Remesas vitales para millones de familias mexicanas

Cada mes, millones de familias mexicanas esperan el aviso de que su familiar, lejos, al otro lado de la frontera, ha vuelto a enviar dinero. No importa si la cantidad es grande o pequeña, si se envió desde California, Texas, Nueva York o cualquier otra parte del mundo; ese recurso, que viaja en forma digital, pero nace de jornadas extenuantes de trabajo, llega a cambiarlo todo.

El 16 de junio el mundo conmemora el Día Internacional de las Remesas Familiares, con la intención de reconocer este flujo financiero más allá de su valor económico, sino el mejoramiento de vida de millones de personas en países en desarrollo que reciben este dinero producto del esfuerzo de sus parientes en el extranjero. En el caso de México, estas remesas representan no solo una fuente de ingresos esenciales, sino también un pilar de estabilidad económica regional.

Con las remesas se pagan los útiles escolares de los hijos, se completa el gasto de la despensa, se cubre una consulta médica, se impermeabiliza una casa. En muchas comunidades rurales, las remesas no solo alivian la pobreza: marcan la diferencia entre vivir con dignidad o con carencias.

En 2024, las remesas llegadas a México tuvieron un cierre histórico de 64 mil 745 millones de dólares, según datos de Banco de México (Banxico). Nunca antes se había registrado un monto tan alto. Este flujo superó incluso al turismo y al petróleo como fuente de divisas. Y aunque 2025 arrancó con cierto optimismo, abril marcó un fuerte tropiezo pues las remesas cayeron 12.1 por ciento en comparación con abril de 2024, siendo la peor contracción en casi 13 años.

En 2024 se estima que el 95 por ciento de los fondos enviados a México vinieron de trabajadores migrantes en Estados Unidos. Esto convierte la relación entre ambos países en la canal de remesas más robusto del mundo.

En lo que va de 2025, entre enero y abril, el país ha recibido 19 mil 15 millones de dólares, una disminución del 2.5 por ciento respecto al mismo periodo de 2024. También bajó el número de envíos y el monto promedio por operación, lo que sugiere que muchas familias están recibiendo menos dinero o con menor frecuencia.

Ese descenso, aunque numérico en las estadísticas, se traduce en hechos muy concretos: escuelas que no pueden pagarse a tiempo, citas médicas que se posponen, refrigeradores que no se llenan. Para millones de personas en regiones como Guerrero, Oaxaca, Chiapas o Michoacán, las remesas representan entre el 11 y el 16 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) estatal. Son un ingreso que sostiene la economía local y permite a muchas familias salir adelante en medio de la desigualdad.

Aunado a ello, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha implementado medidas que han impactado en la economía de muchos mexicanos que tienen familiares en esa nación, donde más connacionales trabajan y envían dinero. 

En 2025 tomó fuerza una propuesta legislativa impulsada por Trump para gravar con un impuesto del 3.5 por ciento las remesas enviadas por migrantes indocumentados, una iniciativa que podría entrar en vigor en enero de 2026. De aprobarse, este impuesto afectaría directamente a las familias mexicanas, pues el 96.6 por ciento de las remesas provienen de la Unión Americana, principalmente de estados como California, Texas e Illinois.

Ese gravamen podría implicar que por cada 100 dólares enviados, las familias mexicanas reciban 96.50 o incluso menos, si las remesadoras aplican tarifas adicionales. En números agregados, significaría hasta dos mil 700 millones de dólares menos al año. Esto sería como cerrar de golpe la llave para miles de hogares que ya dependen críticamente de ese ingreso.

Aunque el gobierno mexicano, liderado por Claudia Sheinbaum, ha comenzado gestiones diplomáticas para detener esta medida, el riesgo permanece latente. Congresistas hispanos en Estados Unidos también han levantado la voz en defensa de los migrantes, conscientes del impacto que esto tendría en ambos lados de la frontera.

Pero más allá de las cifras macroeconómicas y los discursos legislativos, lo esencial no cambia: cada remesa representa un acto de amor y sacrificio. Es el padre que trabaja en la construcción y manda dinero para que su hija estudie enfermería; es la madre que limpia casas y ayuda a pagar una operación para su madre en Zacatecas; es el joven que manda parte de su salario para que su hermano menor no abandone la escuela.

El año 2024 fue, hasta ahora, el que más remesas ha registrado en la historia de México. A pesar de las dificultades económicas globales, la inflación y la incertidumbre migratoria, los migrantes mexicanos mantuvieron el compromiso de apoyar a los suyos. En contraste, 2025 parece estar trazando un camino más incierto, donde cada dólar enviado desde la Unión Americana podría costar más económica y emocionalmente.

En ese contexto, el reto no es sólo proteger el flujo de remesas, sino también reconocer el valor humano detrás de ellas. Porque cada transferencia no es un simple movimiento financiero: es una historia de ausencia, trabajo duro y esperanza. Es, en el fondo, una muestra de que aunque los cuerpos migren, los lazos familiares permanecen firmes.

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