América Latina entre urnas y hartazgos

En pleno 2024, la región más desigual del mundo también se convierte en un laboratorio político lleno de contrastes. El último informe del Latinobarómetro, publicado en julio, muestra una fotografía compleja: mientras el 52% de los latinoamericanos declara su apoyo a la democracia —el nivel más alto desde hace una década—, una mayoría abrumadora expresa insatisfacción con las instituciones democráticas, alimentando actitudes autoritarias latentes.

Este estudio, realizado en 18 países con más de 20,000 entrevistas, ofrece una visión panorámica y matizada de los sentimientos ciudadanos: esperanza en lo personal, desconfianza en lo institucional, y un marcado deseo de cambio. ¿Cómo entender estas tensiones? ¿Qué implican para el futuro político de la región?

Democracia: preferida, pero no confiable

Para millones de latinoamericanos, la democracia sigue siendo el sistema más deseable, pero no necesariamente el más funcional. El 52% la prefiere frente a cualquier otro régimen, un dato que marca un giro tras años de descenso. México y República Dominicana lideran este repunte. Sin embargo, la satisfacción real con su desempeño sigue siendo baja: solo el 35% de la población declara estar contenta con cómo funciona la democracia.

“Es una democracia más simbólica que efectiva”, afirma el politólogo argentino Daniel Zovatto. “Los ciudadanos la valoran en abstracto, pero no la ven como un instrumento útil para resolver sus problemas”.

El caso de México es ilustrativo: aunque el 75% aprueba al gobierno, solo el 30% cree que su economía nacional va bien, y un 24% aún ve con buenos ojos un régimen autoritario si garantiza orden y resultados.

Economía personal al alza, economía nacional estancada

Una de las grandes paradojas del informe es la brecha entre la percepción económica personal y la visión del país. Mientras que el 52% de los encuestados cree que su situación económica familiar mejorará este año, solo el 14% considera que la economía nacional va bien.

Este fenómeno se refleja con fuerza en países como República Dominicana (74% de optimismo personal) y Panamá, pero también en México, donde el 31% cree tener control sobre su futuro económico, aunque la confianza en el sistema político sea baja.

“Es una suerte de burbuja personal de esperanza”, explica la socióloga chilena Marta Lagos, directora del Latinobarómetro. “Las familias están aprendiendo a adaptarse, a pesar del entorno institucional frágil”.

Desigualdad y poder: las heridas que no cierran

Solo un 21% de los latinoamericanos cree que la distribución de la riqueza es justa. En países como Chile y Argentina, ese número cae por debajo del 15%. Aunque México muestra una percepción algo más optimista (39%), la mayoría sigue convencida de que “los poderosos gobiernan para sí mismos”.

Este sentimiento alimenta una desconexión profunda con las élites políticas. La confianza en los partidos es del 17%, y solo el 24% cree en su congreso. Más grave aún: el 53% de los ciudadanos dice estar dispuesto a aceptar un gobierno no democrático si este logra resolver los problemas.

Jorge, un joven electricista de Lima, lo resume así: “Yo quiero democracia, pero si me siguen robando la luz y nadie me defiende, ¿de qué sirve?”

La Iglesia y el Ejército: los últimos bastiones de confianza

Mientras partidos, parlamentos y sistemas judiciales se desmoronan en percepción, algunas instituciones conservan legitimidad. La Iglesia Católica, con un 61% de confianza, lidera como la institución más creíble de la región. La siguen las Fuerzas Armadas (43%) y la policía (41%).

En países como República Dominicana, El Salvador y Paraguay, la confianza en la Iglesia supera el 75%. Este dato es clave para entender por qué propuestas que apelan a valores tradicionales o religiosos siguen teniendo eco, especialmente en contextos de crisis moral o política.

La promoción de la justicia, la dignidad humana y el bien común, aparece como un punto de apoyo para reconstruir el tejido social y político. Pero requiere traducción práctica y liderazgo ético, no solo retórica.

Juventud: entre la distancia y la indignación

Aunque el 69% de los latinoamericanos dice tener interés en la política, solo un 33% se siente cercano a un partido. Esta brecha es más marcada entre jóvenes de 18 a 35 años, quienes consumen información por redes sociales (donde reina la desconfianza: 63% cree que se difunden noticias falsas) y desconfían de los medios tradicionales.

En Chile, el 28% de los ciudadanos jóvenes no se ubica en ninguna escala política. En México, muchos jóvenes combinan un voto progresista con demandas de orden y seguridad, mientras se sienten frustrados por promesas incumplidas.

“La política está hecha para los mismos de siempre”, dice Monserrat, estudiante de psicología en Monterrey. “Nos piden participar, pero no nos escuchan”.

Violencia, corrupción y miedo: los fantasmas de siempre

El miedo a la violencia es constante. Un 62% de los ciudadanos teme ser asaltado “todo el tiempo o casi todo el tiempo”. El 33% fue víctima de un delito en el último año. Y el crimen organizado, aunque menos visible que la violencia callejera, mantiene a muchas comunidades en vilo.

La corrupción, por su parte, sigue siendo un cáncer. Aunque el 37% cree que se ha progresado, la autoevaluación regional alcanza un nivel preocupante: 7.2 sobre 10, donde 10 es máxima corrupción.

¿Hay motivos para la esperanza?

Sí, aunque con matices. La aprobación promedio a los gobiernos ha crecido ligeramente (43% en 2024), y la percepción de progreso nacional también: pasó de 25% a 28% en un año. La integración regional es apoyada por el 83% de los ciudadanos, y el 63% prioriza el combate al cambio climático incluso si afecta el crecimiento económico.

Además, la religiosidad sigue marcando valores: el 78% de los latinoamericanos cree que los buenos modales deben ser la enseñanza más importante para los niños, seguidos por la tolerancia y el respeto. Son señales de que, pese a todo, existe un capital moral y cultural fuerte que puede alimentar la regeneración institucional.

Una democracia que se construye desde abajo

América Latina no está perdida para la democracia. Está en disputa. Entre la ilusión y la fatiga, los pueblos de la región muestran una conciencia crítica, exigen cambios, y todavía creen —aunque cada vez con más condiciones— en el poder de elegir.

Fortalecer la legalidad, garantizar el acceso a derechos, escuchar a las nuevas generaciones y devolver la dignidad a la política son tareas urgentes. Pero también lo es recuperar la confianza en que el bien común es posible.

La política no puede reducirse al arte de lo posible, sino que debe ser expresión de la caridad al servicio del hombre. Solo así la democracia dejará de ser un rito vacío y volverá a ser una promesa viva.

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