De nativos digitales a estudiantes globales

Entender a la Generación Z —esa cohorte nacida aproximadamente entre mediados de los 90 y los primeros años de la década de 2010— no consiste únicamente en conocer sus gustos musicales, su manejo de redes o su activismo. Incluye también mirar cuántos son, qué tan diversa es su composición y qué tan preparados o no están desde la educación para los retos de un mundo cambiante.
Este artículo ofrece una radiografía demográfica y educativa de la Gen Z, con foco global y particular en México, y lo hace desde una óptica que incorpora los valores de dignidad humana, equidad y bien común 

¿Cuántos son y qué peso tienen?

La Gen Z constituye una de las cohortes más numerosas de la historia. Según diversas fuentes, se estima que representa cerca del 25% de la población mundial.  Un análisis indica que, hacia mediados de la década de 2020, podría alcanzar casi 2 000 millones de personas globalmente.  Esto implica que los jóvenes de esta generación serán la base de la fuerza laboral, los consumidores emergentes y el relevo demográfico de muchos países.

En América Latina, el estudio de la consultora Americas Market Intelligence (AM MI) estima que los Zoomers (Gen Z) sumaban 169 millones de personas en 2024 en la región, lo que representa aproximadamente 25% de la población latinoamericana.  En México, aunque los datos específicos para la Gen Z varían según el corte, se sabe que la proporción de menores de 25 años es cercana al 43.8% del total poblacional, lo que potencia el rol de esta generación.  El país vive además una transición demográfica: de ser un “país adolescente” a volverse “adulto”, según expertos. 

A nivel global, la Gen Z se distingue por una diversidad mayor que generaciones anteriores. En Estados Unidos, por ejemplo, datos señalan que sólo alrededor del 52 % de la Gen Z es blanca no hispana.  En México, aunque la composición étnica es distinta al contexto norteamericano, se observa mayor visibilidad de identidades indígenas, afromexicanas, diversidad sexual y modos de vida alternativos. Esta heterogeneidad cultural abre espacios para la inclusión y plantea la necesidad de políticas educativas y sociales que respondan a esa pluralidad.

Logros y metas educativas

En EE.UU., un estudio de Gallup y la Walton Family Foundation de 2023 reportó que 83% de los jóvenes Gen Z consideran que asistir a la universidad es “muy importante” o “bastante importante”.  Esto muestra una orientación marcada hacia la educación superior, aunque hay variaciones según género, etnia y contexto socioeconómico.

En el estudio “Generation Z in Chile, Colombia, México and Panama” (2023) se identificó que en México los jóvenes Gen Z dedican en promedio 5.7 horas diarias al internet para fines diversos, lo que da una idea de su familiaridad con entornos digitales y su potencial para la educación en línea.  Pese a ello, siguen existiendo retos importantes: acceso desigual a la tecnología, calidad variable de la enseñanza y niveles de rezago educativo.

Un artículo de la Educational Testing Service (ETS) sobre estrategias de reclutamiento indica que 42% de los Gen Z en el mundo dicen que más habilidades y conocimiento les ayudarían a contribuir más a la sociedad, enfatizando la visión de la juventud de la generación como actor activo en la economía y en comunidad.  Así, no sólo se trata de obtener un título, sino de formarse para aportar, trascender y ejercer ciudadanía.

Comparativa: frente a generaciones anteriores

La Gen Z ha tenido mayor acceso, en promedio, a educación media y terciaria que sus antecesores. Aunque los datos varían por país, el patrón es claro. Por ejemplo, en EE.UU. los jóvenes Gen Z de 18-21 años tenían una tasa de matriculación universitaria más alta que los millennials a esa edad.
En México y otras economías de América Latina, aunque persisten rezagos, la tendencia de mayores años de escolaridad sí está presente.

Una diferencia distintiva es que mientras generaciones previas usaban la tecnología como complemento, la Gen Z la tiene integrada en su proceso formativo: aprendizaje digital, comunicación instantánea, búsqueda en línea, en lugar de sólos libros y pizarrones.

Sin embargo, uno de los hallazgos es que más años de estudio no garantizan mejores resultados automáticamente. Un artículo global apunta que en numerosas regiones educativas, pese a gastos crecientes, el rendimiento estancó o cayó.  En México, esto se refleja en la necesidad de no sólo elevar la matrícula, sino mejorar la calidad y equidad de la educación.

Retos y perspectivas para México

Aunque el número de jóvenes Gen Z que ingresan a la secundaria o al bachillerato es mayor que en generaciones anteriores, aún hay diferencias significativas por región, condición indígena o rural/urbana. El camino hacia una verdadera igualdad educativa está abierto.

La Gen Z se prepara para un mercado laboral con nuevas exigencias (automatización, habilidades digitales, trabajo remoto). Por ello, las instituciones educativas y los empleadores deben adaptarse: no basta con “tener un título”, se requiere capacidad de adaptarse y aprender continuamente.

La mayor pluralidad étnica, de género y de identidad entre los Gen Z debería verse como una fortaleza nacional. Desde el valor cristiano de la solidaridad y el respeto a la dignidad humana, México debe impulsar una educación que reconozca y celebre esa diversidad.

La educación no es solo para el empleo, sino para la liberación humana, la participación social y la construcción del bien común. La Gen Z lo entiende: aspira tanto a trabajar como a aportar a la comunidad. Aquí hay una convergencia ética que puede potenciarse.

“Desde que tengo memoria, mis padres me imagina- ban en la universidad. Ellos no fueron, yo sí voy… aunque ahora veo que estudiar en línea me cansó más de lo que pensaba”.— Mariana, 22 años, estudiante universitaria en la Ciudad de México. El testimonio de Mariana sintetiza varias aristas del perfil Gen Z: acceso educativo más amplio, exploración de modalidades digitales, pero también la fatiga del “todo a través de la pantalla” y la conciencia de que terminar la carrera no basta para garantizar condiciones dignas de vida.

La Generación Z se perfila demográficamente como un cohorte clave, con un peso creciente en población y educación. Es más diversa, más conectada digitalmente y más inclinada a valorar la educación que generaciones anteriores.

Pero esos logros vienen acompañados de desafíos: brechas persistentes de calidad, desigualdades regionales, mercados laborales que aún no garantizan empleo digno para quienes estudian y una educación que debe evolucionar para formar no solo trabajadores, sino ciudadanos comprometidos con el bien común.

La educación de la Gen Z no debe verse como una meta económica únicamente, sino como una inversión en dignidad humana, participación social y solidaridad intergeneracional. México tiene ante sí la oportunidad de aprovechar esta generación para construir un país más justo, inclusivo y preparado para los retos del siglo XXI.

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