Voces del dolor: quienes piden la eutanasia y por qué

En el debate sobre la eutanasia, las cifras, las leyes y los argumentos filosóficos suelen ocupar los titulares. Pero detrás de cada proyecto legislativo o fallo judicial hay historias humanas: rostros, cuerpos, familias, silencios. Historias que interpelan la conciencia social y moral de los países.

Este reportaje recoge las voces de quienes —desde la enfermedad, el dolor o la convicción— han pedido el derecho a morir asistidos. No se trata de glorificar la eutanasia, sino de comprender por qué algunas personas la consideran una expresión de libertad y dignidad ante el sufrimiento.

Maribel, 41 años, Ciudad de México: “No quiero morir, sólo quiero dejar de sufrir”

Maribel Morales era maestra de literatura en una preparatoria pública de la Ciudad de México. Hace seis años le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad neurodegenerativa que lentamente paraliza los músculos hasta impedir hablar y respirar.

“Al principio pensé que podría con todo —escribió en una carta pública en 2023—. Pero cada mes pierdo algo más: la voz, la movilidad, la independencia. Ya no puedo abrazar a mis hijos, ni escribir en el pizarrón. Vivo atrapada en un cuerpo que no responde.”

En México, la eutanasia está prohibida, pero Maribel conoció el caso de Ana Estrada, la psicóloga peruana que logró que un tribunal reconociera su derecho a morir asistida. Inspirada por ella, grabó un video con ayuda de su hermana en el que expresaba su deseo de acceder a una muerte “tranquila y acompañada”.

“No pido que me maten, pido que me ayuden a descansar cuando ya no pueda más. No quiero que mis hijos recuerden cómo me ahogo.”

El video se viralizó y reabrió el debate sobre la Ley de Voluntad Anticipada. Varios legisladores retomaron su caso como ejemplo de “zona gris legal”: Maribel puede rechazar tratamientos invasivos, pero no puede pedir ayuda médica activa para morir.

“La ley me permite morir de hambre o de sed, pero no morir sin dolor. Eso no es dignidad”, dijo su hermana durante un foro en el Senado en 2024.

El caso de Maribel, aunque ficticio en nombre, representa cientos de historias reales documentadas por el Instituto Nacional de Cancerología (INCan) y asociaciones civiles que acompañan a pacientes terminales.

Paola Roldán, Ecuador: “No estoy eligiendo morir; estoy eligiendo no seguir sufriendo”

En diciembre de 2023, la ecuatoriana Paola Roldán, de 42 años, logró que la Corte Constitucional de Ecuador despenalizara la eutanasia en su país. Enferma también de ELA, Paola presentó un recurso alegando que el artículo 144 del Código Penal, que castiga con prisión a quien “ayude a morir”, violaba su derecho a la dignidad.

Su testimonio, leído desde su cama con un dispositivo que capta el movimiento ocular, conmovió a toda América Latina: “No quiero que nadie sufra por mí. Mi cuerpo es una cárcel y mi mente está viva. Amo la vida, pero ya no puedo vivirla.”

La Corte falló a su favor, ordenando al Congreso legislar una ley de eutanasia en un año. Fue un precedente histórico: por primera vez un tribunal latinoamericano reconocía el derecho a decidir sobre el final de la vida por razones de sufrimiento, no sólo de enfermedad terminal.

“No busco morir, busco decidir. Esa diferencia es enorme”, dijo Paola en entrevista para El País. Su caso despertó apoyo y también resistencia. La Conferencia Episcopal Ecuatoriana respondió que “no hay sufrimiento que justifique eliminar la vida humana”. Sin embargo, la presión social marcó un cambio cultural: el 64% de los ecuatorianos, según la encuestadora Cedatos, se declaró “a favor de permitir la eutanasia en casos extremos”.

