Evolución del tripartismo como modelo de gobernanza

Desde la segunda mitad del siglo XX, numerosos países han apostado por modelos de gobernanza laboral basados en el tripartismo: estructuras en las que gobierno, sindicatos y empleadores negocian de forma conjunta políticas laborales y sociales. Este modelo, promovido por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ha tenido múltiples rostros, éxitos contundentes y también desafíos importantes. A continuación, se presentan algunas de las experiencias más representativas en distintas regiones del mundo.
Europa Occidental: donde el tripartismo se institucionalizó
En países como Suecia, Alemania, Austria y los Países Bajos, el tripartismo es parte del ADN político y social. Estructuras como los consejos socioeconómicos o los convenios colectivos respaldados por el Estado han permitido fijar salarios de manera coordinada, mantener altas tasas de sindicalización y lograr pactos sociales duraderos.
Un ejemplo emblemático es el Acuerdo de Wassenaar (Países Bajos, 1982), donde empleadores y sindicatos aceptaron la moderación salarial a cambio de generación de empleo. Este pacto dio origen al “modelo del polder”, caracterizado por la cooperación y el beneficio mutuo. Irlanda, por su parte, implementó desde 1987 sus Social Partnership Agreements, que facilitaron una notable expansión económica en los años 90 con paz laboral y consenso social.
A nivel supranacional, la Unión Europea consagra el diálogo social tripartito como parte esencial de su modelo. Instituciones como el Comité Económico y Social Europeo o los comités sectoriales de diálogo social actúan como canales formales para concertar políticas que elevan el nivel de vida y trabajo. Tras la crisis financiera de 2008, muchos ajustes y reformas se negociaron tripartitamente, reduciendo el costo social de las medidas.
Europa del Este: del autoritarismo al consenso democrático
En el marco de la transición post-comunista, países como Polonia, Hungría y la República Checa adoptaron el tripartismo como parte de su tránsito hacia la democracia. La Comisión Tripartita polaca, creada en 1994, incluyó al histórico sindicato Solidaridad en las negociaciones sobre salarios y políticas sociales. Hungría y República Checa establecieron consejos similares que canalizaron reformas estructurales en un ambiente de cooperación.
Estas experiencias demostraron que, incluso sin una tradición previa de diálogo social, es posible construir instituciones tripartitas funcionales si existe voluntad política y participación activa de los actores. Investigaciones muestran que las reformas negociadas en estos contextos tienden a ser más equitativas y estables.
América Latina: luces y sombras de una experiencia diversa
En esta región, el tripartismo ha sido más inestable, pero también ofrece ejemplos notables. Uruguay destaca por sus Consejos de Salarios y espacios tripartitos en formación profesional y seguridad social. Argentina y Brasil, aunque en contextos de mayor conflictividad, han logrado acuerdos sobre salario mínimo y medidas anticrisis, especialmente durante la pandemia de COVID-19.
Costa Rica históricamente ha involucrado a sindicatos y cámaras empresariales en la formulación de su Código de Trabajo, mientras que en República Dominicana y otros países caribeños, la OIT ha promovido pactos por el empleo y mesas de reforma laboral. Sin embargo, la informalidad laboral estructural sigue siendo un obstáculo serio para la inclusión plena de los trabajadores en estos mecanismos.
En momentos de crisis o alta polarización política, los diálogos se ven debilitados o interrumpidos. Las experiencias fallidas de pactos sociales en países andinos muestran que sin condiciones mínimas de estabilidad y representación, el tripartismo puede tornarse decorativo o irrelevante.
África y Asia: instituciones emergentes y desafíos persistentes
Sudáfrica es un caso ejemplar. Su Consejo Nacional de Desarrollo Económico y Laboral (NEDLAC), fundado tras el apartheid en 1994, permitió acordar leyes clave como la Ley de Relaciones Laborales de 1995. No obstante, con los años ha enfrentado críticas por su falta de representatividad y lentitud en la toma de decisiones.
En otros países africanos como Tanzania o Senegal, se han creado consejos consultivos tripartitos para abordar informalidad y empleo. Aunque su incidencia real ha sido limitada por falta de recursos, son un primer paso hacia el fortalecimiento del diálogo.
En Asia, países como Indonesia, Vietnam o Corea del Sur han desarrollado estructuras tripartitas con logros dispares. En Corea, por ejemplo, la Comisión de Concertación Económico-Social fue clave para gestionar la crisis financiera asiática de 1998, negociando protecciones sociales a cambio de cierta flexibilidad laboral. En India, el desafío mayor sigue siendo integrar a una fuerza laboral mayoritariamente informal.
Testimonio: construir consensos en la práctica
“Participar en el Consejo de Salarios nos permitió entender que no éramos enemigos, sino partes de una solución común”, cuenta Marta Blanco, exrepresentante del sector empleador en Uruguay. “No siempre fue fácil, pero logramos avanzar en una agenda que benefició a todos”.
Su testimonio refleja una constante en los casos exitosos: el tripartismo no es una fórmula mágica, sino una práctica política que requiere paciencia, confianza y voluntad de diálogo.
Retos comunes para un modelo en evolución
Los principales desafíos al tripartismo son la fragmentación o debilidad de las partes, la falta de libertad sindical, el avance de la informalidad y la ausencia de voluntad política.
Cuando los sindicatos están divididos o los empleadores no representan a las pequeñas empresas, el tripartismo se debilita. Cuando el Estado controla los gremios o actúa sin reconocer el papel de los actores sociales, el diálogo se vuelve simbólico. Y cuando gran parte de los trabajadores no está representada, como ocurre en la economía informal, los acuerdos pierden legitimidad.
La OIT, en su Resolución de 2002, instó a ampliar la cobertura del tripartismo a estos sectores: “Habilitar a los trabajadores de sectores con baja sindicalización para ejercer sus derechos” y “extender la actuación de las organizaciones de empleadores a sectores poco representados”.
Sin un entorno jurídico y político favorable, los consejos tripartitos pueden dejar de funcionar o ser ignorados. La experiencia ha demostrado que el tripartismo solo prospera si el gobierno lo asume como parte central de su modelo de gobernanza.
Pese a las dificultades, el tripartismo sigue siendo una herramienta valiosa para promover políticas laborales sostenibles, inclusivas y democráticas. La OIT, junto con la Organización Internacional de Empleadores (OIE) y la Confederación Sindical Internacional (CSI), continúa apoyando su fortalecimiento mediante formación, cooperación técnica y programas de asistencia.
En palabras de Guy Ryder, exdirector general de la OIT: “El tripartismo no es solo un legado institucional; es un motor para enfrentar los desafíos del futuro del trabajo”.
En la medida en que sindicatos, empleadores y gobiernos se renueven, incluyan nuevos temas (como el trabajo digital o el cambio climático), y amplíen su representación, el tripartismo puede seguir siendo una fórmula poderosa de gobernanza social en el siglo XXI. La clave está en no darlo por hecho, sino en revitalizarlo continuamente.

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