El anuncio del cierre de la planta Nissan CIVAC en Jiutepec, Morelos, marcó una señal de alerta para el sector automotriz mexicano. Tras casi seis décadas de operaciones, la empresa japonesa decidió cesar su actividad en la histórica fábrica y trasladar la producción al complejo de Aguascalientes, más moderno y eficiente. La noticia no solo estremeció a los más de dos mil trabajadores que dependen directamente de la planta, sino también a toda una red de empleos indirectos, proveedores y comercios locales que ya empiezan a resentir el golpe económico.
El impacto no se limita a lo regional. La industria automotriz es uno de los pilares más sólidos de la economía mexicana: aporta entre 3.6 por ciento y 4.7 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) nacional, genera cerca de un millón de empleos directos y más de 1.9 millones indirectos. Además, representa casi una quinta parte del PIB manufacturero del país y encabeza las exportaciones mexicanas, con cerca del 30 por ciento de los envíos totales al extranjero. Sólo en 2024, México produjo cerca de cuatro millones de vehículos, de los cuales más de 3.4 millones se exportaron, principalmente a Estados Unidos.
Sin embargo, la estabilidad de este sector comienza a tambalearse. En los primeros meses de 2025, la producción de vehículos apenas creció 0.9 por ciento y las exportaciones cayeron más del seis por ciento. La guerra comercial impulsada por Estados Unidos, con aranceles de hasta 25 por ciento para autos y autopartes, ha encarecido insumos y presionado los márgenes de ganancia. Aunque México logró una reducción parcial del arancel al 15 por ciento para productos que cumplen reglas específicas del T-MEC, la exigencia de contenido regional estadounidense complica su aplicación en muchos modelos.
Frente a este escenario, diversas empresas están revisando sus estrategias. Nissan optó por concentrar su producción en Aguascalientes; BYD pospuso su inversión millonaria para una planta en el país; Michelin anunció el cierre de una de sus fábricas en Querétaro. Otras compañías, como General Motors, Volkswagen o Stellantis, han comenzado a reconfigurar su producción y ajustar sus exportaciones para sortear los nuevos costos impuestos por la política arancelaria.
Los estados más industrializados del país, como Guanajuato, Puebla y San Luis Potosí, enfrentan riesgos similares. La combinación de una menor demanda global, aumento de costos logísticos, volatilidad en el precio de insumos y un entorno regulatorio incierto ha provocado una desaceleración en las inversiones. Las cifras de producción y exportación apuntan hacia un posible estancamiento, mientras que la pérdida de empleos, tanto directos como indirectos, amenaza con generar un efecto dominó en la economía nacional.
Las consecuencias no sólo se miden en cifras. Miles de familias dependen de esta industria para sostener su ingreso. En Jiutepec, comerciantes, transportistas, pequeños talleres y servicios cercanos a la planta Nissan ya reportan una caída en la actividad. La pérdida de nómina, que ronda los 800 millones de pesos anuales, se traduce en menos consumo, menor circulación de dinero y un impacto social que puede extenderse por años.
Frente a esta coyuntura, expertos coinciden en la necesidad de medidas urgentes. Una de ellas es diversificar los proveedores y reducir la dependencia de insumos importados sujetos a aranceles. También se plantea el fortalecimiento de las cadenas de valor nacionales, la inversión en innovación tecnológica y la transición hacia modelos de producción más sostenibles. Además, se requieren políticas públicas que acompañen al sector: incentivos fiscales, apoyo a la reconversión industrial, facilidades para el cumplimiento del T-MEC y esquemas de protección laboral en zonas afectadas.
México aún conserva ventajas competitivas: su ubicación estratégica, la experiencia de su fuerza laboral y la infraestructura instalada. Pero sin una respuesta oportuna y coordinada entre industria y gobierno, esas fortalezas podrían diluirse en medio de un contexto global cada vez más proteccionista y volátil. El país se encuentra en una encrucijada: adaptarse a las nuevas reglas del juego o resignarse a ver cómo se apaga uno de sus motores más poderosos.
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