Petróleos Mexicanos, mejor conocida como Pemex, ha sido históricamente una de las joyas de la corona económica del país. Sin embargo, lo que en otros tiempos fue motivo de orgullo nacional, hoy se ha transformado en una pesada carga para las finanzas públicas y el desarrollo económico de México. Con pérdidas crecientes, deuda impagable y decisiones recientes que tensan aún más su frágil estructura, Pemex se encuentra al borde del colapso. La urgencia no es sólo financiera: es ética, política y social.
“Mi esposo trabajó en Pemex por 25 años. Hoy está jubilado, pero su pensión ha estado en riesgo más de una vez. Nosotros dimos nuestra vida por esa empresa, y ahora parece que la están dejando morir”, relata con tristeza doña Gloria Martínez, vecina de Ciudad del Carmen, Campeche, uno de los municipios que más ha resentido el deterioro de la petrolera.
Un gigante enfermo: la larga agonía de Pemex
La crisis de Pemex no es nueva. Desde la década de 1980, la empresa comenzó a mostrar signos de debilidad financiera, operativa y administrativa. En 2006, su deuda total era de 43 mil millones de dólares. Para 2024, superaba los 110 mil millones de dólares, según cifras del propio informe trimestral de Pemex (enero-marzo 2025).
A la deuda se suman prácticas de corrupción sistémica, como las reveladas por el caso Odebrecht, donde funcionarios de alto nivel aceptaron sobornos a cambio de contratos inflados. La ineficiencia operativa es otra losa: mientras que en 2004 Pemex producía 3.4 millones de barriles diarios, en 2023 apenas superó los 1.7 millones, de acuerdo con la Agencia Internacional de Energía.
“El modelo de Pemex está roto. No puede seguir funcionando como hasta ahora, subsidiando pérdidas con dinero público sin una transformación real de fondo”, afirma Lourdes Melgar
Decisiones recientes: curitas en una herida abierta
En los últimos años, el gobierno federal ha impulsado proyectos como la refinería de Dos Bocas (cuya inversión ya rebasó los 16 mil millones de dólares), la compra de la refinería Deer Park en Texas y el impulso a la autosuficiencia energética a través de combustibles fósiles.
Además, se han tomado decisiones para reestructurar parte de la deuda de Pemex con créditos respaldados por el Estado. Si bien estas medidas se presentan como soluciones inmediatas, expertos como Gonzalo Monroy, analista del sector energético, advierten que “sólo posponen el problema y comprometen aún más las finanzas del país”.
En el primer trimestre de 2025, Pemex reportó pérdidas por 74 mil millones de pesos. Estas cifras superan el presupuesto anual de programas prioritarios como IMSS-Bienestar o el mantenimiento de carreteras federales.
Riesgos y consecuencias: cuando el Estado sostiene una empresa quebrada
El sostenimiento artificial de Pemex no es gratuito. Según el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), el rescate financiero de la petrolera ha comprometido hasta un 20% del gasto público anual desde 2020.
Las consecuencias son alarmantes:
- 📉 Disminución de recursos para salud, educación e infraestructura.
- 💼 Desconfianza de inversionistas extranjeros ante el manejo discrecional del presupuesto.
- 📉 Pérdida de calificación crediticia, tanto para Pemex como para el propio gobierno mexicano.
- 🚧 Dificultades para financiar nuevos proyectos sociales o productivos.
Lo más grave es que se ha hecho de Pemex una causa ideológica, no económica. Se ignora la realidad financiera con tal de mantener una narrativa de soberanía energética que ya no es viable, explican desde México Evalúa.
El impacto social: trabajadores, comunidades y futuro
El deterioro de Pemex golpea directamente a las regiones petroleras. En Tabasco, Veracruz y Campeche, comunidades enteras dependen de la actividad de la empresa. Cuando Pemex reduce operaciones o cancela contratos, miles de empleos desaparecen sin alternativa cercana.
Fernando, técnico en perforación de Poza Rica, comenta: “Llevo un año sin trabajo fijo. Antes Pemex era garantía de empleo, hoy sólo quedan promesas y deudas”.
Además, el presupuesto estatal depende en buena medida de los ingresos petroleros. En 2024, cerca del 15% de los ingresos públicos provinieron de Pemex. Cada punto de caída en la producción implica menos recursos para seguridad social, pensiones y transferencias a estados.
¿Qué hacer?: reformas, ética y transición
Frente a este panorama, las alternativas deben ser claras, valientes y estructurales. Expertos de organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial coinciden en tres recomendaciones clave:
- Profesionalización de la gestión de Pemex, blindándola de decisiones políticas y exigiendo rendición de cuentas.
- Diversificación de la matriz energética, invirtiendo en renovables y cerrando paulatinamente las operaciones más contaminantes y deficitarias.
- Redefinir el papel de Pemex como empresa productiva del Estado, con objetivos de eficiencia, no de autosuficiencia ideológica.
Desde una perspectiva de Doctrina Social de la Iglesia, es urgente recordar el principio del bien común. Como señaló el Papa Francisco en Laudato Si’: “El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos”. Un país que apuesta todo a un modelo petrolero sin futuro pone en riesgo no solo su economía, sino la dignidad de sus ciudadanos y el cuidado de la casa común.
Ética, legalidad y futuro compartido
Pemex es un símbolo, pero no puede ser una reliquia tóxica que arrastre a todo el país. La legalidad, la transparencia y el uso ético de los recursos públicos deben guiar cualquier reforma. Seguir tapando agujeros con dinero del erario no sólo es irresponsable: es inmoral.
Replantear el rol de Pemex no significa traicionar a México, sino justamente lo contrario: significa asumir la adultez económica, cuidar el futuro común y recuperar la confianza ciudadana.
Como lo resumió un jubilado petrolero entrevistado para este reportaje: “No queremos que Pemex muera… pero tampoco queremos que México se hunda por salvarlo mal”.
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