Una de las calumnias contra España que se propaga con mayor ímpetu es la que afirma que, una vez que los españoles pisaron tierras del Nuevo Mundo, se dedicaron a destruir todo lo que habían hecho los primitivos habitantes de América.
Según esto, considerando que todo lo indígena era malo, los misioneros destruyeron templos e ídolos y –lo que es peor- pusieron un empeño muy especial para que desapareciesen las lenguas aborígenes.
Habrá que empezar diciendo que si actualmente conocemos algo del pasado prehispánico y, de manera muy especial, de lo que había en México antes de la llegada de los españoles precisamente a los españoles se lo debemos.
Y de modo muy especial a los misioneros quienes, deseando que el Evangelio llegase a los pueblos aborígenes, se dedicaron no solamente a estudiar las lenguas nativas sino que incluso elaboraron diccionarios y gramáticas de las mismas.
En el caso concreto del México precortesiano lo que existía a la llegada de los españoles era una auténtica Torre de Babel ya que en lo que hoy es territorio mexicano se hablaban más de ciento treinta dialectos.
Fue así como los misioneros echaron mano de una lengua común, el náhuatl, para que les sirviese como vehículo para llegar a las distintas etnias.
De este modo se impidió que el náhuatl desapareciera ente el fuerte empuje del castellano.
Como arriba dijimos, los misioneros elaboraron un diccionario de náhuatl para mejor entenderse con los indígenas; posteriormente elaboraron una gramática de dicha lengua y ello hizo posible que pudieran crear una vasta red lingüística que facilitó sus trabajos.
Si actualmente, a más de quinientos años de la Conquista de México, aún se conserva el náhuatl se lo debemos a los misioneros españoles. Se lo debemos a España.
Ahora bien, en el caso de la destrucción de templos e ídolos, habrá que distinguir.
Cuando dichos templos eran mataderos de seres humanos, los misioneros no lo pensaron dos veces sino que procedieron a destruirlos cuanto antes.
Y si se trataba de ídolos cuya fealdad inspiraba terror, los misioneros decidieron que corriesen la misma suerte.
Prueba evidente de que la destrucción no fue total es el hecho de que se conserven las maravillosas pirámides de Teotihuacán, Mitla, Monte Albán y Chichén Itzá; así como otras bellezas prehispánicas como es el caso de Palenque.
Si los miles de turistas extranjeros que visitan México anualmente pueden admirar dichas obras de arte prehispánico se lo debemos a los misioneros. Se lo debemos a España.
Y aún hay más: Como dato digno de recordarse, diremos que el famoso “Popol Vuh”, que nos habla de la civilización maya, lo debemos a las investigaciones y celo mostrados por el dominico fray Francisco Jiménez.
Asimismo si algo conocemos de la vida y costumbres de aquellos pueblos se lo debemos a la Iglesia, concretamente al franciscano fray Bernardino de Sahagún quien estudió a fondo la antigüedad precortesiana y nos legó una obra que sirve de consulta a los más apasionados indigenistas: “Historia General de las cosas de la Nueva España”
En fin, que es de tal magnitud la obra civilizadora de los misioneros españoles que se ha dado el caso de que Martín Quirarte, un historiador liberal y anticatólico, al hablar de la obra evangelizadora de los frailes, se vea obligado a reconocer que:
“Los misioneros estudiaron la cultura, la historia, los dialectos de los indígenas no por un afán científico, sino con propósitos más nobles. Querían conocer la psicología de los nativos para facilitar la predicación del cristianismo. En múltiples ocasiones con menor o mayor celo hicieron frente a los conquistadores para impedir que atropellaran los derechos de los vencidos o los privasen de su libertad”.
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