La llamada entre Claudia Sheinbaum y Donald Trump no resolvió el fondo del desacuerdo, pero sí movió la aguja donde importaba: ganar tiempo. Unas semanas de respiro para que los equipos técnicos se sienten a medir impactos reales y descarten el precipicio de aranceles súbitos o sanciones cruzadas. En un país donde la inflación se moderó a 3.63% anual en la primera quincena de octubre y la subyacente ronda el 4.24%, el margen de maniobra no es infinito: una sacudida comercial mal calibrada se filtraría rápido a precios, crédito y empleo.
No estamos frente a una mera disputa de calendario. La relación comercial con Estados Unidos es la tubería principal por donde circula el crecimiento mexicano: exportaciones manufactureras, cadenas de suministro automotrices y electrónicas, inversión en semiconductores y nearshoring. De ahí la relevancia de que la negociación no se reduzca a un regateo de ultimátum, sino que ordene prioridades: seguridad fronteriza eficaz sin frenar comercio lícito; reglas claras para empresas que invierten a 10–15 años; cooperación tecnológica que sume y no fracture la región. La señal que hoy se envía a los mercados es ambivalente: hay diálogo, pero también presión. Y los mercados leen los matices.
Mientras tanto, Banxico evalúa si prolonga el ciclo de recortes en noviembre. Con una inflación general dentro del rango y una economía que pierde tracción, el incentivo para suavizar el costo del dinero existe, pero depende —otra vez— del frente externo. Cualquier tensión que encarezca insumos o deprecie el peso encarecería la canasta de las familias y le cerraría la puerta a una baja ordenada de tasas. En ese tablero, una extensión del plazo comercial es más que diplomacia: es una oportunidad macroeconómica concreta.
El país llega a esta mesa con fortalezas y vulnerabilidades. Fortalezas: una industria exportadora integrada, reservas internacionales sólidas y apetito global por relocalizar producción en territorio mexicano. Vulnerabilidades: brechas de seguridad que encarecen la logística, infraestructura que no creció al ritmo del comercio y una productividad que necesita certidumbre regulatoria para despegar. Al mismo tiempo, en el plano social, movilizaciones como las de productores que amenazan con bloquear carreteras recuerdan que la política pública se mide en territorio y no solo en comunicados. La gobernabilidad también es logística.
¿Qué debe buscar México en estas semanas? Primero, blindar lo esencial: acceso estable a mercados sin aranceles punitivos y un marco fronterizo que distinga con precisión entre seguridad y cierre. Segundo, convertir el nearshoring en política de Estado, con un paquete de infraestructura, energía confiable y Estado de derecho que ancle nuevas plantas y empleos. Tercero, una narrativa pro-crecimiento que reduzca la prima de riesgo: metas verificables de inversión, calendarios de obras y ventanillas únicas que funcionen. La certidumbre se construye como una escalera: peldaño a peldaño.
La región también se juega su reputación geopolítica. Europa reporta expectativas de inflación más benignas; China desacelera y busca estímulos. Norteamérica, en cambio, tiene la oportunidad de diferenciarse con una integración productiva que ofrezca estabilidad y bienestar. México puede —y debe— ser el pivote de esa integración si cuida la relación con su principal socio sin renunciar a su soberanía: cooperación sí, subordinación no. La política exterior responsable no grita; negocia, pública y cumple. Este es el momento de hacerlo.
Cuando esta prórroga expire, no bastará con decir que “se habló”. Habrá que mostrar acuerdos: corredores fronterizos más ágiles, protocolos de seguridad compartidos, garantías para la inversión tecnológica y un plan de emergencia ante choques de precios. Si el Gobierno entrega resultados verificables, la discusión se moverá de la estridencia a la certidumbre. Y en certidumbre, ganan las familias, ganan las empresas y gana el país.
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