Ningún país ha influido tanto en la vida nacional de México como Estados Unidos. Y ningún otro país ha dedicado tanto esfuerzo diplomático a manejar, matizar y amortiguar esa influencia como lo ha hecho México. La relación bilateral, tejida a lo largo de un siglo de historia, es un delicado equilibrio entre colaboración estratégica y defensa obstinada de la soberanía. ¿Cómo se construyó esta vecindad compleja? ¿Qué momentos marcaron puntos de quiebre y de reconciliación? ¿Qué hemos aprendido como naciones hermanas, pero no gemelas?
Este reportaje recorre los principales hitos diplomáticos entre 1923 y 2023, evidenciando que el diálogo constante, aunque imperfecto, ha sido el único camino sostenible para dos naciones entrelazadas por historia, economía, cultura y destino.
Primeras tensiones: entre la repatriación forzada y la defensa territorial (1920–1940)
Tras la Revolución Mexicana, México buscaba reconocimiento internacional para consolidar su régimen. En 1923, el gobierno de Obregón firmó los Acuerdos de Bucareli, comprometiéndose informalmente a respetar los intereses de empresas extranjeras, a cambio del reconocimiento diplomático de EE. UU.
Pero la tensión no se disipó. Durante la Guerra Cristera (1926–1929), el despliegue militar en la frontera por parte de Calvin Coolidge evidenciaba la fragilidad de la soberanía mexicana. Mientras tanto, la Gran Depresión de 1929 provocó una oleada de repatriaciones forzadas: más de 400,000 mexicanos fueron expulsados en un acto que hoy muchos historiadores, como Francisco E. Balderrama, consideran un “acto de limpieza étnica velada” (Balderrama y Rodríguez, Decade of Betrayal, 2006).
“Mi abuela fue llevada en un tren desde Los Ángeles hasta Chihuahua sin que le permitieran recoger sus cosas. Solo tenía 8 años. Nunca regresó”, cuenta Rosa López, nieta de repatriados.
Estos eventos marcaron el inicio de una política exterior mexicana celosa de su soberanía, incluso frente a su poderoso vecino.
Del petróleo al escuadrón 201: pragmatismo en tiempos de guerra (1940–1950)
La expropiación petrolera de 1938 tensó la cuerda: empresas estadounidenses exigían indemnización. Pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial obligó a un giro diplomático. México y Estados Unidos sellaron una alianza táctica: el Acuerdo de Defensa Conjunta de 1941 y el envío del Escuadrón 201 al Pacífico cimentaron un periodo de colaboración.
En 1944, México accedió a pagar 24 millones de dólares en compensación por las expropiaciones. El gesto fue simbólico, pero eficaz. La visita de Truman en 1947 a México confirmó un nuevo capítulo: el TIAR y el “Buen Vecino” como política oficial.
“Fue la primera vez que nos trataron como aliados, no como satélites”, comentó años después el historiador Daniel Cosío Villegas.
Guerra Fría: entre el no alineamiento y los acuerdos discretos (1950–1980)
México jugó una partida diplomática inteligente: mantuvo relaciones con Cuba, condenó intervenciones militares y evitó pronunciamientos anticomunistas agresivos. Washington toleró esta neutralidad mientras México garantizara orden interno.
Sin embargo, episodios como la Operación Wetback (1954) –que repatrió por la fuerza a cientos de miles de mexicanos– y la Operación Intercepción (1969) –que bloqueó la frontera por motivos antidrogas– sembraron desconfianza.
“Era como si de pronto hubiéramos dejado de ser vecinos y nos trataran como una amenaza”, recuerda Jesús Murillo, quien entonces cruzaba la frontera para trabajar en El Paso.
Transición neoliberal: de la crisis de deuda al TLCAN (1980–2000)
La crisis económica de 1982 obligó a México a aceptar condiciones del FMI y abrir su economía. Estados Unidos fue clave en el rescate, pero impuso cambios estructurales: privatizaciones, reducción del Estado y libre comercio. En 1994, el TLCAN selló la nueva era.
Pese a ello, la rebelión zapatista y la crisis del peso ese mismo año mostraron que la estabilidad era frágil. El rescate financiero de Clinton (20,000 millones de dólares) fue controvertido, pero evidenció la interdependencia.
“Estábamos tan conectados que si México estornudaba, Wall Street se resfriaba”, dijo en 1995 el entonces secretario del Tesoro, Robert Rubin.
Narco y seguridad: entre la cooperación y la sospecha (2000–2010)
Con Fox y Bush, la esperanza de un acuerdo migratorio integral fue real. Pero los atentados del 11-S lo sepultaron. La frontera se militarizó, y la agenda antiterrorista desplazó a la migratoria.
La Iniciativa Mérida, establecida en 2007, marcó una colaboración sin precedentes contra el narco. Pero también significó un aumento dramático en la violencia: más de 120,000 asesinatos en el sexenio de Calderón.
“Los marines gringos capacitaron a nuestros soldados, pero eso no trajo paz”, lamenta Brenda García, activista en Tamaulipas. “Solo llegaron armas, no justicia”.
Trump y la soberanía en jaque (2016–2020)
El discurso de Donald Trump fue el más hostil en décadas. La amenaza de aranceles llevó a México a ceder en migración: desplegó la Guardia Nacional y aceptó el programa “Remain in Mexico”. Aunque el T-MEC sustituyó al TLCAN, la relación estuvo marcada por desequilibrio.
Paradójicamente, López Obrador y Trump mantuvieron buena relación. En 2020, AMLO viajó a Washington y elogió al presidente republicano, sorprendiendo a la comunidad internacional.
“Lo hizo por realismo político, no por ideología”, explica el analista Carlos Heredia. “Sabía que el comercio era el corazón de la estabilidad”.
Biden y la diplomacia multitemática (2021–2023)
Joe Biden restableció el tono institucional. En 2021 se firmó el Entendimiento Bicentenario, reemplazando a la Iniciativa Mérida con un enfoque civil y preventivo.
También se impulsaron inversiones conjuntas en infraestructura fronteriza. Sin embargo, persistieron tensiones: el tema energético y la posición mexicana ante Rusia abrieron nuevas grietas.
“Estados Unidos ve con recelo que México proteja a Pemex como si fuera 1970”, ironiza Jorge Castañeda, excanciller. “Pero no pueden romper la relación sin dañarse a sí mismos”.
Diplomacia como arte de equilibrios
La relación político-diplomática entre México y Estados Unidos ha transitado de la tensión a la asociación estratégica. Sin embargo, nunca ha dejado de ser asimétrica. México defiende su soberanía como un valor histórico y cultural irrenunciable. EE. UU. protege sus intereses con pragmatismo. En medio, se construye una diplomacia compleja, resiliente y vital para ambos.
“La diplomacia con EE. UU. no es para ingenuos”, afirmó en 2022 Bárcena. “Es un ejercicio constante de firmeza sin ruptura, de cercanía sin subordinación”.
Hoy, a cien años de distancia del reconocimiento diplomático de 1923, la relación bilateral sigue viva, exigente y cargada de contradicciones. Pero también es una oportunidad permanente de madurez política. La buena vecindad no es una utopía: es un trabajo diario.
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