Endurecen penas contra la extorsión

La aprobación en la Cámara de Diputados de la reforma a la ley contra la extorsión representa un punto de inflexión en la respuesta institucional a un delito que golpea severamente la seguridad y el tejido social del país. La reforma transforma al delito de extorsión en uno de los crímenes más castigados en el orden jurídico federal con penas que pueden alcanzar hasta 42 años de prisión e impone un endurecimiento sustancial de sanciones, agravantes y mecanismos de persecución.

Desde ahora, la ley fija una pena base de entre 15 y 25 años de cárcel para quien cometa extorsión bajo su modalidad genérica, acompañada de una multa equivalente a 300 a 500 veces el valor diario de la UMA. Este sería el castigo estándar cuando se obliga a alguien a dar, hacer, dejar de hacer o tolerar algo, bajo amenaza o coacción, obteniendo un beneficio o causando algún daño patrimonial, físico o psicológico.

Pero la reforma va más allá: contempla múltiples agravantes que incrementan drásticamente la pena en función del perfil de la víctima, del contexto del delito o de los medios empleados. Si la extorsión se comete contra personas dedicadas al comercio, la industria, la agricultura o la prestación de servicios, la condena se eleva de 19 a 33 años de prisión. En casos de especial vulnerabilidad, como víctimas menores de edad, migrantes, personas mayores, mujeres embarazadas, o con alguna relación de confianza, familiar o laboral con el agresor, las penas pueden alcanzar 20 a 37 años.

Cuando la extorsión se ejecuta mediante violencia física o psicológica, uso de armas, amenazas desde centros penitenciarios, prácticas conocidas como “monta-choques”, utilización de plataformas tecnológicas, o cuando participa un servidor público o un grupo delictivo organizado, la pena máxima de 42 años se vuelve alcanzable. En esos escenarios graves, la ley además impide cualquier beneficio de reducción de condena, como preliberación, conmutación o libertad anticipada.

La norma también endurece la responsabilidad de quienes trabajan dentro del sistema de seguridad y justicia. Servidores públicos como policías, custodios penitenciarios, autoridades que por ley deben denunciar, que omitan reportar un acto de extorsión o faciliten su comisión ahora enfrentan penas de 10 a 20 años de cárcel, con multas correspondientes, e incluso hasta 18 a 30 años si intervienen directamente mediante negligencia o complicidad.

Una reforma de fondo implica también cambios en la forma de persecución: el delito de extorsión será investigado de oficio, lo que significa que las autoridades podrán actuar sin una denuncia directa de la víctima. Con ello se busca reducir la subdeclaración, uno de los problemas estructurales: muchas víctimas rehúsan denunciar por temor a represalias. Asimismo, la nueva ley busca homologar el tipo penal de extorsión en las 32 entidades del país, cerrando vacíos normativos y estableciendo un piso mínimo de sanciones uniforme.

El endurecimiento del marco normativo contra la extorsión quiere enviar un mensaje claro: la impunidad ya no será la regla. Pero la eficacia real de la norma dependerá en gran medida de su implementación: de que existan fiscalías y unidades especializadas, recursos efectivos, protocolos de protección de víctimas, investigación financiera y digital, y coordinación entre autoridades federales, estatales y locales. Este cambio legal ofrece una herramienta robusta para perseguir al crimen; el reto será convertirla en resultados concretos: denuncias atendidas, delincuentes encarcelados, víctimas protegidas y un descenso real en esta forma de violencia.

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