“Encuentro Mundial de las Familias: levadura de reconciliación”

¿Cómo hablar de alegría en la familia a alguien que ha padecido el sufrimiento?


Encuentro Mundial de las Familias


Dublín, Irlanda, fue elegida por el Papa Francisco como sede del Encuentro Mundial de las Familias que se llevó a cabo del 21 al 26 de agosto de 2018, bajo el lema: “El Evangelio de la Familia – Alegría para el Mundo”.

Este evento internacional que se realiza cada tres años congrega a familias de todo el mundo para celebrar, rezar y reflexionar acerca de la importancia del matrimonio y la familia como piedra angular de la vida, la sociedad y la iglesia.

Hoy Irlanda tiene un primer ministro gay, ha despenalizado el aborto y los matrimonios homosexuales y ha sufrido una brutal crisis económica de la que salió más rápido y más fortalecida que ningún socio de la Unión Europea.

Este fue el escenario donde quiso el Papa este evento; a la par de abordar con vergüenza y desafío el difícil momento de encarar a un país marcado por los abusos sexuales de numerosos clérigos.

Sin embargo, es justo desde la óptica de la unión familiar, la misericordia, la verdad y el perdón que el Papa ha expresado no solo con sus palabras, sino con signos, este sentimiento tan profundo de dolor y responsabilidad.

Lo expresó en su homilía:

“Qué difícil es perdonar siempre a quienes nos hieren. Qué desafiante es acoger siempre al emigrante y al extranjero. Qué doloroso es soportar la desilusión, el rechazo o la traición. Qué incómodo es proteger los derechos de los más frágiles, de los que aún no han nacido o de los más ancianos, que parece que obstaculizan nuestro sentido de libertad”.

Pareciera ser que el mismo Francisco sabe de lo difícil que implica perdonar, aún más cuando él mismo pidió perdón en nombre de la Iglesia. Y es que hay una absoluta conciencia de que eso no basta, no es suficiente, no resuelve el pasado. Sin embargo, rescata algo importante: re-concilia; es decir, vuelve a crear un puente, tal vez limitado, tal vez pequeño, tal vez con reservas; pero un camino de encuentro siempre aportará más que la distancia.

El daño está hecho, pero se debe prestar atención para no repetir el mismo error: ¿dónde pudiera estar la génesis de estas lamentables situaciones?

El mismo Papa ha expresado la enorme necesidad de garantizar que las personas consagradas gocen de plena y absoluta salud mental – emocional. Es desde los procesos de selección de candidatos que las órdenes religiosas y los responsables de pastoral vocacional deberán prestar suma atención para orientar lo mejor posible a quien manifiesta inquietud de ser sacerdote o religioso / religiosa.

Volvemos a la atmósfera inicial: es en la familia donde nace la vocación, se alimenta y se proyecta. Dios llama y lo hace de muchas formas y a quienes Él quiere, pero también es cierto que hay una custodia del llamado, y se deben procurar las mejores condiciones para que el proceso se desarrolle de la mejor manera.

Es por eso que con valor se aplaude el gesto del Pontífice. Reconoce en sus acciones más allá de la retórica que no se cuidaron estos aspectos, y que personas lastimadas lastimaron a muchos otros. Esto no es justo, ni en la Iglesia ni en ningún sitio.

¿Cómo hablar de alegría en la familia a alguien que ha padecido el sufrimiento en esta magnitud? Difícil tarea, no obstante se extiende la mano para pedir perdón, y ofrecer lo que esté al alcance para lograr el mayor bienestar posible. Pues como bien lo ha citado el mismo Papa: “Si un miembro sufre, todos sufren con él”. (1 Co 12, 26)

No se puede reconciliar desde la soberbia, por eso la verdad libera, y desde este contexto liberador quisiera hacer cada vez más mías estas palabras de la carta del Papa Francisco al Pueblo de Dios con ocasión de los escándalos de abusos sexuales; hacer mías las palabras cuando soy arrogante, cuando soy perezoso, cuando soy altanero, cuando soy materialista, cuando soy autorreferencial, cuando soy mentiroso, cuando soy incoherente y cuando soy anti testimonio, porque yo también soy Iglesia:

“Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas. Hemos descuidado y abandonado a los pequeños. Hago mías las palabras del entonces cardenal Ratzinger cuando, en el Vía Crucis escrito para el Viernes Santo del 2005, se unió al grito de dolor de tantas víctimas y, clamando, decía: “¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! […] La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos”. (cf. Mt 8,25) (Novena Estación).

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