En la era de las redes sociales y la comunicación instantánea, el ciudadano común navega en un océano de información donde no siempre flotan los hechos, sino opiniones disfrazadas de noticia, exageraciones convertidas en titulares y sesgos ideológicos presentados como análisis “objetivo”. Distinguir entre realidad y narrativa se ha vuelto un ejercicio cada vez más complejo… y más necesario.
El problema no es menor. De acuerdo con estudios de la prueba PISA difundidos por la OCDE, los jóvenes mexicanos tienen serias dificultades para diferenciar entre hechos comprobables y opiniones. El dato es demoledor: apenas el 0.7 % ha desarrollado plenamente esa capacidad. En otras palabras, una enorme mayoría consume información sin herramientas críticas suficientes para procesarla. Así se construye —o se distorsiona— la llamada opinión pública.
Lo preocupante es que ni siquiera los grandes medios de comunicación están exentos de esta confusión. Al contrario: muchas veces la alimentan. A principios de este año, diversos medios influyentes en Estados Unidos y México publicaron análisis abiertamente catastrofistas sobre los aranceles anunciados por la administración de Donald Trump. Más que informar, parecían anticipar —o desear— un colapso económico.
Ahí están los ejemplos:
CNN advertía que los aranceles “empujaban al mundo a una recesión”.
The Washington Post hablaba ya de una “recesión de Trump” y de una economía en contracción.
NPR atribuía directamente los temores de recesión a esas políticas.
En México, medios serios como Reforma, El Universal o Portales como Código Magenta hicieron eco de esa versión catastrofista. Sus titulares que hablaban de “precipicios económicos”, advertencias de catástrofes en las cadenas de suministro y análisis que daban por hecho una recesión en Estados Unidos. Todo, siempre, en el peor de los escenarios posibles.
Pero la economía no funciona con titulares, sino con datos. Y los datos cuentan otra historia.
Lejos del desastre anunciado, la economía estadounidense creció con fuerza. En el tercer trimestre de 2025, el PIB avanzó a una tasa anualizada cercana al 4.3 %, el crecimiento más rápido en dos años y muy por encima de lo previsto por los propios economistas. No hubo recesión. No hubo colapso.
El mercado laboral tampoco se desplomó. El desempleo se mantuvo alrededor del 4.5 %, con un empleo privado en expansión. Los ajustes se concentraron, sobre todo, en la burocracia federal tras recortes del propio gobierno, no en el sector productivo.
Sí, la inflación sigue siendo un reto. Pero inflación no es sinónimo de desastre económico, como algunos titulares sugirieron con ligereza.
Lo más revelador es que, pese a estos datos objetivos, las encuestas muestran un ánimo pesimista entre la población estadounidense. ¿La razón? La narrativa mediática dominante. Percepción no es realidad, aunque a veces se venda como tal.
Incluso The Wall Street Journal reconoció recientemente, con cifras en la mano, que la economía mexicana se vio beneficiada por los aranceles impuestos por Estados Unidos a China, algo que rara vez apareció en los análisis alarmistas difundidos en medios nacionales.
El punto de fondo no es defender a un político ni absolver una política pública. El punto es otro: cuando la opinión suplanta a los hechos, la sociedad pierde capacidad de juicio.
El reto para el ciudadano que quiere estar bien informado no es elegir el medio que mejor confirme sus prejuicios, sino aprender a mirar los datos, contrastarlos y aceptarlos, incluso cuando contradicen nuestras simpatías políticas.
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