Coyoacán es uno de los rincones más pintorescos de la Ciudad de México. Tanto sus calles como sus parques y viejas casonas respiran ese incomparable sabor provinciano y virreinal que difícilmente se saborea en otras partes del país.
Coyoacán, antiguo pueblo, que la Ciudad, al ir creciendo, lo envolvió hasta convertirlo en un barrio pintoresco en el cual sobresale la majestuosa iglesia de San Juan Bautista.
Fue allí, precisamente a las puertas de San Juan Bautista, en donde hace más de noventa años se cometió uno de los atentados más atroces contra la Iglesia en México.
Aparentemente, tras la firma de “Los Arreglos” en junio de 1929 había terminado el conflicto religioso, los cristeros habían depuesto las armas y la Iglesia –sin recibir ninguna clase de garantías- parecía disfrutar de un clima de relativa tranquilidad.
Sin embargo, aún quedaban en el país sujetos de mentalidad cavernícola a quienes se les había parado el reloj cinco años antes.
Uno de ellos era el cacique de Tabasco, Tomás Garrido Canabal, quien con la furia propia de un Nerón había perseguido a la Iglesia en su entidad hasta verla reducida a su mínima expresión.
Echando mano de un grupo de choque conocido como las Camisas Rojas, Garrido Canabal y sus secuaces cometían las peores tropelías.
Sin embargo, su furia antirreligiosa no se limitó a Tabasco puesto que, al ser nombrado secretario de Agricultura por Lázaro Cárdenas, trajo a la capital a su pandilla de asesinos.
Y fue así como el domingo 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas organizaron un mitin frente a la iglesia de San Juan Bautista de Coyoacán.
Este grupo represor lo que se proponía era quemar el templo una vez que hubiese concluido el mitin.
Un grupo de piadosos feligreses encabezados por la catequista María de la Luz Camacho, salió del templo y se colocó en la entrada principal dispuesto a protegerlo.
En esos momentos, un Camisa Roja de Coyoacán, que de niño había sido preparado por María de la Luz Camacho para la Primera Comunión, se acercó a su antigua maestra quien estaba guardando la entrada con otras personas y le dijo:
-Señorita: Le suplico que no se quede aquí. Retírese porque vamos a quemar la iglesia.
María de la Luz, mujer de agallas, con plena conciencia del peligro que corría, se mantuvo en su puesto.
El primer disparo de los Camisas Rojas fue precisamente contra ella por haber contestado con un “¡Viva Cristo Rey!” al grito blasfemo de un rojo: “¡Maldito sea Cristo Rey!”
Los esbirros disparan y fue así como, después de que María de la Luz cayese muerta con un balazo en el pecho, junto a ella cayeran otras personas: Un tullido, dos terciarias franciscanas, un comerciante español, dos jardineros, varios niños y un total de 30 heridos.
A continuación, los vecinos, al darse cuenta de lo que está ocurriendo, ahuyentan a los Camisas Rojas e incluso linchan a uno de ellos.
En medio del caos, el templo se había salvado.
El cuerpo de la catequista, en medio de un gran fervor popular, fue sepultado en el cercano Panteón de Xoco hasta que hace algunos años los restos fueron llevados a Coyoacán y depositados en una urna de cemento que se encuentra a la izquierda de la entrada principal del templo.
La causa de María de la Luz Camacho ha sido introducida en Roma, ostenta actualmente el rango de “sierva de Dios” y pudiera ocurrir –si lo trámites prosperan- que, gracias a tan valiente y piadosa catequista, México cuente con una nueva santa.
Tiempos difíciles aquellos, máxime si consideramos que, en apariencia, había terminado la persecución contra la Iglesia.
“La mártir de Coyoacán” es así como la conocen sus devotos que ante sus restos acuden a rezar y pedirle favores.
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