El desafío del Opus Dei ante el futuro del trabajo

Si San Josemaría Escrivá viviera hoy, probablemente no dictaría meditaciones en un escritorio de nogal, sino frente a una laptop abierta, con un café frío a un lado y la pantalla llena de notificaciones. La revolución digital, la hiperconectividad y la precariedad laboral han transformado radicalmente la manera de trabajar y, por tanto, la manera de vivir la fe en el trabajo.

En este contexto, la reforma del Opus Dei bajo los pontificados de Francisco y León XIV no es sólo una cuestión jurídica: es una invitación a releer su carisma original —santificar el trabajo ordinario— en un mundo que ya no entiende de horarios, vocaciones estables ni fidelidades duraderas.

Para los jóvenes católicos, hablar de “santificar el trabajo” puede sonar arcaico o ingenuo. Pero quizá, en tiempos de ansiedad, competencia feroz y burnout colectivo, ese mensaje tenga más vigencia que nunca.

El núcleo del carisma: la santidad en la vida ordinaria

Cuando San Josemaría fundó el Opus Dei en 1928, su intuición fue simple y revolucionaria: todo trabajo humano honesto puede ser camino de santidad. No hacía falta ser sacerdote ni misionero; bastaba con hacer las cosas ordinarias con amor extraordinario.

“Dios nos espera cada día en el ámbito inmenso del trabajo”, escribió el fundador.

Esa frase se volvió un emblema para generaciones de profesionales, estudiantes y amas de casa. Pero en 2025, el trabajo ya no es lo que era: no hay horarios fijos, las fronteras entre casa y oficina se diluyen, y los algoritmos miden el valor de una persona por su productividad o su visibilidad.

El desafío, entonces, no es “santificar un trabajo estable y bien definido”, sino encontrar sentido espiritual en la precariedad, el multitasking y la fatiga constante.

Francisco, León XIV y la vuelta al espíritu

Los motu proprio Ad charisma tuendum (2022) y la reforma de los cánones 295–296 (2023) no se detienen en la espiritualidad del trabajo, pero sí subrayan la necesidad de volver al carisma.

Cuando Francisco decidió que el Prelado ya no sería obispo, explicó que lo hacía para “reforzar una forma de gobierno fundada no tanto en la autoridad jerárquica, sino sobre todo en el carisma”. Y ese carisma, en palabras de la Santa Sede, consiste en “difundir la llamada universal a la santidad a través de la santificación del trabajo y de los compromisos familiares y sociales”.

En otras palabras: la reforma quiere que el Opus Dei mire menos hacia sí mismo y más hacia la gente común. Que recuerde que su razón de ser no está en los títulos o estatutos, sino en acompañar a millones de personas que buscan sentido en su vida laboral y familiar.

León XIV, continuando esa línea, ha alentado a la Prelatura a “redescubrir su rostro laical, secular y misionero”. En una audiencia de 2025, elogió la fidelidad del Opus Dei, pero insistió en que “la santificación del trabajo no puede quedarse en una idea devocional: debe transformar estructuras de injusticia, promover empleos dignos y culturas del cuidado”.

Rodrigo trabaja en una agencia de marketing en Monterrey. Su día empieza con una taza de café y termina, muchas veces, con los ojos rojos frente a la pantalla. Hace tres años conoció a un amigo del Opus Dei que lo invitó a un retiro. No se hizo miembro, pero empezó a leer textos de San Josemaría.

“Al principio pensé que eso de ‘santificar el trabajo’ era cosa de otra época. Pero luego entendí que era justo lo que me faltaba: hacer mi trabajo con sentido. No sólo por el cliente o el jefe, sino porque ahí también puedo servir.”

Cuando se entera de las reformas en Roma, sonríe con escepticismo: “A mí me da igual si el Prelado es obispo o no. Lo importante es que la gente del Opus Dei me ayudó a ver que mi chamba tiene valor para Dios. Si el Papa está pidiendo que se centren en eso, me parece perfecto.”

El testimonio de Rodrigo resume lo que muchos jóvenes buscan: autenticidad, coherencia y espiritualidad práctica, no jerarquías ni debates canónicos.

Los nuevos rostros del trabajo: del taller al teclado

La enseñanza del Opus Dei sobre el trabajo tiene una enorme riqueza social, especialmente cuando se la conecta con la Doctrina Social de la Iglesia. En Laborem Exercens, san Juan Pablo II recordaba que el trabajo humano no se mide sólo por su productividad, sino por la dignidad del sujeto que lo realiza.

Hoy, ese principio se enfrenta a desafíos inéditos:

  • Precarización: jóvenes con contratos temporales, freelance sin seguridad social, emprendedores al borde del colapso.
  • Automatización: la inteligencia artificial y los algoritmos reemplazan tareas humanas.
  • Deshumanización: jornadas invisibles, comunicación digital despersonalizada, métricas sin alma.

En este contexto, “santificar el trabajo” significa algo muy concreto: humanizarlo. Significa poner la persona por encima del algoritmo, recordar que detrás de cada código, entrega o venta hay una historia, un rostro, una familia.

