El sello “Hecho en México” no es nuevo. Fue creado en 1978 por el diseñador Omar Arroyo Arriaga para identificar productos elaborados en el país. Sin embargo, durante décadas su uso fue más simbólico que operativo. En 2025 el gobierno federal lanzó un relanzamiento estratégico de este distintivo, dentro del marco del “Plan México”, con la intención de fortalecer el mercado interno, la soberanía productiva y la identidad del consumo nacional.
La Secretaría de Economía explica que el sello sirve para:
- Promover el fortalecimiento del mercado interno.
- Incentivar el contenido nacional en las cadenas productivas.
- Fomentar la soberanía productiva frente a las importaciones.
- Diferenciar productos mexicanos frente al mercado global.
En agosto de 2025, el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y unas 30 empresas anunciaron una campaña denominada “Lo hecho es México, está mejor hecho” para estimular el orgullo nacional y visibilizar el sello. Además, se ha establecido una alianza con Amazon México para incorporar productos con certificación “Hecho en México” en su plataforma e impulsar capacitación para PYMES que quieran entrar al comercio electrónico.
Los productos que aspiren al distintivo deben demostrar que su manufactura, ensamble o transformación ocurrió en territorio mexicano, cumplir requisitos de verificación y solicitar la autorización ante la Secretaría de Economía. La autorización tiene vigencia de cinco años y puede ser revocada por uso indebido del sello.
Este relanzamiento se produce en un contexto geoeconómico volátil. Las tensiones comerciales con Estados Unidos y la necesidad de reactivar la industria nacional después de los golpes de la pandemia y las cadenas globales interrumpidas, hacen que el sello adquiere una dimensión estratégica.
¿Quiénes se han sumado hasta ahora?
El programa no es exclusivo del gobierno: ya hay ejemplos de empresas, sectores y plataformas que han adoptado el sello o se suman a su promoción.
- Empresas privadas y el CCE. Cuando el CCE se suma con una campaña, está señalando que parte del sector empresarial ve una oportunidad de imagen y valor agregado en el sello.
- PYMES y emprendedores. Amazon México firmó una alianza con el gobierno para facilitar que PYMES con certificación “Hecho en México” accedan a su plataforma, además de recibir capacitación gratuita para exportar y adaptarse a ventas digitales. Por ejemplo, Warlock, una marca de calzado con sello “Hecho en México”, ha resaltado esta certificación como parte de su identidad.
- Consumidores y estudios de mercado. Un estudio de Kantar reportó en 2025 que aproximadamente el 52 % de los mexicanos estarían dispuestos a elegir un producto con el sello “Hecho en México”. También se informa que un 57 % de la población planea buscar precios más bajos dentro de lo nacional y modificar volumen de compra, incluso cuando prefieran productos mexicanos.
- Medios y prensa especializada. Publicaciones como El País destacan el relanzamiento del sello como respuesta a disputas arancelarias con EE. UU.
Pese a esos avances, no hay aún una cifra pública consolidada y transparente del número total de productos certificados ni un monitoreo claro del crecimiento año con año. El portal oficial del programa permite consultar qué empresas tienen autorización de uso.
¿Ha incidido realmente en el consumo local?
Este punto es esencial: no basta con tener un sello bonito, si no logra alterar los hábitos de compra.
Datos que alientan
- El estudio de Kantar sugiere que un porcentaje relevante de los consumidores mexicanos ya consideran el sello como factor de decisión.
- Milenio reporta que la preferencia por productos “Hecho en México” crece entre consumidores conscientes del valor nacional.
- Expertos opinan que este sello puede fortalecer las cadenas productivas y la integración del contenido nacional, lo que, en teoría, reduce dependencia de insumos importados.
Dificultades estructurales: pero los retos son múltiples:
- Competencia de precio e importaciones. Muchos productos importados —o fabricados con insumos importados— compiten con mayores economías de escala y precios más bajos. El sello “Hecho en México” debe competir con ventajas de costo difíciles de igualar.
