Antes de llegar al papado, Joseph Ratzinger comprendió que el mundo estaba entrando en una nueva época. No se quedó callado: escribió sobre ello. Siendo aún cardenal, publicó un libro titulado La nueva época post-cristiana. Luego, ya como Papa Benedicto XVI, escribió tres encíclicas, y una cuarta que no alcanzó a concluir. Fue su sucesor, Francisco, quien la terminó.
Francisco recibió esta herencia colosal: una Iglesia inmersa en un cambio de era. Y decidió darle un giro radical al modo de ser Papa. No era un teólogo como Ratzinger. No era un diplomático. No era —y esto es clave— un Papa convencional. A Francisco le tocó crecer en una Argentina peronista y dividida. Fue un enemigo frontal del peronismo, y esto está documentado. Jamás se reunió con los líderes peronistas, ni siquiera cruzó la Plaza de Mayo, esa que separa la Casa Rosada de la Catedral de Buenos Aires, donde vivía. Nunca tuvo encuentros con políticos. Le hicieron la guerra. ¿Y quién se reconcilió con él? Milei, ya estando Francisco en Roma, a través de una llamada telefónica. Luego lo visitó personalmente. Todos lo vimos en el funeral de Francisco, en primera fila. Ahora habrá que ver cómo actúa. Pero claro: Milei no es peronista. Y los presidentes que lo antecedieron —una dictadura militar brutal, y luego el peronismo corrupto representado por los Kirchner— fueron adversarios abiertos del entonces arzobispo Bergoglio, que nunca se reunió con ellos y que fue constantemente denigrado por sus medios y sus estructuras.
Ya como Papa, comprendió que su vocación no era la del teólogo sino la del pastor. También escribió tres encíclicas y concluyó la cuarta que dejó Benedicto. Y todo esto en medio de una circunstancia sin precedentes: la renuncia de un Papa, la primera en siglos. Benedicto renunció con plena conciencia de que su salud no le permitía guiar a la Iglesia con la energía que la nueva época exigía. Una época post-cristiana que, en muchos rincones del continente americano, todavía no se termina de entender.
¿Y por qué Benedicto mandó a Christophe Pierre —mi amigo francés— como nuncio de México a Washington? Porque es el único que ha entendido de verdad a México. Lo conocí antes de que lo trasladaran. Él fue clave para tender puentes.
Pero entender lo que pasa en el mundo exige mirar más profundo. Hoy, en México, el poder real lo ejercen dos grandes familias de cárteles, enfrentadas entre sí. Su dominio no se limita al país: va desde Colombia hasta México por un lado, y desde Venezuela pasando por Nicaragua, Honduras y El Salvador por otro. ¿Quién mató al arzobispo de El Salvador mientras decía misa? ¿Quién lo ordenó?
Y mientras tanto, el presidente de Nicaragua —un comunista ignorante, acompañado de una esposa aún más fanática—, y el de Venezuela, que perdió las elecciones pero ahí sigue. ¿Estados Unidos mueve un dedo? ¿Europa reacciona? Nada. La Unión Europea guarda silencio. Le dieron la razón a quien ganó, pero al final no hicieron nada. ¿Por qué? Porque ahí están el petróleo y la droga. Y mientras esas familias mafiosas controlan territorios, los grandes poderes del mundo callan. Rusia los necesita. China los sostiene. Y Estados Unidos, a veces, los tolera.
Con Trump, ¿quién sabe lo que pasó? Y hoy, el mundo se lo disputan dos potencias: Estados Unidos y China. Ucrania es un campo de guerra. Israel y Palestina, un polvorín. Europa, ya sin peso como polo geopolítico. La Iglesia, sin embargo, florece en África y en Asia.
Este es el contexto en el que Francisco ha tenido que gobernar la Iglesia. Y es también el contexto que los cardenales deberán tener presente en el cónclave que se celebrará en menos de cinco días. Muchos de ellos ni se conocen: son nuevos y vienen de los cinco continentes.
No me sorprendería que el Espíritu Santo ilumine a quien menos imaginamos. Pero, para eso, es fundamental que entre ellos haya quienes entiendan la realidad del mundo. Porque lo que vivimos no es una época más: es una nueva era.
¿Quién será el nuevo Papa? No tengo nombres. No soy profeta ni adivino. Solo describo el contexto que todos están viviendo.
Hoy, el Secretario de Estado es el que más domina la diplomacia vaticana. Y el prefecto de Propaganda Fide, el filipino, también juega un papel relevante. Aparte de ellos, conozco personalmente a uno: el cardenal Robert Sarah, africano. Viví con él cuatro años. Es un hombre verdaderamente santo. Pero Sarah no es diplomático ni teólogo. Tiene una enorme virtud y un conocimiento profundo de muchas cosas. ¿Tendrá influencia? Sin duda. ¿Será elegido? No lo sé. Pero entre los hispanohablantes, no hay figuras destacadas.
El arzobispo de Madrid, por ejemplo, nunca fue una figura relevante ni en Madrid mismo. Nunca estuvo vinculado ni a la diplomacia, ni a la docencia, ni a la pastoral directa. Era un hombre piadoso, pero sin presencia pública.
Entre los pocos con cierto peso está un paisano mío, asturiano, ex superior general de los salesianos. Nunca trabajó en España: estuvo en Honduras y luego fue elegido general. Francisco lo hizo cardenal, como a muchos otros. También destacan el arzobispo de Washington, un hombre sensato; el cardenal Dolan; y el arzobispo de Burdeos, muy apreciado. En Italia, el que más ha emergido es el de Bolonia. Las grandes sedes italianas ya no tienen cardenal: ni Milán, ni Turín, ni Venecia. Florencia sí. Pero Bolonia es el que más suena, aunque tampoco es archiconocido.
En resumen: no hay un “gran nombre”. Pero mi impresión personal es que el futuro Papa saldrá de esas “periferias cardenalicias” de las que Francisco fue llenando el Colegio Cardenalicio. La Iglesia de hoy ya no es la de Europa del siglo XX.
La vitalidad eclesial está en Asia y en África. Lo sé bien: fui rector mayor de muchos seminarios en esos continentes. Hoy las vocaciones brotan desde allá. Por eso no me extrañaría que el nuevo Papa fuera asiático. No afirmo nada, pero es una posibilidad muy real.
Francisco lo entendió bien. Por eso nombró tantos cardenales fuera de Europa. Porque la Iglesia ya no es italiana, ni europea. Se está descristianizando. Europa ya no dará Papas. Tal vez Italia sí, quizá alguien como Casaroli o el de Bolonia.
Pero Dios dirá. Y quienes elijan, deberán tener un conocimiento profundo del mundo que les toca servir.
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