amenazas a periodistas y la polarización son señales de advertencia.

Para evitar caer en el mismo ciclo represivo, es fundamental que:

  • La sociedad civil se mantenga organizada y vigilante.
  • Los organismos internacionales ejerzan presión y documentación rigurosa.
  • Los medios de comunicación diversifiquen sus canales y desarrollen nuevas formas de periodismo digital descentralizado.
  • Los ciudadanos exijan transparencia, pluralidad y protección para quienes informan.

La libertad de expresión no se pierde de un día para otro. Se erosiona lentamente, entre leyes disfrazadas, discursos de odio, manipulación de redes y amenazas veladas. Los ejemplos de China, Turquía y Venezuela son espejos que devuelven imágenes inquietantes, pero también son advertencias claras.

Como bien señala el Papa Francisco en Fratelli Tutti: “La libertad no es fruto de una concesión, sino una conquista permanente.”

Defender la palabra, proteger a quienes la usan para servir al bien común, y exigir gobiernos que respeten la crítica son acciones urgentes si queremos preservar la democracia. Porque el silencio impuesto es siempre cómplice de la injusticia.

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