- Desconocimiento del consumidor. Aunque estudios muestran intención favorable, que el sello influya en compras reales requiere que el ciudadano lo identifique, confíe en él y lo considere relevante frente a ahorro inmediato.
- Capacidad de las PYMES. No todas las pequeñas empresas tienen logística, financiamiento u organización para cumplir requisitos de certificación, controles de calidad, renovación del sello o presencia en plataformas digitales.
- Monitoreo y transparencia. No es claro hasta hoy un mecanismo público robusto de evaluación de cuántos productos han logrado el sello, cuántos lo renovaron, cuántos fueron revocados o hasta qué nivel ha cambiado la participación de mercado.
- Costos y riesgo de farsa. El uso indebido del sello o productos que incumplen los requisitos podría erosionar la credibilidad del programa.
Un análisis en El Economista enfatiza que la certificación debe ser acompañada de innovación, formación de talento y alianzas público-privadas para elevar la competitividad.
Para aterrizar el tema, entrevisté a Mariana López, fundadora de Artesanías Ixhuatl, en Puebla. Hace seis meses solicitó el sello “Hecho en México” para sus productos textiles bordados a mano. “Cuando inicié creí que me abriría puertas en tiendas grandes o mayoristas. Me dieron el sello, pero el costo administrativo, la renovación y los requisitos me han llegado a saturar. Algunos compradores lo piden, otros ni lo notan; al final, me cuesta equilibrar precio y valor”, me comparte.
Mariana no es una excepción. Muchas micro y pequeñas empresas sienten que el sello es una herramienta aspiracional más que una palanca real de ventas masivas.
El sello y los valores sociales
Este programa puede tener resonancia ética si se convierte en un mecanismo que dignifique al trabajador, promueva el bien común y fortalezca la comunidad.
- Dignificación del trabajo. Si implicar mayor contenido nacional significa empleo más formal, con calidad laboral y salarios dignos, ello estaría alineado con el principio del valor del trabajo humano.
- Subsidiariedad y protagonismo local. La DSI valora que las comunidades participen, que las familias y los productores no sean meros objetos, sino sujetos activos del desarrollo.
- Solidaridad. Comprar lo nacional, en este marco, puede interpretarse como un acto de solidaridad con los sectores más vulnerables, de reciprocidad local frente a la globalización.
- Bien común. Si efectivamente el sello contribuyera a una industria más robusta que beneficie al país en su conjunto, no solo a unos cuantos, estaría en armonía con ese principio.
No obstante, esa visión exige que el programa no quede en slogans ni promesas, sino que traduzca esos valores en hechos: transparencia, justicia económica, oportunidades reales para las comunidades alejadas.
El relanzamiento del sello Hecho en México es una apuesta ambiciosa que conjuga identidad, economía y política industrial. Tiene el potencial de ser una herramienta transformadora —pero bajo ciertas condiciones:
- Métrica clara y rendición de cuentas. Se debe publicar sistemáticamente cuántos productos han sido certificados cada año, renovaciones, revocaciones y el efecto en participación de mercado.
- Inversión real en las PYMES. No basta con capacitación digital: muchas necesitan financiamiento, asesoría administrativa y logística para cumplir los estándares.
- Campañas de educación al consumidor. Que el público joven (millennials, centennials) entienda el valor de elegir con conciencia, no solo por precio, sino por impacto social y económico.
- Alianzas estratégicas. Con plataformas de comercio electrónico (como ya se hace con Amazon), con cadenas de tiendas, con gobiernos locales, incluso con medios de comunicación.
- Supervisión ética y legal. Garantizar que el sello no se use de forma fraudulenta y que haya sanciones claras para quienes lo vulneren.
Si estas condiciones se cumplen, el sello podría dejar de ser un símbolo decorativo y convertirse en un motor real de transformación industrial, social y cultural. Para los jóvenes, implicaría pasar de consumidores pasivos a ciudadanos que compran con intención, con conciencia, con un proyecto de país. Y eso sí que es influir.
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