El Papa León XIV lo expresó en su primera encíclica social de 2025, Caritas et Laborem: “Cuando el trabajo deja de ser lugar de comunión y servicio, se convierte en idolatría de rendimiento. Santificar el trabajo no es adornarlo con rezos, sino convertirlo en cauce de justicia, dignidad y amor.”

Reforma canónica y mentalidad laical: la oportunidad de los jóvenes

Uno de los efectos más significativos de la reforma de los cánones 295–296 fue la clarificación sobre la participación laical: los fieles laicos colaboran con la prelatura mediante acuerdos, no por “incardinación”.

Esto tiene una consecuencia profunda: refuerza la identidad laical del Opus Dei y, por extensión, la madurez de sus miembros. Los jóvenes ya no son “fieles dependientes” de una estructura clerical, sino protagonistas de su vocación cristiana en el mundo.

En México, donde la fe muchas veces se vive en tensión entre lo privado y lo público, esto implica una espiritualidad adulta: vivir el Evangelio sin necesidad de etiquetas, santificar la oficina sin necesidad de abandonar el barrio o la universidad.

La Doctrina Social de la Iglesia lo llama “vocación laical transformadora”: ser levadura en la masa, no masa aislada. El Opus Dei reformado parece orientarse justo hacia eso.

El trabajo como camino de santidad y justicia

El cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, lo dijo en un congreso reciente sobre la santidad cotidiana: “El desafío no es tener más beatos de claustro, sino santos de oficina, santos del tráfico, santos de computadora.”

La reforma del Opus Dei —al insistir en el carisma y no en la jerarquía— coincide con esa visión. El trabajo no es sólo medio de subsistencia, sino un espacio donde se juega la salvación. Y eso implica también responsabilidad social:

  • pagar sueldos justos,
  • respetar el tiempo familiar,
  • promover ambientes laborales sin acoso,
  • cuidar el planeta en la producción.

Como recuerda el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, “el trabajo tiene una dimensión comunitaria: al realizarlo, el ser humano colabora con los demás y se une a ellos”.

Por eso, “santificar el trabajo” no puede reducirse a rezar mientras se escribe un correo o se maneja una empresa: implica transformar las estructuras de injusticia y ser testimonio de un modo distinto de trabajar.

Andrea vive en Puebla, trabaja desde casa y gana por proyecto. No pertenece a ningún movimiento eclesial, pero asiste a un centro cultural impulsado por personas del Opus Dei. “Me hablaron de ‘santificar el trabajo’ y pensé que eso era para gente con horario fijo. Pero luego entendí que también aplica a mí: cuando entrego algo bien hecho, cuando no plagio, cuando trato con respeto al cliente aunque sea difícil. Eso también es parte de vivir con fe.”

Cuando se le pregunta por las reformas del Papa, responde con ironía: “Si el Papa quiere que el Opus Dei se centre en eso, en ayudarnos a vivir mejor lo cotidiano, entonces está en lo correcto. Lo que necesitamos no son estructuras, sino ejemplos.”

Andrea representa a la nueva generación de creyentes: menos institucional, más existencial; menos preocupada por el poder eclesial y más por la coherencia personal.

Una lectura desde la Doctrina Social de la Iglesia

Desde la DSI, las reformas del Opus Dei pueden entenderse como un retorno a tres principios fundamentales:

  • Dignidad de la persona humana: el trabajo no debe esclavizar ni vaciar, sino humanizar.
  • Bien común: cada profesión tiene un impacto social; santificar el trabajo significa contribuir al bien común con responsabilidad ética.
  • Solidaridad y subsidiariedad: la santidad no se vive en soledad ni se impone desde arriba; se construye en comunidad, respetando la libertad de cada persona.

En ese sentido, la transición de una estructura fuertemente jerárquica a una prelatura más carismática y colaborativa refleja un movimiento eclesial más amplio: pasar de la lógica del poder a la lógica del servicio.

De la santidad institucional a la santidad real

El Papa León XIV no ha desmontado el Opus Dei; ha recordado su razón de ser. Al quitar mitras y reforzar el carisma, la Iglesia le dice a la Obra —y a todos los fieles— que la santidad no necesita privilegios, sólo fidelidad.

En una época marcada por el estrés, la precariedad y la búsqueda de sentido, el mensaje fundacional del Opus Dei vuelve a sonar actual: Dios te espera en tu trabajo, no fuera de él. Pero ahora, ese trabajo puede ser diseñar un logo, programar un algoritmo, enseñar en línea o repartir pedidos.

El reto no es conservar una estructura, sino formar personas capaces de amar, servir y transformar la sociedad desde dentro. Si el Opus Dei logra transmitir eso a las nuevas generaciones, su carisma seguirá siendo —como quería San Josemaría— una revolución silenciosa en medio del mundo.

O como dice Rodrigo, el joven consultor: “Santificar el trabajo no es hacer cosas religiosas en la oficina. Es trabajar con alma. Y eso, al final, cambia todo.”

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