Hace apenas un siglo, la desconfianza era la norma. Las heridas de la guerra de 1847 y la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano seguían abiertas. Hoy, México y Estados Unidos comparten el corredor comercial más grande del mundo, con intercambios anuales que rondan los 800 mil millones de dólares (El Financiero, 2023). Además, más de 38 millones de personas de origen mexicano viven en Estados Unidos, y más de un millón de estadounidenses residen en México (CEMLA; INEGI).
En palabras del historiador Andrew Selee, director del Migration Policy Institute, “la relación bilateral ya no es opcional, sino existencial. Lo que ocurre en un lado de la frontera repercute inevitablemente en el otro”.
Durante la pandemia de COVID-19, esta interdependencia quedó en evidencia: desde el intercambio de vacunas, hasta la coordinación en el transporte de bienes esenciales, la cooperación fue imprescindible para evitar un colapso regional.
Instituciones más allá de presidentes
La relación bilateral ya no se define por las simpatías o tensiones entre los presidentes. Aunque la política sigue influyendo –como se vio en la amenaza de aranceles de Donald Trump en 2019–, existen mecanismos institucionales sólidos que amortiguan los vaivenes ideológicos. El T-MEC, sucesor del TLCAN, es uno de los pilares de esta relación, y ha incluido mejoras laborales y ambientales para responder a críticas históricas (Council on Foreign Relations, 2022).
En temas de seguridad, operan protocolos conjuntos: patrullajes fronterizos coordinados, repatriaciones ordenadas y enlaces diplomáticos en tiempo real. Esto ha permitido que incluso en momentos de alta tensión –como los intentos legislativos en EE. UU. para declarar terroristas a los cárteles mexicanos– se imponga la diplomacia sobre la confrontación.
El diplomático mexicano Arturo Sarukhán, exembajador en Washington, ha afirmado que hoy tenemos una relación de Estado a Estado donde hay desacuerdos, sí, pero también rutinas de cooperación que antes eran impensables.
La tensión permanente: soberanía vs. estigmas
A pesar de los avances, las heridas coloniales y los estereotipos persisten. Cada vez que un congresista estadounidense propone una intervención armada contra el narco, en México se reaviva el reclamo de soberanía. Del otro lado, los migrantes mexicanos siguen siendo blanco de discursos que los vinculan con el crimen o la carga social, obviando su contribución a la economía estadounidense.
El sacerdote José Guadalupe Valdés, coordinador de un albergue de migrantes en Ciudad Juárez, lo resume así: “Para muchos, los migrantes son números. Pero detrás hay rostros, hay historias. Son seres humanos que sólo buscan sobrevivir”.
La Casa Blanca reconoció en 2023 que el consumo de opioides en EE. UU. es uno de los factores que más alimenta la violencia en México (CFR, 2023). Este tipo de declaraciones abren la puerta a una narrativa de corresponsabilidad, lejos de culpas simplistas.
Beneficios compartidos… pero desiguales
Estados Unidos ha encontrado en México un socio estratégico cercano: fuente de recursos naturales, mano de obra calificada, e incluso apoyo político en momentos críticos. México fue el primer país en condenar los atentados del 11-S y activó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) en defensa de EE. UU., un gesto sin precedentes (CFR, 2001).
A cambio, México ha recibido inversiones que han transformado su industria automotriz, tecnológica y agroalimentaria. También ha contado con apoyo financiero, como el préstamo de emergencia en 1995 tras el “error de diciembre”, que evitó una crisis mayor. Sin embargo, muchos expertos cuestionan que los beneficios no siempre se repartan equitativamente.
Los acuerdos comerciales han generado riqueza, pero también han profundizado desigualdades internas. Necesitamos una integración que beneficie también al trabajador agrícola, no solo al gran exportador.
Cultura: el puente invisible
La frontera no es sólo una línea divisoria. También es una zona de intercambio constante, donde se fusionan lenguas, comidas, religiones y estilos de vida. Desde el auge del “spanglish” hasta los millones de mexicanos que celebran Acción de Gracias, o estadounidenses que festejan el Día de Muertos, lo cultural va uniendo lo que la política separa.
Programas como el Fulbright-García Robles han permitido que miles de estudiantes de ambos países cursen estudios en universidades del vecino. Organizaciones civiles como Border Angels, Casa del Migrante, o No More Deaths han sido puentes de humanidad donde los gobiernos no siempre llegan.
Y lo más potente quizá está en la música, el cine y la gastronomía. Como comenta la artista chicana Lila Downs: “Cuando cantamos en español e inglés, tejemos una identidad compartida. No hay muro que detenga eso”.
Ética y dignidad: valores para los próximos 100 años
La política debe estar al servicio del bien común y que toda economía debe tener como centro a la persona humana. Esta enseñanza cobra especial relevancia en una relación donde, con frecuencia, se sacrifican personas en nombre de intereses comerciales o de seguridad.
El Papa Francisco ha denunciado la deshumanización del migrante: “Nunca se dirá que [los migrantes] no son humanos, pero en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se muestra que para algunos son descartables” (USCCB, 2021).
Aplicar estos principios en la relación bilateral implicaría:
- Diseñar políticas migratorias que vean al migrante como sujeto de derechos, no como amenaza.
- Asegurar que los trabajadores del T-MEC tengan salarios y condiciones dignas en ambos países.
- Combatir el crimen trasnacional sin caer en políticas punitivas que aumentan la violencia.
- Promover la protección ambiental compartida, reconociendo que el planeta no tiene fronteras.
El padre Alejandro Solalinde, defensor de migrantes, insiste: “No se trata sólo de política exterior. Se trata de humanidad. Se trata de construir un mundo donde el otro sea mi hermano”.
Laura Sánchez es mexicana, enfermera, y vive en Houston desde hace 12 años. Cruzó con visa de turista y se quedó. En 2017 nació su hijo, Mateo. “Nunca me he sentido completamente de aquí ni de allá”, dice. “Pero cuando veo a mi hijo hablar inglés con sus amigos y español conmigo, sé que eso es un puente. No es una división”.
Laura ha trabajado en hospitales públicos y privados en Texas, y afirma que muchos médicos son mexicanos. “Nos necesitan, y nosotros también los necesitamos. Somos parte de lo mismo, aunque no siempre se reconozca”.
Cuando viaja a México, sus vecinos en Monterrey la llaman “la gringa”. En Houston, le han dicho que “regrese a su país”. Pero ella insiste: “Este país es tan mío como de ellos. Y México sigue siendo mi corazón. No quiero elegir. Quiero que los dos se entiendan”.
Ni lejos de Dios, ni cerca del olvido
A cien años de una historia compartida, México y Estados Unidos enfrentan nuevos retos: el cambio climático, la inteligencia artificial, las nuevas rutas de migración, el crimen trasnacional digital. Pero también tienen herramientas inéditas: cooperación institucional, intercambio humano, alianzas culturales y valores compartidos.
La frase de Porfirio Díaz, “tan lejos de Dios, tan cerca de Estados Unidos”, refleja una amargura que ya no encaja con la complejidad actual. Hoy, quizá haga más sentido decir: “Tan cerca de Dios, y no tan lejos del vecino”.
Porque en el fondo, esta no es solo una relación geopolítica. Es una historia de personas. Y mientras se sigan cruzando miradas, ideas, canciones y sueños entre ambos lados del Río Bravo, la esperanza seguirá fluyendo.
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