América, un continente que envejece

Algo profundo está ocurriendo en el continente americano, aunque se hable poco de ello: la fertilidad está cayendo a niveles históricamente bajos, muy por debajo de lo necesario para que las sociedades se mantengan estables. Lejos de ser una estadística fría, esta tendencia toca temas que afectan directamente la vida cotidiana: pensiones, economía, migración, salud, cultura y el modo en que entendemos el sentido de familia.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) advirtió en su informe World Population Prospects 2024 que más de 60% de la población mundial vive en países con tasas de fertilidad por debajo del nivel de reemplazo (2.1 hijos por mujer). América ya forma parte de ese grupo.

En México, la transformación ha sido radical: en 1964, una mujer tenía en promedio 6.83 hijos; en 2023, apenas 1.90, según datos de Naciones Unidas. Y México no es el caso más extremo en la región: Chile ya se desplomó a 1.17, una de las tasas más bajas del continente.

Para dimensionar el fenómeno: solo seis países latinoamericanos mantienen una fertilidad sostenible —Bolivia (2.55), Honduras (2.50), Paraguay (2.42), Guatemala (2.31), República Dominicana (2.24) y Nicaragua (2.12)—. El resto ya entró en un proceso de envejecimiento acelerado.

Un fenómeno global con raíces humanas

La caída de la natalidad no se explica por una sola causa, sino por una constelación de factores sociales, económicos y culturales que han modificado los proyectos de vida.

Elena, una joven mexicana de 29 años, lo resume así: “Me encantaría tener hijos, pero entre el costo de la vivienda, la inestabilidad laboral y la falta de redes de apoyo, siento que no es responsable traer un niño al mundo ahorita”. Su testimonio coincide con lo que múltiples organismos internacionales han documentado: la maternidad se ha ido posponiendo porque las condiciones estructurales dificultan la compatibilidad entre familia, trabajo y desarrollo profesional.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) confirma que la región vive “una disminución sostenida de la fecundidad debido a cambios educativos, transformaciones laborales, acceso a anticoncepción, desigualdad económica y un creciente costo de vida”.

Sin embargo, hay un elemento adicional del que casi no se habla: la transformación cultural respecto al sentido de familia, la esperanza en el futuro y la valoración de la vida. La familia no es solo una institución social, sino “la célula básica de una sociedad libre y solidaria”. Cuando disminuye la familia, disminuye también la fuerza de los lazos que sostienen a un país.

Consecuencias económicas: pensiones en riesgo y un mercado laboral que se encoge

Los expertos demográficos llaman a este fenómeno la tormenta perfecta del envejecimiento. ¿Por qué?

  1. Menos trabajadores jóvenes sostienen a más adultos mayores.
    Según el Banco Mundial, para 2050, América Latina tendrá más personas mayores de 60 años que menores de 15. Esto presiona los sistemas de salud y pensiones, que ya hoy muestran señales de estrés.
  2. Las pensiones se vuelven insostenibles.
    Un estudio del BID proyecta que, sin una reforma de gran calado, países como México, Chile, Brasil y Colombia enfrentarán déficits crecientes en sus sistemas de retiro.
  3. Las economías pierden dinamismo.
    El Fondo Monetario Internacional advierte que la disminución de jóvenes provoca reducción en la innovación, menor emprendimiento y caída en la productividad.
  4. Aumenta la dependencia de la migración.
    Las naciones con baja fertilidad —como Canadá, Estados Unidos, Chile y Uruguay— están compensando su falta de población joven con una política migratoria más flexible.
    Pero esta dependencia genera tensiones culturales y políticas.

Este panorama podría sonar lejano para un joven, hasta que se entiende la ecuación básica: si hoy no nacen suficientes niños, mañana no habrá suficientes trabajadores para sostener servicios esenciales como salud, seguridad o infraestructura.

