Negocios en fuga

En plena pandemia, con las calles vacías y los negocios cerrando día tras día, muchos mexicanos no perdieron tiempo en lamentos: montaron un puesto, vendieron comida, ofrecieron servicios desde casa o por redes sociales. Emprendieron, sí, pero en la informalidad. Lo que para algunos fue un signo de resiliencia, para millones fue la única salida ante el colapso de su fuente de ingresos.

Hoy, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) confirma la magnitud de esta transformación: entre 2019 y 2024, México perdió más del 37% de sus unidades económicas formales, y en su lugar surgieron millones de negocios informales. La pandemia no solo golpeó la salud y la economía: también redibujó el mapa laboral y empresarial del país.

Radiografía de una caída: cifras del INEGI y el Estudio ECUE

El Estudio sobre la Demografía de los Negocios 2024 (EDN) del INEGI es contundente: de las 4.86 millones de unidades económicas formales registradas antes de la pandemia, solo sobrevivieron 3.04 millones en 2023. Es decir, desaparecieron 1.82 millones de empresas, una contracción del 37.4%. En contraste, surgieron 1.67 millones de negocios, pero la mayoría en la informalidad, sin registro fiscal, sin seguridad social y sin contratos.

Este fenómeno se reflejó también en el crecimiento del empleo informal. La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) reporta que al cierre de 2023, el 55.1% de los mexicanos con empleo estaban en la informalidad, una cifra que supera por mucho el promedio latinoamericano y que implica que más de 32 millones de personas trabajan sin ninguna protección laboral.

Según explicó Julio Santaella, expresidente del INEGI, “el cierre de empresas formales durante la pandemia no fue sustituido por una recuperación en el mismo ámbito, sino por un crecimiento del sector informal que funciona sin regulaciones, en condiciones más precarias y vulnerables”.

Historias desde la orilla: testimonios de la informalidad

El caso de Adriana Camacho, madre soltera y exrecepcionista de un consultorio dental en la Ciudad de México, ilustra esta transición. “Cuando cerraron por la pandemia, nos avisaron que ya no reabrirían. Me quedé sin nada. Empecé vendiendo brownies por WhatsApp y ahora tengo un pequeño carrito afuera del metro. No tengo seguro, pero con eso mantengo a mis hijos”.

Como Adriana, miles de personas optaron —o se vieron forzadas— a crear microemprendimientos. La mayoría no se registra ante el SAT ni puede acceder a créditos o apoyos gubernamentales. “La gente no quiere evasión, quiere vivir”, comenta Miguel Ángel Calvillo, investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM. “Pero las condiciones laborales son tan excluyentes que millones quedan fuera”.

Causas estructurales: ¿por qué crece la informalidad?

Aunque el COVID-19 actuó como catalizador, la informalidad ya era un problema estructural en México. Desde 2010, el país mostraba una proporción elevada de empleo informal, en parte por la rigidez del mercado laboral, la carga fiscal para microempresas, la corrupción institucional y la escasa fiscalización.

La pandemia agudizó esas fallas. Según un estudio del BID (2021), los países con mayor informalidad previa al COVID fueron los que más sufrieron caídas en productividad y empleo formal durante la crisis. En México, además, las políticas públicas de apoyo a empresas fueron limitadas: menos del 1% del PIB se destinó a subsidios o rescates empresariales, en comparación con un promedio del 5% en América Latina y hasta 10% en países OCDE.

México apostó por el ‘sálvese quien pueda’. Las empresas pequeñas y los trabajadores por cuenta propia fueron abandonados según ha reportado México Evalúa. El resultado fue predecible: cierre de formales, auge de informales.

Consecuencias sociales y económicas

El crecimiento de la informalidad tiene efectos que van más allá del mercado laboral. Afecta las finanzas públicas —porque hay menos contribuyentes—, reduce la productividad general del país y multiplica las brechas de desigualdad.

“Cuando más de la mitad de los trabajadores están en la informalidad, no hay pensiones, ni vacaciones, ni seguros. La vejez se vuelve un abismo”, se advierte desde el EQUIDE en la Universidad Iberoamericana. Además, muchos niños y adolescentes deben trabajar para sostener esos negocios familiares, interrumpiendo su escolaridad.

En términos fiscales, el Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP) estima que el país deja de recaudar más de 4.5% del PIB anualmente debido a la informalidad. Son recursos que podrían invertirse en salud, educación o infraestructura.

¿Qué hacer ante una economía partida?

La Doctrina Social de la Iglesia enseña que el trabajo digno es la base de una sociedad justa. No basta con que todos trabajen: es necesario que puedan vivir con dignidad. El Papa Francisco lo ha recordado con claridad: “La falta de trabajo que respete la dignidad humana no solo lastima al individuo, sino a la estructura moral de la sociedad”.

En ese sentido, los expertos coinciden en que urge una estrategia integral que combine legalidad, apoyo productivo, acceso a crédito y simplificación fiscal. “No puedes pedirle a una señora que vende quesadillas en la calle que saque firma electrónica y pague impuestos sin darle nada a cambio”, apunta Ana Laura Martínez, consultora en economía popular. “Pero sí puedes ayudarle a entrar a un esquema de seguridad social simplificado, darle capacitación, espacios seguros y acceso a crédito”.

Algunas propuestas incluyen:

  • Crear un régimen fiscal simplificado para negocios menores a 200 mil pesos anuales, con cuotas fijas y acceso a seguridad social.
  • Fortalecer programas de formalización voluntaria, con incentivos fiscales y capacitación.
  • Impulsar cooperativas, mercados populares regulados y alianzas con gobiernos locales.
  • Garantizar espacios dignos y seguros para el comercio informal en las ciudades.
  • Aumentar la inversión en microcréditos con tasas accesibles para formalizar negocios.

Ni romanticismo, ni estigmatización

La informalidad no es una elección romántica, ni un estilo de vida deseable. Es una respuesta de sobrevivencia ante un sistema que no da cabida a todos. Y sin embargo, en esa economía informal palpita el ingenio, el esfuerzo y los valores de millones de mexicanos que, contra todo pronóstico, siguen de pie.

“Mi sueño sigue siendo tener una cafetería formal, chiquita, pero mía”, dice Adriana. “Pero por ahora, aquí sigo, en la calle, sacando adelante a mis hijos. Eso también es dignidad”.

La reconstrucción del tejido económico y social pospandemia pasa, necesariamente, por reconocer y acompañar a quienes hoy viven y trabajan desde la periferia. Porque la justicia social no se escribe en los grandes números, sino en las historias concretas de quienes luchan todos los días para no desaparecer.

 

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