Álvaro Obregón, un personaje contradictorio

Se cumplen cien años en que el General Álvaro Obregón terminó su período presidencial (de 1920 a 1924). Sabemos que dos de los principios intocables proclamados por Francisco I. Madero fueron: “Sufragio Efectivo y No Reelección” y todos los demócratas del país estuvieron de acuerdo. Pero era tan desmedida la ambición política de Obregón que presionó y convenció a sus amigos políticos en el poder para que fueran reformadas las leyes, de tal manera que en 1928 fuese Reelecto como Presidente de la República. Desde luego este abuso de poder no podía durar mucho.

A la vez que este hecho causó tremendo disgusto entre los revolucionarios y, particularmente, en Plutarco Elías Calles, quien había sido Presidente de la Nación de 1924 a 1928 y, por supuesto, a sus numerosos seguidores que ya preparaban “El Maximato” del “Jefe Máximo de la Revolución”, como se hacía llamar Calles.

El 17 de julio de 1928 se organizó un banquete en el restaurante “La Bombilla” (San Ángel) en honor del Presidente Electo. Durante la comida, José León Toral, mientras le mostraba unas caricaturas con el rostro de Obregón, sacó su pistola, e inesperadamente le disparó seis tiros en la cabeza y en el tórax. Pero el resultado de la autopsia fue sorprendente porque se descubrieron muchos más tiros y de muy diversos calibres en el cuerpo de Obregón.

El clamor popular no se hizo esperar, si alguien preguntaba:

-¿Quién mató a Obregón?

-¡Cállese! -era la respuesta irónica de la ciudadanía. 

Álvaro Obregón había nacido en la hacienda de Siquisiva, Navojoa, Sonora, en 1880. Quedó huérfano y tuvo que hacerle frente a la vida desempeñando una gran variedad de oficios y trabajos. Fue un hombre con bastante creatividad, ingenio y con una memoria prodigiosa. Era simpático, extrovertido y con facilidad para hacer amigos. Después se inclinó por la agricultura y económicamente le fue bien. Sembraba trigo y garbanzo, entre otros cultivos. En un acto de audacia, se le ocurrió -con éxito- exportar el garbanzo a España. Contrajo matrimonio con Refugio Urrea con quien tuvo dos hijos. Inició su carrera política presentándose a las elecciones municipales de Huatabampo, las cuales ganó.

A principios de la década del siglo XX, sobrevino un abierto clima de oposición al régimen de Porfirio Díaz en prácticamente todo el país, impulsado por Francisco I. Madero con su libro “La Sucesión Presidencial en 1910”. A partir de ese libro y con su vibrante oratoria ganó a miles de adeptos. En 1909 Álvaro Obregón, después de titubear un tiempo, se enroló en las fuerzas de Francisco I. Madero. Dos años después, Porfirio Díaz dejó la Presidencia de la Nación, en el año 1911, y huyó en barco a Francia, acompañado de su familia. Le sucedió, de modo pacífico, Francisco I. Madero -apodado “El Apóstol de la Democracia”- gobernó de 1911 a 1913. La tensión social se apaciguó. Muchos revolucionarios -como Álvaro Obregón- volvieron a sus faenas y trabajos ordinarios.

La sorpresa mayúscula vino cuando el General Victoriano Huerta dio un golpe de estado el 9 febrero de 1913, que terminó con el asesinato del Presidente Madero en la llamada “Decena Trágica”. Y se impuso dictatorialmente, ante la indignación nacional. En ese mismo año, Obregón se le unió a Venustiano Carranza, gobernador de Coahuila. Y aunque en ese proceso hubo divisiones con los del grupo de Francisco Villa y Emiliano Zapata. En cambio, Obregón se mantuvo fiel a Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. Y se le designó, al General sonorense, como el encargado de perseguir a Villa y lo derrotó en la Batalla de Celaya. Como militar fue un brillante estratega. Pancho Villa tenía el estilo de pelear en combate lanzando a sus jinetes -llamados “Los Dorados”- de frente, una y otra vez, hasta derrotar al enemigo. En cambio, Obregón tenía una novedosa forma de hacerle frente al contrario, mediante una táctica militar de ataque envolvente, formando círculos o semicírculos que, a la postre, demostró ser más eficaz porque “las bajas” de sus soldados eran menores y se ahorraba municiones. También utilizó “loberas” que eran trincheras con un solo soldado, en vez de las trincheras tradicionales. En 1917, Álvaro Obregón se fue a Sonora a continuar con la agricultura y preparar su campaña presidencial. Carranza fue nombrado Presidente de México desde el 1 de mayo de 1917 al 21 de mayo de 1920. Pero al observar, los generales de Sonora, a un Venustiano Carranza receloso y tomando importantes decisiones políticas sin consultarlas con nadie, deciden pronunciarse en la “Rebelión de Agua Prieta” en 1920 contra Carranza que pretendía imponer a Ignacio Bonillas como su sucesor.

Durante su gobierno (1920-1924) realizó muchas obras en bien y progreso de la nación. Sin embargo, Obregón dio la orden de poner una bomba en el Altar de la Virgen de Guadalupe (14 de noviembre de 1921). También, ordenó poner bombas en la Catedral Metropolitana, la Catedral de Morelia y varios templos católicos más. Aunque declaró que no pertenecía a la masonería era innegable su odio y aversión a la religión católica. A finales de 1927, en la matanza de Huitzilac -cara a la sucesión presidencial- traicionó y ordenó asesinar a sus amistades los Generales Francisco Serrano y el General Carlos A. Vidal, entre otros, como lo relata magistralmente el escritor Martín Luis Guzmán en su libro “La Sombra del Caudillo (Obregón)”. 

En fin, son luces y sombras de un personaje singular y contradictorio. El conocido historiador Enrique Krauze transcribió unos poemas de este expresidente en los que afirmaba no tenerle miedo a la muerte. Y la muerte salió en busca de él, en un momento que parecía de gloria, pero se convirtió en tragedia.

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