Impactos en salud: sistemas saturados sin reemplazo generacional

Los sistemas de salud están diseñados bajo la lógica de una pirámide poblacional: muchos jóvenes abajo, pocos adultos mayores arriba. Pero la pirámide se está invirtiendo. En países como Chile, Uruguay o Cuba, ya se parece más a un “hongo demográfico”. México avanza rápido en esa dirección: el INEGI proyecta que para 2050, uno de cada cuatro mexicanos tendrá más de 60 años.

Esto implica:

  • Más gasto en enfermedades crónicas.
  • Menos contribuyentes para financiar el sistema.
  • Más necesidad de cuidadores (y escasez de ellos).
  • Mayor carga emocional y económica para las familias.

La OMS resume el reto con contundencia: “El envejecimiento acelerado es uno de los mayores desafíos de salud pública del siglo XXI”.

¿Y las culturas que sí son fértiles? Un reequilibrio silencioso

El declive de nacimientos no ocurre por igual en todos los grupos. En Estados Unidos, Canadá y Europa —incluyendo sus comunidades latinoamericanas— hay minorías religiosas o culturales cuyos niveles de fertilidad superan el promedio nacional.

Grupos como:

  • judíos ortodoxos,
  • comunidades musulmanas,
  • cristianos evangélicos,
  • grupos católicos practicantes con fuerte vida comunitaria,

mantienen tasas más cercanas a los 2.1 hijos o superiores.

La sociología pastoril de la Iglesia lo ha advertido desde hace años: donde la familia se vive como un proyecto comunitario, de fe y de esperanza, la natalidad se sostiene mejor. No es que una cultura “reemplace” a otra, sino que la composición cultural y religiosa de los países cambia con mayor rapidez cuando unos grupos crecen más que otros. Este punto suele generar debate político, pero es un dato demográfico reconocido por instituciones como Pew Research Center.

Además de Elena, otros testimonios revelan una constante. Diego, joven guatemalteco de 32 años, casado, lo describe así: “Queremos dos hijos, pero apenas podemos pagar renta y educación. No es que no queramos familia, es que cuesta demasiado”. Valeria, chilena de 27, reconoce un miedo compartido entre sus amigas: “La maternidad se siente como renunciar a la carrera. No hay políticas que nos respalden”.

Estos relatos no son aislados: la OCDE confirma que los países que más apoyan la conciliación trabajo-familia son los que mejor mantienen su natalidad: Francia, Finlandia, Suecia.

¿Qué puede hacer América? Propuestas con visión de futuro

La caída de la fertilidad no es irreversible. Corea del Sur, Japón e Italia están intentando recuperarse de tasas aún más bajas (1.0 o menos), pero es un camino cuesta arriba. América tiene aún margen para actuar.

1. Políticas de integración trabajo-familia: México y la región pueden implementar políticas como:

  • permisos parentales remunerados para ambos progenitores,
  • flexibilidad laboral real,
  • guarderías accesibles y de calidad,
  • incentivos para empresas que apoyan a familias trabajadoras.

2. Sistemas de cuidado sólidos: Inspirados en modelos de Canadá y Francia, donde el Estado, empresas y sociedad comparten responsabilidades.

3. Vivienda accesible para jóvenes: La ONU-Hábitat advierte que el costo de vivienda es uno de los principales frenos a la maternidad.

4. Promoción cultural del valor de la familia: Desde una visión humanista, 

  • la familia como pilar del bien común,
  • la dignidad de la vida humana,
  • la solidaridad intergeneracional.

5. Reformas a pensiones que respondan al nuevo mundo demográfico: Necesarias para no cargar el costo en los jóvenes.

La caída de la fertilidad no es solo un reto estadístico: es un desafío civilizatorio. De él depende la estabilidad económica, la salud pública, la diversidad cultural y la continuidad de los valores que han sostenido a nuestras sociedades.

México, como el resto del continente, no está condenado. Pero el tiempo para actuar es ahora. Un país que apuesta por la familia, que apoya a los jóvenes y que reconoce la dignidad de cada vida humana, es un país que asegura su futuro.

Como escribió el Papa Francisco: “Una sociedad sin niños es una sociedad sin esperanza”. Y América necesita esperanza —y familias— para seguir siendo un continente vivo.

 

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