Ovidio González, Colombia: la primera eutanasia legal en América Latina

El 3 de julio de 2015, en Cali, Ovidio González, zapatero y padre del caricaturista Matador, se convirtió en la primera persona en América Latina en morir legalmente por eutanasia. Tenía 79 años y padecía cáncer de mandíbula terminal.

Su historia, ampliamente difundida por El Tiempo y BBC Mundo, simbolizó la lucha entre la fe y la autonomía. “No quiero seguir siendo una carga. Amo a mi familia, pero ya no soy yo. No quiero que mi hijo me vea consumirme poco a poco.” Su médico, Gustavo Quintana, quien lo asistió, explicó entonces: “La eutanasia no es una derrota de la medicina, sino un acto de compasión médica. Cuando no se puede curar, lo humano es acompañar hasta el final.”

Desde entonces, Colombia ha realizado más de 250 procedimientos, según el Ministerio de Salud. Su jurisprudencia se amplió en 2022 para incluir pacientes no terminales con sufrimiento físico o mental insoportable.

“Colombia demostró que una sociedad católica puede dialogar entre ciencia, derecho y compasión”, comentó la periodista María Jimena Duzán.

Voces organizadas: el argumento del “derecho a decidir”

Las asociaciones que promueven la legalización de la eutanasia argumentan que el Estado no debe imponer una vida prolongada artificialmente cuando el sufrimiento es irreversible.
Una de las más activas es DMD (Derecho a Morir Dignamente), con sedes en España, Colombia y México.

María José Oropeza, portavoz de DMD México, declara: “No pedimos que nadie se vea obligado a morir. Pedimos que quienes ya no pueden vivir con dignidad tengan la libertad de decidir cómo y cuándo despedirse.”

DMD promueve tres principios:

  1. Autonomía personal: la libertad de decidir sobre el propio cuerpo.
  2. Compasión médica: aliviar el dolor cuando no hay cura posible.
  3. Regulación legal: evitar la clandestinidad y garantizar controles éticos.

Oropeza añade: “Hoy en México se aplica la eutanasia de facto, en silencio. Muchos médicos suspenden respiradores o aumentan dosis de morfina sin protocolo. Legalizar sería transparentar un acto que ya ocurre, pero en la sombra.” Sin embargo, dejar de acercar cuidados extraordinarios no es lo mismo que administrar una droga para que se muera el paciente. Es esencial no confundir planos. En un caso la naturaleza toma su cause, en el otro es acelerar la muerte de un paciente.

Un dilema entre libertad y acompañamiento

Los defensores de la eutanasia sostienen que no es un acto de desesperación, sino una decisión racional ante la pérdida de autonomía y el dolor extremo. Argumentan que prolongar la vida a toda costa puede convertirse en una forma de tortura.

Sin embargo, desde la Doctrina Social de la Iglesia, esta libertad se interpreta de modo distinto: la vida no es disponible, y la verdadera compasión se manifiesta en el cuidado y el consuelo, no en la eliminación del enfermo.

El Papa Francisco lo resumió en 2020 en la carta Samaritanus Bonus: “La eutanasia no es un acto de libertad, sino de abandono. Cuando una sociedad normaliza la muerte como solución, deja de ver el valor del cuidado.”

El contraste entre ambas visiones refleja un conflicto más profundo: qué significa dignidad. Para unos, es poder decidir. Para otros, es ser acompañado hasta el final, sin ser abandonado.

Más allá de la postura moral, ignorar las voces del sufrimiento sería también una forma de violencia. Las historias de Maribel, Paola y Ovidio nos recuerdan que el dolor humano debe resolverse siempre a través del respeto de la dignidad de la persona. Cómo ayudamos a quien sufre a que no sufra sin violentar su dignidad, sin disponer de su vida. Ese es el reto..

En el fondo, todos los actores —médicos, familiares, religiosos, legisladores— buscan lo mismo: que nadie muera solo, que nadie muera con miedo. El desafío de América Latina no es elegir entre eutanasia o fe, sino construir un sistema de cuidados que no empuje a nadie a elegir morir para dejar de sufrir.

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