El gobierno de AMLO ha comenzado y no tiene nada bueno que dejarle a México.
Todo, por así decirlo, empieza mal con este nuevo gobierno de Andrés Manuel. Gabinete incluyendo personas incapaces, indeseables, con pocos que se salvan. El amiguismo a todo lo que da. Promesas incumplibles, por absurdas o porque no alcanza el dinero… gobierno que no muestra tener rumbo, basado en ocurrencias, en caprichos y, sobre todo, mostrando un enorme desconocimiento de cómo se gobierna a un país.
Enrique Peña Nieto inició su gobierno mostrando también sin saber cómo se gobierna, pues se llevó a la federación al equipo de gobierno del Edomex, sin experiencia federal. Les costó mucho tiempo aprender (y les faltó). Pero el caso de AMLO es peor, ni siquiera tiene un gobierno con experiencia estatal, está lleno de inexpertos, que muestran desde ya que no tienen idea de lo que es administrar al país.
Grave, muy grave. No hay visión de Estado, y las sorpresas que no debieron serlo están saliendo día a día. El caso más relevante es la pretendida cancelación del aeropuerto de Texcoco. Las consecuencias con los acreedores por miles de millones ni siquiera se habían imaginado. Y AMLO y su gente se encuentran en una situación de perder-perder, que nunca se imaginaron por el simple desconocimiento del caso en toda su amplitud. No saben qué hacer.
Su insistente promesa de acabar con la corrupción inicia, ya en el poder, con la confirmación de lo dicho en campaña: no va a perseguir a los corruptos del régimen saliente. Impunidad ofrecida y ahora reiterada como presidente. ¿Qué clase de confianza genera respecto al combate a la corrupción? No sólo ninguna, sino un enorme disgusto entre sus votantes.
La aprobación de los presupuestos federales de ingresos y egresos está ya contra el calendario, y aún hay enormes dudas en los morenistas del Congreso y del gobierno de cómo se deben resolver. Y tuvieron muchos meses para prepararse, pero evidentemente no lo hicieron, y todo por buscar que se cumplieran los caprichos (llamados promesas) de campaña.
Desde antes de tomar posesión el primero de diciembre, ya AMLO y su gente estaban perdidos en sus discusiones legislativas. Dieron marcha atrás a reiteradas ofertas de campaña, comenzando con la reducción del precio de los combustibles, y tendrán que seguir diciendo “que siempre no” a otras ofertas, porque o no pueden hacerse administrativa o legalmente, o por el simple hecho de que no habrá dinero suficiente.
“Nos va a ir mal, muy mal”, dijo Claudio X. González, tras los discursos de toma de posesión. Otros distinguidos empresarios se expresaron en forma muy preocupante, y con buenos motivos. Ninguna novedad, pues el flamante presidente habló para crear más confusión y desconfianza, menos unidad entre los mexicanos y más motivos de preocupación.
En sus comentarios públicos, AMLO ha pedido confianza en su gobierno, pero sus propias declaraciones provocan mucha desconfianza, hace lo contrario de lo que dice buscar. Cualquier inversionista, sobre todo extranjero, lo pensará muy bien antes de invertir frente a un gobierno hostil y desconcertado sobre lo que son políticas de gobierno.
Pero todo esto era más que predecible, ni siquiera se requería un sesudo análisis político, bastaba escuchar los dichos tanto de AMLO como de su gente y tomarlos en cuenta. Las sorpresas lo están siendo para la gente que no reflexionó ni someramente sobre todos esos dichos.
Quienes votaron por AMLO y los morenistas ahora se están sorprendiendo y preocupando, pero para votar lo hicieron confiando ciega, neciamente, en la oferta de AMLO. Una desilusión no sólo previsible, sino anunciada por quienes sí pensaban en el futuro próximo. ¿Nos va a ir mal, como país?, lamentablemente todo indica que sí. A ver cómo se componen las cosas.
¿Qué le queda ahora a la ciudadanía? Reclamar, hacer oír su voz, por los medios que tenga a su alcance, institucional o individualmente. Que el nuevo gobierno federal y la mayoría legislativa morenista escuchen al pueblo (el de verdad), que tengan claro que ya no engañan a los ciudadanos o al mundo, que sepan que lo que hacen o pretenden hacer, en los casos conducentes, no es lo que conviene al país.
Lo previsible, que millones no quisieron ver, debe ahora, insisto, provocar la conciencia ciudadana de la defensa de los intereses y bien común de México, y que así lo digan a AMLO y su gente en el gobierno y en el legislativo. El pueblo, ese compuesto por muchos millones de mexicanos (no lo poquitos que votaron en las “encuestas”), debe hacer oír. Y que quienes pueden ser voceros de ese pueblo, lo hagan en su nombre.
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