Abuelos: raíces que siguen dando fruto

En el corazón de la cultura mexicana, los abuelos ocupan un lugar entrañable. No sólo son el vínculo directo con nuestras raíces familiares, sino también con una historia más profunda que se remonta a los pueblos originarios de Mesoamérica, donde la vejez era símbolo de respeto, sabiduría y autoridad moral.

Para los mexicas, los ancianos –tanto hombres como mujeres– eran considerados pilares de la comunidad. Su rol no terminaba con la crianza de hijos; al contrario, comenzaba una etapa en la que sus palabras se convertían en guía. Los huehueh (viejos venerables) y las cihuateteoh (mujeres sabias) eran oradores ceremoniales, maestros de jóvenes y mediadores en conflictos. Su conocimiento, transmitido oralmente, abarcaba desde la historia hasta los valores éticos y religiosos. Su edad no era vista como decadencia, sino como un peldaño superior en el desarrollo humano. En su cosmovisión, los dioses premiaban la longevidad porque implicaba haber vivido con equilibrio.

Esa profunda valoración de la ancianidad se filtró a través de los siglos en la cultura mestiza que hoy define a México. Aunque la vida moderna ha impuesto otros ritmos y prioridades, la figura del abuelo o abuela sigue siendo central en la estructura familiar. No es casual que en muchas casas mexicanas los abuelos vivan con sus hijos y nietos, ni que sus historias, consejos y hasta recetas de cocina sean elementos que cohesionan a las familias.

Fue precisamente esta mirada de reconocimiento a la vejez lo que motivó a la escritora, filósofa y promotora social Emma Godoy a defender los derechos de las personas mayores en el siglo XX. “La ancianidad no es el atardecer de la vida, sino su cima”, decía. Con un lenguaje claro y comprometido, Godoy visibilizó el abandono y la marginación que muchas personas mayores sufrían, al tiempo que exigía políticas públicas para garantizarles una vida digna. Su labor fue decisiva para la creación del Instituto Nacional de la Senectud en 1979, que hoy conocemos como Inapam (Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores).

En 1994, el gobierno mexicano oficializó el 28 de agosto como el Día Nacional de los Abuelos, fecha que coincide con la celebración católica de San Agustín, reconocido como patrono de los ancianos. Desde entonces, este día se ha convertido en una ocasión especial para rendir homenaje a quienes nos han legado no sólo la vida, sino también la memoria y los valores que nos definen como sociedad.

Las celebraciones varían según la región. En algunos lugares se organizan ferias intergeneracionales, bailes, comidas colectivas o actividades culturales. En otros, basta una visita, una llamada o un abrazo para que el día tenga sentido. Las escuelas también se suman, invitando a los abuelos a compartir anécdotas con los alumnos o a participar en festivales donde los nietos les cantan, bailan o escriben cartas de agradecimiento.

Aunque el afecto familiar es importante, también lo son las políticas públicas que respondan a los desafíos de esta etapa de la vida. En México, más de 18 millones de personas tienen 60 años o más, y esta cifra va en aumento, según datos del Inegi. Para atender sus necesidades, el gobierno federal implementa la Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores, un apoyo económico bimestral que actualmente beneficia a más de 12 millones de personas.

A ello se suman iniciativas del Inapam, como credenciales con descuentos en transporte, farmacias, museos y servicios; cursos de capacitación, redes de voluntariado y asesorías médicas y legales. Algunas entidades también cuentan con casas de día, espacios comunitarios donde los adultos mayores pueden realizar actividades recreativas, físicas o artísticas.

Pese a estos esfuerzos, los desafíos son muchos pues muchas personas en la vejez viven en situación de pobreza, carecen de servicios de salud especializados, viven en un ambiente de violencia e incluso de abandono siguen siendo realidades que afectan a miles de personas mayores. Especialistas y organizaciones de la sociedad civil coinciden en que el envejecimiento debe asumirse como una prioridad nacional, y no sólo como una fecha en el calendario.

Celebrar a los abuelos no es solo una tradición; es un acto de justicia y gratitud. Ellos, que alguna vez sostuvieron nuestras manos para darnos nuestros primeros pasos, hoy merecen caminos seguros, compañía, atención médica y, sobre todo, respeto.

Como bien decía Emma Godoy: “El anciano no estorba, enseña. No es una carga, es una raíz. No es el final, es la memoria”. Y en México, la memoria sigue siendo uno de los valores más preciados.

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