En México, emprender es mucho más que abrir un negocio: es una decisión de vida en medio de un entorno económico complejo. Las cifras lo confirman. Las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes) representan el 99 por ciento de las unidades económicas del país, generan más del 50 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) y concentran más del 70 por ciento del empleo formal, de acuerdo con el Inegi y la Asociación de Emprendedores de México (ASEM).
Pero el contexto no es alentador. Para 2025, BBVA estima que el país enfrentará una contracción económica de menos 0.4 por ciento, tras un crecimiento marginal de 0.2 por ciento en el primer trimestre del año. Se prevé una ligera recuperación hacia 2026, con una proyección de crecimiento del 1.2 por ciento. Este estancamiento golpea con especial dureza a quienes intentan iniciar o consolidar un negocio propio.
El emprendimiento cumple un papel clave en el dinamismo económico. No sólo fomenta la generación de empleo, también estimula la innovación, diversifica la economía y promueve el desarrollo regional. A nivel global, las pymes representan cerca del 90 por ciento del total de empresas y generan entre el 60 y el 70 por ciento del empleo formal, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
En México, más del 50 por ciento de las nuevas empresas nacen por necesidad, es decir, por la falta de opciones en el mercado laboral. Esto coloca al país como uno de los líderes regionales en intención emprendedora, pero también lo vuelve vulnerable ante crisis económicas, inflación y falta de políticas públicas coherentes.
Pese a su peso económico y social, emprender en México implica sortear numerosos obstáculos estructurales. Uno de los más críticos es el acceso al financiamiento. Datos de la ASEM indican que sólo el 23 por ciento de las pymes acceden a créditos bancarios. El resto opera con recursos propios o recurren a alternativas informales, lo que limita su capacidad de crecer, innovar o resistir crisis.
Además, la complejidad regulatoria ha ido en aumento. En 2025, México fue clasificado como el país más complicado de América Latina para hacer negocios y el tercero más difícil a nivel global, según el Global Business Complexity Index de TMF Group. El informe destaca la dificultad de cumplir con regulaciones laborales, fiscales y administrativas, lo que desalienta tanto a nuevos emprendedores como a inversionistas.
La transformación digital también presenta una brecha significativa. El Informe de Madurez Digital (IMD) 2025, elaborado por AmCham México, reveló que las empresas mexicanas alcanzan en promedio 41.7 por ciento de madurez digital, por debajo del nivel considerado ideal (70 por ciento). La mayoría de las pymes carece de estrategias digitales sólidas, y su adopción de herramientas como inteligencia artificial o comercio electrónico aún es limitada.
Por ejemplo, un estudio de GoDaddy muestra que aunque el 54 por ciento de los pequeños negocios ya venden en línea, muchos enfrentan dificultades para generar contenido (44 por ciento), convertir seguidores en clientes (54 por ciento) y aprovechar la inteligencia artificial (41 por ciento).
El crecimiento del emprendimiento femenino en México ha sido notable en los últimos años. No obstante, las mujeres enfrentan barreras específicas. Según una encuesta de Tiendanube, el 30 por ciento de las emprendedoras identifican el marketing digital como su mayor desafío, seguido por el acceso a espacios asequibles (29 por ciento) y la falta de financiamiento (28 por ciento). Además, el 54 por ciento reporta sentir mayor presión por la competencia, en comparación con el 47 por ciento de los hombres.
Estas cifras revelan no sólo un esfuerzo sostenido por parte de las mujeres, sino también una necesidad urgente de políticas con enfoque de género que fortalezcan sus capacidades empresariales.
Una de las mayores dificultades para las pymes mexicanas es competir con grandes empresas nacionales y transnacionales. Plataformas como Amazon y Mercado Libre ofrecen precios bajos, logística avanzada y economías de escala que resultan inalcanzables para la mayoría de los negocios pequeños.
Estas dinámicas refuerzan la concentración de mercado y reducen el margen de maniobra de los emprendimientos locales, que no pueden competir en igualdad de condiciones.
Las oportunidades
Pese al panorama complejo, el emprendimiento en México tiene ventanas de oportunidad reales. La tendencia global del nearshoring ha beneficiado a México como destino prioritario para la inversión extranjera. Según el gobierno federal, el “Plan México” busca atraer 277 mil millones de dólares en inversión, generar 1.5 millones de empleos e integrar a las pymes en las cadenas globales de valor mediante incentivos fiscales y financiamiento.
El sector tecnológico, el turismo sostenible, la economía circular y la manufactura especializada son áreas de alto crecimiento para emprendedores con capacidad de adaptación e innovación.
Además, eventos como incMTY, promovido por el Tecnológico de Monterrey, han fortalecido el ecosistema emprendedor al facilitar el acceso a capital de riesgo, mentorías y redes de apoyo internacional.
Sin embargo, especialistas advierten que el entorno institucional sigue siendo frágil. La incertidumbre jurídica, derivada de propuestas como la reforma al Poder Judicial, ha provocado preocupación en sectores empresariales y podría frenar nuevas inversiones, al aumentar el riesgo percibido por los inversionistas.
La ASEM también ha alertado sobre la necesidad de simplificar los trámites para la apertura de negocios, garantizar la seguridad jurídica de los contratos y fomentar una cultura empresarial sólida desde la educación básica.
El reto
El ecosistema emprendedor en México combina fortalezas estructurales, el tamaño del mercado interno y el talento joven, pero existen obstáculos sistémicos que frenan su desarrollo. Si bien existen apoyos gubernamentales y privados, la falta de coordinación, planeación estratégica y condiciones legales adecuadas limita el potencial de los nuevos negocios.
México necesita pasar del discurso de apoyo a emprendedores a una política real de fortalecimiento productivo: con financiamiento accesible, digitalización efectiva, educación empresarial y reducción de cargas burocráticas. Sólo así el emprendimiento podrá convertirse en motor de innovación y no quedar atrapado como estrategia de supervivencia.
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